Hace unos días, hablando con unos amigos en uno de esos m...

Hace unos días, hablando con unos amigos en uno de esos momentos de standby en la terraza de la cafetería de la facultad, salió el tema de las influencias que nos hace ser como somos y de las que nosotros mismos efectuamos en otra gente.
En ocasiones tenemos la suerte de coincidir en la vida, con alguien que consigue cambiarnos (porque sí, la gente no cambia, exceptuando esos puntos de inflexión que ponen patas arriba todo un mundo), que nos abre nuevos horizontes, nos enriquece, nos hace más grandes, más fuertes, mejores personas. Son como diamantes en el camino que, escondidos, pasan por nuestro lado y tan solo los conseguimos si somos lo suficientemente observadores, rápidos e inteligentes.

Pero también somos vulnerables a encontrar cristales y carbones que hacen, o bien el efecto contrario o bien no hacen nada en absoluto. Hay influencias nefastas que pueden destruir una vida y otras que pensamos que nos cambian y tan solo son nubes, que pasan, dejan lluvia, pero al irse se seca todo de nuevo. Pero la gran pregunta es, ¿somos como somos por instinto o porque hemos sido influenciados desde pequeños?  ¿ Hubiésemos sido iguales de haber sido influenciados por otras cosas? Seguramente no, y eso nos debería hacer reflexionar sobre cuánto de real tenemos y como de irrepetibles  somos. Es evidente que somos únicos en un inicio, pero en nuestras manos está el hecho de seguir así o de dejarnos sobre influenciar por una sociedad, personas, libros, películas u otros agentes externos a nuestra propia persona, permitiendo que nos cambien, que nos modelen a su antojo. Está bien dejar que ciertas cosas nos influencien en cierto modo, que nos mejoren, pero nunca dejando de lado aquella identidad única que nos define y nos hace ser cómo y quiénes somos.