Si buscamos una constante a lo largo de la caótica y milenaria historia de México, encontraremos que lo único que hemos hecho siempre de manera magistral -antes de la conquista, con los españoles o sin ellos, con problemas económicos, con corrupción o sin ella- es crear.
Dentro y fuera de México, con apoyo o sin él, los artistas mexicanos han labrado un prestigio internacional del que muy pocas veces hemos sido conscientes. Escritores, músicos, pintores, cineastas, bailarines y cantantes, hacen mucho más por la imagen de México en el mundo que todos nuestros políticos juntos.
Refiriéndonos específicamente a los artistas de la ópera, podemos definir como hechos verificados que han trabajado en los escenarios de Europa, América Latina y EU desde el siglo XIX, que han sido el centro de polémicas, fracasos y éxitos en muchos teatros del mundo y sobre todo en los últimos cincuenta años, los encontramos entre los mejores exponentes de este arte.
Desde Ángela Peralta (1845-1883) en su famoso debut en la Scala de Milán en 1862 hasta la extraordinaria trayectoria de Javier Camarena en los últimos años, cantantes, directores de escena y de orquesta, maestros internos, compositores y libretistas, han desplegado su talento en casi todos los teatros de ópera del mundo durante siglo y medio.
Todos ellos son la muestra de que -sin importar los errores de las instituciones culturales, la corrupción o el desastre económico- no se acabará con el talento natural, con la capacidad creativa y nuestro único, particular, sentido estético. Sí, México tiene una voz especial y reconocible en todo nuestro lenguaje artístico.
El artista en México lo tiene todo: un sistema en contra y toda una tradición artística milenaria en favor. Son dos mundos que conviven, por un lado, un pasado artístico antiquísimo, único y original, por el otro y a la par, una pobreza de recursos técnicos y económicos derivados de una administración poco atenta a las necesidades de la población; una formación académica muy irregular, y un campo de lucha que, a veces, parece imposible de vencer.
Al parecer, el artista mexicano nunca termina de pelear contra los molinos de viento de su imaginación y las estructuras oficiales reales que, en muchos casos, los ignoran, los marginan y, en muchos otros, los apoyan y aplauden con razón o sin ella.
La tradición operística en el territorio mexicano tiene sus raíces en la época colonial. En 1711 se registra la primera ópera escrita por un novohispano, desgraciadamente poco o nada conocemos y valoramos de este género y su desarrollo en nuestro país, a pesar de que forma parte de nuestra vida cultural antes de símbolos nacionales como la bandera o tradiciones tan definitorias del sentido nacional mexicano como la fiesta de muertos o los mariachis.
Por esa ignorancia sobre nuestra tradición operística, resulta sorprendente que tenga artistas de calidad internacional y, aunque su trabajo ha sido registrado o comentado en muchos casos, hay muchos otros que han caído en el más injusto de los olvidos. Como el triste caso de Margarita González una extraordinaria mezzosoprano que trabajó sobre todo el repertorio liderista y de concierto, que grabó en Francia y en España pero que en México no conservamos ni difundimos su trabajo.
Que la valoración de las voces mexicanas en la crítica extranjera tenga constantemente términos técnicos como pureza de emisión, belleza de timbre y cuidado en el fraseo, puede ser la base de un estudio que nos ayude a entender por qué nuestros cantantes tienen ciento cincuenta años triunfando fuera del país y quizá entonces, podamos empezar a valorar lo increíble de su trabajo.
La mayor parte de ellos han sido muy exitosos en el repertorio belcantista, dándonos incluso la alegría de pertenecer a la pequeña elite de intérpretes de fama mundial en este estilo, pensemos en Javier Camarena y todos los récords que ha vencido, a Ramón Vargas cuya posición entre los primeros tenores del mundo ya tiene más de dos décadas y Francisco Araiza, que fue considerado uno de los mejores mozartianos de la historia. Además de las sopranos pioneras como Ángela Peralta que estrenó una ópera de Rossini en España, a Ernestina Garfias que sustituyó a la Callas en el colón de Buenos Aires, o más recientemente Rebeca Olvera, que tiene ya una década siendo parte de la Ópera de Zurich .
Por supuesto que también tenemos mexicanos abordando repertorios veristas o de más contemporáneos como Maria Katzarava (a quien incluso un compositor catalán le ha escrito una ópera), Rolando Villazón, el más mediático de nuestros cantantes o a principios del siglo XX y la extraordinaria mezzosoprano Fanny Anitúa, compañera de escena de Caruso.
El apoyo intermitente a nuevos valores, la cada vez más menguante temporada operística en la "casa central de ópera" que es el Palacio de Bellas Artes, el hecho de que la mayor parte de los estrenos de nuestros compositores sean en otros teatros y no en dicha casa de ópera, así como la precaria preparación que nunca toca la historia de la ópera en México, son hechos que nos muestran un panorama por lo menos desolador en México para el futuro de la ópera.
Con este contexto parece casi increíble que estemos viviendo la época de los grandes cantantes mexicanos alrededor del mundo. Parece absolutamente increíble que haya más de una docena de nombres en los carteles de las principales compañías de ópera de los cinco continentes y es casi un milagro que desde hace más de un siglo los artistas mexicanos salgan al extranjero.
Los motivos que se pueden inferir para esta paradoja, después de conocer las circunstancias de las carreras de estos artistas, empiezan por la frase del maestro Alfredo Silipigni cuando audicionó a unos cantantes mexicanos en Bellas Artes al inicio de la década de los años noventa: "Este país se podría dedicar a la exportación de voces" me dijo. Es completamente cierto que hay un talento natural palpable, una belleza especial en los timbres de nuestros compatriotas, una tendencia al fraseo musical especial, quizá heredado por la música tradicional mexicana, pero lo más importante es que todos estos artistas son ejemplos de autodisciplina y trabajo individual, para además, terminar con el apoyo que se han dado de una generación a otra.
Creo firmemente que su trabajo en el extranjero ha hecho y podría hacer más por la ópera en México de lo que pensamos.
Primero: en el extranjero han podido trabajar en grandes producciones, con directores míticos que han dejado su huella en su desarrollo como artistas. Pensemos por ejemplo en Francisco Araiza que trabajó con Karajan y Jean Pierre Ponnelle, o en Luis Ledesma que trabajó con Peter Brook. Estas experiencias las han pasado a otras generaciones y con ello han contribuido, en la mejor formación de los nuevos valores de la lírica mexicana.
Segundo: han podido abordar repertorio que en México no se hace, con recursos que nosotros no tenemos. Esto se podría aprovechar para asesorar a los creadores mexicanos y con ello mejorar las condiciones y las formas de producción de la ópera en nuestro país.
En realidad, todo esto significa que tenemos profesionales de calidad internacional, que podrían renovar la ópera en México y hacerla mejor, si les permitieran formas nuevas de gestión y producción, entonces ¿por qué seguimos apostando por una forma de producción que da resultados pobres?
El andar de los mexicanos la ópera internacional y la visión que tienen de ellos en el extranjero -fuera de las alianzas y críticas que se dan forzosamente en un medio como el de la ópera-imprime no solo un dejo de orgullo patrio, no solo una reconciliación con lo que nuestro país es capaz de hacer, sino la manifestación clara y objetiva de quiénes son nuestros artistas, de dónde vienen y por lo tanto quiénes somos nosotros.
Porque el arte de un pueblo es su expresión más sofisticada, porque nunca una nación ha alcanzado la civilización y el bienestar sin arte, porque muchos países en ruinas construyeron su porvenir por medio de la expresión artística, porque el arte es una opción incluso para quienes no tienen opciones.
Qué sueño más gratificante sería que un día nuestro país fuera conocido principalmente por el talento de sus artistas y no por sus miserias económicas y sociales. Que día aquel en que las mujeres mexicanas sean conocidas por su voz y no por haber sido desaparecidas o asesinadas. Qué maravilla sería ver cómo las palabras de Carlos Fuentes se volvieran realidad y un día la cultura de primer mundo de nuestro país, nos sacara del tercero. Qué patria tendríamos.
Con el son de México en la voz