En estos últimos años estamos asistiendo a un despliegue sin precedentes de anglicismos con los que somos bombardeados a todas horas en todas nuestras áreas de actividad. Pareciera que todos estamos continuamente en una especie de campaña electoral, viviendo para la galería, vendiéndonos humo unos a otros, simulándonos tesoreros de saberes que en realidad desconocemos por completo y tentando a la suerte aprendiendo por el viejo método del ensayo y error, o lo que viene a ser lo mismo: acertando por casualidad.La moda ya no se limita al terreno de la ropa y los complementos, sino que se ha extendido a la educación, a la política, a las organizaciones y a las empresas. Y ahora parece que no se habla en serio ni con propiedad si no se utilizan expresiones en inglés. Cualquier concepto tiene más prestigio y goza de mayor credibilidad si suena en la lengua anglosajona. Así, la expresión “Make it happen”se ha convertido en el lema de algunas empresas, en la clave de conferencias que versan sobre recursos humanos o estrategias educativas e incluso protagonizó la campaña electoral del PSOE en las pasadas elecciones generales, aunque recurriendo a su traducción en castellano: “Haz que pase”.
Como concepto, hay que reconocer que es muy potente, porque nos invita a hacernos partícipes de nuestra propia evolución. No hemos de esperar el momento adecuado, sino que hemos de atrevernos a crearlo, adelantándonos a los acontecimientos y empezando por cambiar nosotros para que las cosas cambien.
También hay que reconocer que este lema a Pedro Sánchez le funcionó, puesto que ganó las elecciones. La mayoría de los ciudadanos que acudieron a las urnas quisieron hacer que pasara. Pero ahora ven que no basta con querer que pasen las cosas ni con intentar hacer que pasen. Siempre habrá alguien que tendrá que decir la última palabra haciéndose eco de lo que decide el pueblo. Y ese alguien, en el último momento, ha preferido decidir que las cosas no pasen.
Es lo que ocurre cuando adoptamos los lemas a la ligera, sin tener nada claros los objetivos y sin estar dispuestos a comprometernos hasta el final con aquello que predicamos a los cuatro vientos. En el mundo del marqueting encontramos mucha de esta superficialidad, revestida de palabras que llaman la atención por su supuesto contenido, pero que por dentro están vacías.
En el ámbito de las organizaciones, tampoco es raro encontrarnos con que, mientras que por un lado se les insta a los empleados a que sean proactivos, creativos y autónomos, por otro lado se les limitan esa proactividad, esa creatividad y esa autonomía al criterio del jefe de su departamento o incluso al del director general de la compañía. Lo que se traduce en una frustración constante para esos empleados, que ya no saben a qué atenerse. La misma frustración que, sin duda, han de sentir los votantes del PSOE cuando ven que su esfuerzo por hacer que las cosas pasen no les haya servido de nada porque su candidato, en el último momento, ha decidido cambiar de lema.En un escenario global y multicultural hemos de acostumbrarnos a ejercitar diariamente nuestra flexibilidad mental para adaptarnos sin problemas a los cambios y seguir evolucionando por los caminos que hayamos elegido, sin sentirnos rezagados ni dejarnos atrapar por la obsolescencia. Cuantas más ideas nuevas adoptemos, muchas más opciones tendremos a la hora de afrontar cualquier contratiempo o de plantearnos cualquier nuevo reto. El problema no son las ideas, tampoco lo son los anglicismos. El problema es la falta de coherencia entre la buena voluntad de las palabras y la pobre plasmación de los hechos. Es como tratar de encender una vela mientras otros no dejan de soplar para apagarla.
Adoptar el inglés en el trabajo como medio de abrirnos más la mente y de acercarnos a escenarios y mercados más globales de todo tipo puede resultar una estrategia fantástica para mejorar nuestras competencias en todos los sentidos. Pero si se hace sólo con el fin de impresionar a la competencia y de venderles humo a los clientes, se acaba traduciendo en un inútil ejercicio de postureo que no le reporta ningún valor añadido a la empresa ni a los productos o servicios que ésta trata de comercializar.Lo mismo puede ocurrir en el ámbito educativo. Está muy bien que los niños se acostumbren a expresiones del tipo “make it happen” con las que se involucren hasta lograr sus propios objetivos, pero deberíamos asegurarnos también que, como sociedad, estamos preparados para permitirles que todo aquello que sean capaces de hacer que suceda, pueda acabar sucediendo.
¿Estamos preparados para dejar que las cosas pasen?Llegado el momento, ¿seremos capaces de dar un paso al lado y dejar que sean otros los que ejerzan el rol de permitir lo que puede pasar y lo que no?Se da la paradoja de que, mientras a los niños que empiezan a formarse, a los jóvenes que buscan el primer empleo o a las personas que han perdido el suyo y se ven abocadas a un vía crucis de entrevistas se les exige que sean flexibles y que estén dispuestos a cualquier cosa por alcanzar sus metas, a personas que llevan toda la vida haciendo lo mismo en las administraciones públicas u ocupando cargos medios o altos en la empresa privada sin molestarse en reciclarse parece que se les permite todo, incluso decidir lo que pueden y no pueden hacer aquellos que no comparten su misma suerte.Es como vivir en medio de un tira y afloja constante, entre dos realidades paralelas que se contradicen la una a la otra.En un escenario tan desconcertante es harto difícil conseguir que las cosas pasen porque hay demasiados intereses creados en que las cosas no cambien. Aunque, por otro lado, no podemos dejar de insistir en que las cosas pasen porque, de no hacerlo, nos harán cargar con la responsabilidad a nosotros de que las cosas no cambien.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749