En la anterior entrega me referí algunos aspectos relacionados con la historia y la construcción de Hagia Sofía, el soberbio monumento edificado por el emperador Justiniano. En esta ocasión, me gustaría comentar algunas de sus características formales y espaciales que más me impactaron durante la visita, así como sus principales elementos artísticos.
Es importante remarcar que la estructura que vemos hoy difiere de aquella original construida en tiempos del imperio bizantino, tanto en su forma como en su uso. El cambio más evidente se da en las adiciones y reforzamientos estructurales añadidos y en los cuatro minaretes que flanquean la antigua basílica, los cuales establecen un campo virtual y un mensaje sutil pero evidente de dominación.
Reconstrucción de la basílica en tiempos del imperio bizantino
Los otomanos, tras conquistar Constantinopla, en lugar de destruir Santa Sofía por ser un templo perteneciente a otra religión, quedaron impresionados por su magneficencia y decidieron preservarla, pero con la adición de los minaretes dejaban en claro su dominio como nuevo poder en la zona.
“¡Qué tal cúpula, que compite en rango con las nueve esferas del Cielo! En este traba un maestro perfecto ha mostrado la ciencia arquitectónica completa” Historiador otomano Tursun Beg, siglo XV.
El espacio interior es en extremo complejo si se lo compara con otras edificaciones de la época: la monumentalidad de su espacio central que se diluye en una la concatenación de semicúpulas conexas, la diversidad de escalas y grados transparencia y permeabilidad que se generan en las galerías, la dramática secuencia de luz, que va desde el casi celestial anillo de ventanas en torno a la cúpula hasta la semipenumbra de los ambientes y galerías laterales, propicia para la reflexión y el recogimiento.
Si bien en términos generales, es posible percibir hoy la misma estructura que hace 15 siglos atrás, sin embargo, el uso del espacio en la basílica en épocas bizantinas ha sido diferente al de su etapa de mezquita musulmana y a la libertad de tránsito que se vive hoy, en su etapa de museo.
Tal como las iglesias ortodoxas, Santa Sofía tenía un iconostasis, un espacio sacro al que sólo accedían el emperador y la más alta jerarquía eclesial. Las galerías laterales habrían supuesto algún tipo de segregación social en el uso del espacio.
Luego de la conquista otomana, el iconostasis desapareció, por lo que el espacio se centralizó, pero se añadió un nuevo punto focal ubicado hacia la Meca: el mihrab. Además, imagino que el uso del espacio habría sido similar al de la actual Mezquita Azul: segregado, diferenciado por sexos, abierto tanto a la oración como al descanso.
Además de la imponencia de la estructura, sobrecoge la calidad y riqueza de sus acabados. Los capiteles de las columnas, tanto simples como dobles, eran tallados finamente, incluyendo símbolos del emperador.
Los mejores mármoles, traídos de varios rincones de Bizancio, revestían las paredes y sus colores variados constituyen una representación geográfica del vasto imperio.
Los mármoles se alternaban con dorados mosaicos que adornaban las coberturas y algunos muros. Si bien los romanos ya habían usado mosaicos para la decoración (particularmente de pisos), como hemos visto en las termas de Caraccalla, en Roma, es en el imperio bizantino donde el mosaico adquiere mayor esplendor, incluyendo láminas de oro para resaltar el carácter divino de los motivos que representaba.
Las decoraciones al momento de la construcción debieron haber sido muy simples, básicamente algunos símbolos o cruces, dado que la tendencia iconoclasta de la época buscaba prescindir de representaciones figurativistas.
Con el tiempo empezaron a aparecer mosaicos con representaciones bíblicas, acompañadas de figuras políticas. En realidad, los mosaicos son el primer esfuerzo artistico a gran escala de propaganda para la evangelización cristiana y para la remarcar la consolidación del poder imperial como nexo entre lo religioso y lo mundano.
Uno de los mosaicos muestra la figura de la Virgen flanqueada por los emperadores Constantino y Justiniano, estableciendo un claro mensaje del vínculo entre el poder imperial y el religioso. Constantino presenta un modelo de la ciudad mientras que Justiniano ofrece a la virgen la basílica de Santa Sofía.
El mosaico del Juicio Final muestra a Cristo como figura central y a sus costados se ubican la virgen y Juan el Bautista.
Tras la conquista otomana y dada la prohibición islámica de incluir representaciones figurativas, muchos de los iconos fueron recubiertos con yeso y se les añadió una nueva capa de decoraciones con motivos geométricos y textos del Corán. Por ejemplo, en el centro de la cúpula debió haber una imagen de Cristo Pantocrator, la cual parece mirar a los fieles desde cualquier posición. Hoy, en su lugar aparece una inscripción en árabe que circunda un motivo radial.
La mayoría de las decoraciones en el nivel inferior son islámicas, con figuras geométricas y sin representaciones de animales o humanas. En las galerías circundantes del segundo nivel se han descubierto antiguos mosaicos, que se hicieron evidentes tras una restauración en el siglo XIX.
Los medallones con inscripciones islámicas fueron adiciones añadidas por los hermanos Fossatti, arquitectos italianos que en a mediados del siglo XIX recibieron el encargo de la remodelación del interior de la mezquita. En mi opinión la geometría y material de estos elementos contrasta con la riqueza y severidad de la arquitectura de la iglesia y le dan cierto carácter de improvisación y efimeridad.
Pero no sólo riqueza material era acumulada en esta gran iglesia, sino también sacralidad y simbolismo. Reliquias de dos santos, la cruz, el martillo y los clavos de la crucifixión de Cristo, la mesa de la Última Cena entre otras reliquias poblaban este sacro recinto, pero que lamentablemente fueron saqueadas principalmente por los cruzados que conquistaron la ciudad y que se llevaron muchas riquezas para pagar sus campañas.
Si bien el recorrido por el monumento impresiona por la calidad y riqueza de su ornato, es difícil imaginar la riqueza de éste en su época de esplendor, cargado de riquezas y de las mejores obras de arte del imperio bizantino.
No obstante, creo que es un privilegio poder ser testigos de un monumento arqutectónico tan magnífico como trascendental, cuya influencia ha sido gravitante en el desarrollo de la arquitectura tanto musumana como cristiana (la Mezquita Azul en Estambul y la Catedral de San Marcos den Venecia son dos ejemplos notables de ésta) y que por muchos siglos ha sobrevivido altiva los terribles embates de la naturaleza y la belicidad humana.