Baby Kadija, en uno de los puntos de Save the Children en Sierra Leona (Foto: Save the Children)
Si hay una crisis que, de verdad, no nos podemos permitir, y que, al igual que la que tenemos aquí es estructural. Aquí tenemos hambre de justicia, de igualdad, de trabajo, pero hay otro hambre peor, más básica, que ataca directamente la línea de flotación de toda la sociedad, independientemente de las fronteras artificiales, oportunistas y estratégicas que separan a los países y que hacen que dos personas, a pocos kilómetros de distancia, tengan diferente nacionalidad. Nadie sale a las calles a pelear por ellos, ni incendian bancos, ni tiendas. Tampoco hay pancartas en los balcones ni pintadas en las paredes. Sólo silencio y, lo que es peor, indiferencia, olvido. Es una crisis permanente y, por ello, se diluye: ni titulares ni minutos pautados en radio o televisión, excepto un par de frases y unas imágenes explícitas que ya apenas afectan a nuestras retinas sobreexpuestas al fogonazo. Sólo emanan cuando una organización hace saltar la voz de alarma o cuando se utiliza, sin más, como cortina de humo para tapar nuestras miserias occidentales, más superfluas aunque no por ello sin importancia tampoco. Ahora algún eco lejano vuelve a los medios generales, cuando alguna ONG enciende las alarmas, como el caso del estudio presentado ayer por Save the Children. El titular no puede estar más claro: La crisis alimentaria amenaza las vidas de 450 millones de niños y niñas en todo el mundo durante los próximos 15 años. No podemos decir que no estamos avisados de que estamos tirando por tierra el futuro. Y sin futuro, no hay nada por lo que luchar. Sólo hambre. (Aquí, el informe completo).
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