Todo aquel que haya visto la película “Mary Poppins” recordará esa escena en la que un almirante retirado tiene la costumbre de dar las horas disparando cañonazos desde su terraza, y cómo en la casa de Mary Poppins, que son vecinos del marinero, se preparan a salvar la loza y todo objeto que se pueda mover, o caer, cada vez que es una hora en punto.
En España se inventó esa famosa frase “el que venga por detrás que arree”, y aquí estoy yo poniéndome el chándal para salir a la calle porque no se puede resistir en casa. Tengo miedo de que cuando entre en mi cuarto de baño me encuentre con una réplica de Guernica, el cuadro no, la villa vizcaína, y a tamaño natural, en el peor día de su historia.
Seguro que mi vecino, luego me enteraré, que pertenece a cuatro ONGs, y va a crear otras cuatro fundaciones para ayudar a niños de países recónditos, pero…, casualidad, no se ha acordado de su vecino, y ese soy yo.
Que uno no tenga el deber de informar, no está reñido con que el vecino se merezca cuando menos un aviso de "los festejos" organizados, y no se tenga que pasar la mañana escuchando la radio por si los ruidos se deben a que nos han invadido desde Moscú.
No siempre la delicadeza se debe confundir con debilidad, aunque en este caso ni se ha llegado a plantear. Cabe la posibilidad de que mi vecino, el despistado, le llamo así cariñosamente, nunca se haya preguntado quién está tras sus muros. O a lo mejor, y ésto ya entraría dentro de la materia de Don Iker Jiménez, nunca se ha planteado qué hay más allá de sus muros, y denomina a su hogar: Finisterre. Lo dicho, el que venga por detrás que arree, y mucho.*FOTO: DE LA RED