A lo largo del siglo XIX y hasta antes de la revolución mexicana de 1910 la actividad operística en nuestro país, por lo que tenemos en los testimonios de la época, parece de una gran variedad y muy generalizada en toda la República, a pesar de la convulsiva época que estaba llena de guerras, invasiones y cambios abruptos de gobierno.
Una gran línea de teatros parece seguir a la línea del ferrocarril de este momento y entre ellos está el teatro Ignacio de la Llave, que lleva el nombre de uno de los héroes de la guerra contra la invasión de Estados Unidos y contra la dictadura de López de Santana.
Este teatro es una de las joyas arquitectónicas que México tiene para hacer ópera en la provincia y una de las razones que nos hace preguntarnos ¿Por qué no tenemos una programación constante de ópera en todos estos teatros donde hubo una actividad constante? ¿No vivimos ahora en paz y por ello, no sería lo coherente que se hiciera más ópera que cuando estábamos en medio de convulsiones sociales?
el gusto y el respeto del público mexicano por la ópera, la música y la lírica; segundo, nuestros muchos talentos que esperan foros para desarrollarse y, tercero pero no último, la enorme cantidad de ópera mexicana, nueva y antigua, que espera ser estrenada. Por lo tanto, podemos concluir que tenemos razones muy importantes para retomar una tradición que parece dormida en nuestras ciudades provincianas.
La ópera siempre ha sido un éxito en México, y para muestra podemos tomar como ejemplo el éxito de los estrenos de nuestras óperas escritas en lenguas indígenas, las infantiles y, por supuesto, la labor del productor Cesar Zayas, quien ya en 2015 llevó la primera representación operística del siglo XXI a este teatro, Eugenia del compositor local Raúl Armando Ortega Carrillo y que cuatro años después se arriesga con una obra muy poco conocida de Georg Friedrich Händel (1685-1759) Acis, Galatea y Polifemo, que se convierte en el estreno no sólo nacional, sino latinoamericano de dicha obra.
Esta producción, apoyada por el municipio de Orizaba, logra juntar talentos nacionales e internacionales, así como a la Orquesta Filarmónica de las Altas Montañas, la primera orquesta de la región, con lo que nos volvemos a preguntar ¿Por qué si contamos con algunos de los mejores intérpretes del mundo, mucha gente talentosa dedicada a la escenografía, la puesta en escena y la dirección orquestal, no hacemos más ópera? ¿Por qué centrar toda la actividad operística en la capital del país, cuando algunos de nuestros mejores cantantes vienen de la provincia mexicana? Y de nuevo, tenemos mil razones para no hacerlo, pero las más importantes son para hacerlo.
José Antonio Espinal es un talento que, después de haber trabajado varios años en la ópera de Bellas Artes y haber recibido muchos reveses profesionales en México, emigró a EE.UU y ha desarrollado ahí una carrera muy respetable. Él ha declarado sobre el público que asistió a las funciones de la ópera de Haendel:
"Pues te cuento algo increíble... nos resultó un público tan respetuoso, que no aplaudieron en ningún momento en toda la ópera ¡Por temor a hacer ruido! Ni una sola aria... así que la ópera fluyó como si se tratase de una obra contemporánea. Eso sí, al término de la función no pararon de aplaudir ¡De pié! Ya conoces al cálido público mexicano. Ha sido una experiencia única, créemelo. Hicimos la ópera sin intermedio y nos cuentan que nadie se levantó nunca de sus butacas hasta el final. Una razón de más para que ames Orizaba cuando vengas."
Una reacción así no es lo que se espera de un público que desde hace más de un siglo sólo ha visto dos producciones de ópera y una de ellas escrita en 1708.
En este proyecto se aunaron los talentos de los cantantes Magda Rey, Mónica Covarrubias y Raúl Morales, así como Braulio Amadís en la dirección escénica. Todos ellos, con Cesar Zayas, con un entusiasmo y entrega dignos de mención.
La ópera no es de los europeos, de las capitales o de los grandes presupuestos. La ópera es de quien la ame y la pueda disfrutar.