¿A quién le amarga un dulce?
Sinopsis y ficha técnica
Hänsel und Gretel
Märchenspiel en tres actos
Libreto de Adelaide Wette, basado en un cuento de Kinder- und Hausmärchen (1812) de Jacob y Wilhelm Grimm
Producción del Festival de Glyndebourne
Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real
(Orquesta Sinfónica de Madrid/Coro Intermezzo)
Pequeños cantores de la JORCAM
Directora: Ana González
Colaboración especial de la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM)
Ficha Artística
- Dirección musical: Paul Daniel
- Diego García Rodríguez (Ene. 27)
- Dirección de escena y figurines: Laurent Pelly
- Escenografía: Barbara de Limburg
- Iluminación: Joël Adam
· – ·
- Peter: Bo Skovhus
- Gertrud: Diana Montague
- Hänsel: Alice Coote
- Gretel: Sylvia Schwartz
- La bruja: José Manuel Zapata
- Duende del sueño: Elena Copons
- Duende del rocío: Ruth Rosique
La combinación de canciones populares alemanas con una refinada orquestación de tintes wagnerianos resultó una fórmula magistral para consagrar Hansel y Gretel, una de las primeras Märchenoper u óperas de cuentos de hadas típicas del siglo XIX, entre las más interpretadas del repertorio lírico. Estrenada en 1893 en Weimar por Richard Strauss, quien la calificó como “una obra maestra de eximia calidad, original en todo, nueva y auténticamente alemana”, esta versión edulcorada del cuento homónimo de los hermanos Grimm, que Humperdinck compuso a instancias de su hermana, autora del libreto, conquistó muy pronto al público. Fue la primera en ser retransmitida íntegramente por la radio desde el Covent Garden y también la pionera en ser radiada en directo desde el Met. Los dos avispados hermanos, los niños de pan de jengibre, el hada del sueño, la bruja y la casita de mazapán y chocolate llegarán en esta ocasión al Teatro Real bajo la dirección de Laurent Pelly, a cargo también de los figurines, con Barbara de Limburg en el equipo artístico como escenógrafa, en una producción del Festival de Glyndebourne.
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Comentario previo
Cuando se supo definitivamente que Mortier abandonaría el teatro Real para ser sustituído por Joan Matabosch, reconozco que en parte sentí pena, porque quizás decíamos adios a los divertidos escándalos que tanto habían salpicado al teatro y que eran siempre entretenida y nueva fuente de cotilleo, como yo solía decir, “¿qué se puede decir de un teatro en el que hay más drama fuera del escenario que dentro?, ¡y más cuando se respresenta ópera!”; y, a pesar de mis primeras sospechas, finalmente, parece que los escándalos se han terminado, y para bien.
Hablando seriamente, y después de haber visto esta producción, lo tengo muy claro: mejor tener la oportunidad de ver un gran espectáculo y disfrutarlo; que ver uno horrible y luego despellejarlo. No hay duda, creo que podemos estar contentos con la gestión de Matabosch en lo que se refiere a la programación; tal vez no internacionalice al Real, tal vez no se convierta en una referencia obligada en Europa o el mundo, ni en el más “artístico”, pero dará gusto ir y habrá menos riesgo.
Desgraciadamente, ese aparentemente buen comienzo parece estar en peligro, Mortier ha dejado la envenenada herencia (que ya se veía venir) de unos gastos inmensos y unas recaudaciones escasas; y claro, aún sin Matabosch tener la culpa, las instituciones oficiales han dicho “basta” y han cerrado el grifo. Con unos presupuestos más reducidos de lo esperado, Matabosch se enfrentará al gran reto de mantener la calidad y el público (que parece que vuelve a recuperarse) con mucho menos dinero; sin duda un castigo inmerecido, que, lógicamente, no le ha sentado muy bien; pero, tratando de ver el lado positivo, si sale triunfante del reto, nadie podrá decir que hay un mejor gestor para este teatro, todo un desafío en el que desde aquí le deseamos toda la suerte del mundo.
En cualquier caso, próximamente se verán el patronato del Real y SS.MM. los Reyes en el palacio de la Zarzuela, en su primera reunión (como de la gran mayoría de las grandes instituciones culturales españolas, los monarcas son los presidentes de honor también de este teatro), encuentro en el que estarán la crema y la nata política de la cultura española, quizás eso ayude al Real.
No obstante, no todo es positivo, porque tal vez la nueva gestión haya ayudado a mejorar los espectáculos, pero ha empeorado claramente la experiencia teatral.
La atención al público sigue siendo pésima: en taquillas no son capaces de hacer otra cosa que sonreír con el gesto más hipócrita a los compradores, mientras se disputan quien debería estar allí y a qué hora, o quien se va antes de tiempo, eso cuando no se dedican a comentar temas personales a voz en grito (deben de creer que una estructura de madera, casi un biombo, es un bunker insonorizado); supongo que ese tipo de distracciones son las que les impiden encontrarte el sitio que buscas por más que se lo señales, ¿de verdad es tan difícil?.
Pero si eso ya es caótico, mejor no hablemos del guardarropa; yo no sé para que contratan a nadie, si no tuvieran a esos jovencitos y dejaran libre acceso a las perchas sería más rápido y más eficaz, y así no tendríamos que aguantar esas colas que parecen las del Congreso de los diputados en jornada de puertas abiertas o las de Doña Manolita previas a la navidad; sin mencionar que se forma en ese vestíbulo un tapón que parece la hora punta del Metro, esas multitudes acumuladas casi dan miedo, parecen una manifestación en la Puerta del Sol.
Y es que yo soy incapaz de explicarme como es posible que se pueda tardar entre cinco y diez minutos en traer una prenda (he estado dentro de ese guardarropa y juro que no es tan grande como para tardar tanto), y como puede ser que si dejas varias en el mismo número tengan que ir una por una hasta conseguirlas todas, en plan puzzle; mientras, la cola aumenta, y no se sale del edificio porque hay una puerta giratoria, que si no… y no te creas que eso les afecta a estos muchachetes, se toman el tema con una tranquilidad, con una pasividad, que a veces me parece que se los han traído de Cuba, sólo les falta decir: “¡si hay gente que espere, también yo tuve que esperar a que ellos terminaran la ópera!” o, siguiendo el hilo de lo dicho “¡me estás esstresando, mi amooo!”.
¡Qué desastre!, ¡qué colas!, ¡qué ineficacia!; es una situación absolutamente absurda, vergonzosa e innombrable. Si al final va a ser mejor no dejar nada en los guardarropas y ver la función abrigados como si estuvieramos en medio de la Plaza de Oriente; y así, el Real podrá decir que además tiene servicio de sauna.
Bueno, y para que hablar de los acomodadores que parecen de adorno, ni están ni se les espera; yo sinceramente, no dejo de preguntarme cual es su función, me intriga poderosamente, mataría por ver su contrato para saber que es exactamente lo que tienen que hacer, a parte de desaparecer cuando se les necesita, claro. Es más, estoy por perderme la ópera un día y seguir a uno de ellos todo el rato (si es que lo encuentro), para saber qué hace y por qué le pagan, pues es un enigma tan irresistible como fascinante para mí.
Y lo peor de todo esto es que, cuando te encuentras con alguien eficaz, es siempre más la excepción que la regla, menudo desastre.
También ha caído en picado el tema informativo-divulgativo del Real; ya hemos hablado de la absoluta decadencia de la calidad de la revista del Real (número con información más que superficial, que encima nos vemos obligados a releer durante meses, meses y meses…); ¡pero ahora están fallando hasta los programas!, así, el Real que yo siempre había puesto como ejemplo de gran labor divulgativa y educativa, del camino a seguir por excelencia de los teatros públicos; cada vez cojea más, con un único artículo, que, y eso ya es imperdonable, ¡se contradice abiertamente con el conferenciante!; ¿es qué nadie se molesta en investigar algo de lo que dice o escribe?.
Lo peor de todo es que estas cosas le quitan respetabilidad a un teatro que, teniendo en cuenta la categoría que pretende tener, debería de evitar esa situación a toda costa. Este tipo de cosas también son reflejo de una gestión, e irán haciendo cada vez más mella hasta que exploten.
Por lo demás, son maravillosos los vídeos de “como se hizo” que se pueden ver tanto en el teatro como en internet, por si no tienes tiempo (siempre incluída la conferencia, aunque su montaje ha empeorado mucho desde anteriores temporadas).
Como curiosidad adiccional comentar, que en esa alianza cultural con otras instituciones que el Real ha estado desarrollando estos últimos años, esta nueva producción no es una excepción y se complementa con una exposición en la Biblioteca Nacional, al igual que también pasó con “Muerte en Venecia” (más detalles aquí).
Crítica
¡El Real se pone en boga también con una ópera de cuento de hadas!; bueno, no hablaré de lo muy de moda que está este tema ahora, pues parece que ya lo he hecho mil veces en cada artículo que he publicado sobre el tema, aunque sí diré, que incluso antes de las múltiples revisiones que han surgido, yo ya defendía su importancia cultural.
Aunque sí me apetece hacer una curiosa reflexión sobre los cuentos, que me parece que pocas personas han hecho, ya no acerca de la escasa inocencia de su contenido, sino de su función social en la época en la que fueron recopilados y posteriormente; al fin y al cabo, estos sirvieron para ayudar a apoyar las ideas nacionalistas alemanas, formando parte del volkgeist (traducido: espíritu del pueblo); temas que todos sabemos como se radicalizaron luego en el siglo XX… la cuestión no deja de resultar curiosa, si uno lo piensa, y hace que veamos estos relatos como mucho menos inocentes y más peligrosos de lo que nunca nos pudiera parecer anteriormente….
Pero volviendo al tema, que es la crítica de lo que se representa en el Real, la verdad es que esta ópera es una auténtica preciosidad, para que negarlo, en todos los aspectos a esta producción no se la puede calificar de otro modo.
El libreto, de la hermana del compositor, Adelheid Wette, es una versión suavizadísima del cuento, que evita todas las partes más escabrosas y desagradables. En realidad, es muy Disney, yo de hecho, mientras la veía y cuando acabó, no dejaba de pensar que me resultaba inexplicable el porqué Walt Disney no había adaptado esta ópera a largometraje de animación (es muy bien sabido el gusto de este personaje histórico por la música clásica, como demostró, no sólo en clásicos como “Fantasía”, sino también en “La bella durmiente”, en dónde toda la banda sonora de la película -al completo, canciones incluídas- la articuló el ballet de Tchaikovsky), pues hubiera funcionado muy bien y sido un gran filme de la casa. Pero la dulcificación del argumento no es la única “virtud Disney” que posee este magnífico libreto, pues también es capaz de conseguir contar en casi dos horas una historia que sólo abarca unas pocas páginas en “Los cuentos de la infancia y del hogar” de los hermanos Grimm; o de diez minutos en palabras de un padre a sus hijos; y transformarla en una historia interesante y apasionante durante toda su duración escénica (incluso aunque lo sepamos todo sobre ella).
Nos encontramos así, con un libreto buenísimo, que si bien nunca se podrá llamar una fiel adaptación del cuento de los filólogos germanos (aunque por otra parte, ¿acaso son la única fuente oficial?, ellos no inventaron sus cuentos, sólo los recopilaron y publicaron); sí que sabe contar magníficamente la historia; sí que crea unos personajes interesantes y conduce muy bien el argumento desde el principio hasta el final de forma absolutamente brillante. Y además es muy bonito en esa dulzura y suavidad.
Pero no hay duda alguna que si algo lo resalta, si algo eleva esta ópera al rango de obra maestra, eso es la música, que unida fraternalmente al libreto (tanto como el compositor y la libretista) se dedica a realzarlo brillantemente. La verdad es que parece mentira que una pequeña representación familiar se pudiera haber convertido en esta maravilla a posteriori.
Así pues, la música de Humperdink es de lo más bella y melódica, una preciosidad, un bómbon, con un gran encanto; personal, pero a la vez con referencias wagnerianas (no en vano, el compositor de esta ópera fue discípulo suyo), muy cuidada y con grandes momentos, especialmente, no podía ser de otro modo, los de Hansel y Gretel.
Así pues el conjunto total de la obra original es una simbólica casa de chocolate que todo espectador debe desear devorar insaciablemente.
En lo que respecta a esta producción que podemos ver del Real (que, si no me equivoco, fue traída de Valencia por falta de fondos, aunque iba a ser una producción original), es la magnífica guinda que culmina este magnífico pastel que es el material original.
Es además toda una oportunidad, pues en España no se programa muy a menudo (a pesar de ser muy conocida en otros países del norte de Europa), lo cual nos hace ver lo mucho que nos hemos perdido.
Pero en fin, concretando en esta producción:
El director de escena, Laurent Pelly, a quien ya se conoce en el Real por un tan buen montaje anterior como el de “La hija del regimiento” de esta misma temporada; es todo un maestro de su oficio, consiguiendo combinar lo clásico y lo moderno, no crea rupturas absolutas e imposibles de comprender (como tantas e innumerables veces hemos soportado en este teatro), pero tampoco se rinde a un anquilosado y académico clasicismo. A mí me está empezando a parecer un director de escena brillante del que espero poder ver más trabajos suyos en el futuro; me encantan sus ideas, sus conceptos, su sentido de la estética… en definitiva, me parece genial. Ciertamente en ocasiones se arriesga, pero no creo que podamos calificar ninguno de sus montajes como desagradable o poco interesante, siempre tienen gran belleza e inteligencia, independientemente de que nos gusten más o menos.
En esta ocasión, aunque el mensaje que quiere transmitir de sociedad postapocalíptica destruída por el consumismo no termina de funcionar en ningún momento (el cuento no da de sí, además, es lógico que el mayor sueño de unos niños pobrísimos que viven en una casa de cartón sea precisamente un supermercado en el que puedan comer hasta hartarse… eso no tiene nada que ver con el consumismo sino con las necesidades vitales); sí que lo hace su armoniosa puesta en escena que es capaz de modernizar y a la vez reflejar totalmente la ópera sin romper nunca del todo con ella (pues no todo es perfecto, se nota que la muerte de la bruja, por ejemplo, está un poco forzada pues no debía de ser así originalmente; o que debería de haber una varita mágica… etc, pero son minucias que no deben de manchar el magnífico resultado final).
Sin mencionar los momentos de gran espectacularidad que causaron sensación en el público (las pantallas que bajan haciendo aparecer más y más comida en los sueños de los niños, aunque en determinado momento parecen un anuncio de McDonalds, ¿la habrán patrocinado?, ¿será una referencia a Hamburgo porque los niños son alemanes?, nunca lo sabremos…) y la siempre monumentalidad que acompaña a sus montajes (aunque la Casa de chocolate no acaba de evocar bien esa forma, pero bueno, como ya digo, detalles, minucias que poco alteran el gran resultado final pues nada hay perfecto en este mundo).
En definitiva, Pelly es un gran director de escena del que no puedo esperar más para ver otro de sus nuevos proyectos, pues estoy seguro de que no decepcionará.
Así pues, todo lo que se ve en escena está genial y muy bien cuidado: desde la magnífica escenografía a un vestuario muy apropiado y encantador, que es capaz de hacer una nueva y magnífica evocación de esta ópera; consiguiendo que esta producción merezca estar entra las míticas debido al encanto de su montaje.
En lo que respecta al director musical, Paul Daniel, y su orquesta, quizás estuvieron un poco descoordinados con la escena, pues los músicos llegaban a tapar a los cantantes y parecían pelear entre sí por ver quien tenía más protagonismo. Por lo demás, muy bien.
Los cantantes cumplieron su función perfectamente, y aunque ninguna voz me resultó destacable o muy notoria, si que me agradó todo el conjunto. Tanto los principales como los coros. En definitiva, todo un gran trabajo en equipo del que el conjunto sale muy bien parado.
También comentar que, sin duda llama la atención que la bruja sea interpretada por un tenor, pero funciona asombrosamente bien.
Y por supuesto, no sobra decir, que los cantantes, además de cumplir como tales, también llegan a ser grandes actores, ¡con lo que tenemos el espectáculo completo!.
Es más, me asombró mucho que al final de la representación no hubiera más ovaciones en pie… pero ya sabemos como es el público del Real, que suelen hacer suya esa cita de Cocteau de que “Lo que caracteriza a nuestra época es el temor de parecer tonto otorgando un elogio, y la certeza de parecer inteligente haciendo una reprobación” (especialmente en el patio de butacas, a medida que se suben los pisos ya se ve mucho más entusiasmo).
En definitiva, esta producción que ahora podemos ver en el Teatro Real es muy sobresaliente y una auténtica preciosidad, todo un bombón, un dulce muy agradable a degustar y al que uno no debe resistirse, por muy a dieta que se esté, pues hay placeres por los que merece la pena sentirse culpable, y no hay duda, el “Hansel y Gretel” que se escenifica en el Real en este momento, es uno de ellos.