“La felicidad es solamente la ausencia del dolor.” A. Schopenhauer
Si existe un término más contradictorio pero definitorio en el cine, es el famoso Happy End, que no sólo nos indica la conclusión de una obra sino todo un modelo de la cinematografía comercial como del Hollywood clásico; algo que parece entender de la mejor manera el cineasta austriaco Michael Haneke, que no duda en nombrar, de forma sarcástica, su último trabajo, uno donde la decadencia y depresión, no solo hacen parte de los estados anímicos de los personajes, sino de una sociedad como la francesa, principalmente la privilegiada, que encerrada en su burbuja a punto de explotar, es manipulada por Haneke, como parte de su universo cinematográfico. El austríaco, conocido por su sombría e inquietante cinematografía, recoge en su última producción, las obsesiones, temáticas y estilo que lo han hecho conocido a nivel mundial pero además, se adentra en la autoreferencialidad ligando éste largometraje con sus anteriores obras, personajes y tono, casi, como si estuviera despidiéndose de su carrera o labrando una pausa muy bien elaborada.
El autor de Amour, La Cinta Blanca y La Pianista, no sólo vuelve a utilizar a sus actores fetiches, principalmente a su musa, Isabelle Huppert sino al siempre sobrio Jean Louis Trintignat, que parecen estar en un "universo" donde la incomunicación y el miedo, rompen con la tranquilidad de una familia o de las familias burguesas francesas, temas que ha explorado en la mayor parte de sus películas, pero que en este caso, se convierte en uno de los detonantes para hablar sobre la migración, la vejez, el miedo a la vida y el desinterés de una generación, tan dramática como superficial, como muchas de las posturas de la sociedad actual.
El guión, escrito por Haneke se centra en una familia burguesa francesa de Calais, en la cual jóvenes, adultos y ancianos parecen vivir su propio infierno de infidelidades, suicidio, miedo, desconfianza y sobre todo traumas, que simplifica a la sociedad contemporánea francesa o por lo menos, hacen un oscuro retrato de ésta.
Como si se tratara de una herencia maldita, cada personaje de esta familia, desde el patriarca, anciano y aburrido de la vida, hasta el último de los Laurent (la familia retratada) una niña de 12 años, que ha perdido a su madre y no entiende a su padre, la cual transita entre la inocencia y la crueldad de la adolescencia como de los mismos hábitos destructivos de sus familiares.
El limpio pero efectivo trabajo fotográfico de Christian Berger, no sólo se acomoda al estilo de Haneke - han trabajado en varias oportunidades-, sino que se logra traducir al contexto naturalista de la obra, sin artificios o grandes contrastes, pero aún así, en medio de dicha pulcritud fotográfica se va develando, las complejidades de una familia, tan oscura e incomunicada, que la luz sólo es un medio para informar; de todas formas, el manejo de formatos, luz natural y composición son tan efectivas como bellas, y en esto, los austriacos, Haneke y Berger, dan una excelente lección.
El montaje para Haneke es esencial, no sólo en su obviedad constructivo - narrativa sino en la expresividad que imprime en cada secuencia; Monika Willi, que además de adaptarse a esa rígida pero efectiva sintaxis del director austriaco, también logra aflorar sus propias impresiones y creatividad al empatar, unir y pegar.
Aunque, en este caso el papel de la Huppert, no salga muy bien librado, si cabe destacar el trabajo de Tringtinat y de la niña Laura Vertinent, los demás, aunque correcto, no le aportan al tono de la obra ni a la forma de la misma.
Aunque no la mejor película de Haneke, si refleja de la mejor manera sus formas obsesiones y estilo, no sólo remarcando las complejidades de la sociedad moderna, en este caso la francesa sino de los medios y lo que implica, su propia incomunicación, igualmente, el austriaco le apunta a mostrar una sociedad en decadencia, que no sólo está delimitada por sus complejidades sino por sus propias obsesiones, ya sea en las grandes élites, como lo es esta familia sino en la generalidad de una sociedad que parece verse afectada por los diversos medios y elementos presentes - redes sociales, inmigración, violencia etc.; con un final abierto y haciendo eco de posmodernidad cinematográfica, el director austriaco parece revisitar su filmografía, autoreferenciádose, y usando personajes, situaciones, argumentos o posiciones políticas - el capitalismo descarnado- presentes en su obra, como se puede evidenciar en el patriarca de la familia, las obsesiones sexuales de los hijos y las fijaciones suicidadas de esta familia.
Sin ser genial, es una película que vale la pena revisar para esos tiempos de intolerancias, redes sociales, falsas verdades y una Europa que parece aproximarse a sus edades más oscuras
Zoom in: Nominada a la Palma de Oro en Cannes
Montaje Paralelo: Haneke