Si te regalas estar presente con los ojos bien abiertos, respirando profundo en los dominios de Aphros, puedes vibrar la energía de la Tierra casi hasta electrocutarte con la fuerza del agua que baja por la montaña. Puedes sentarte en la terraza de Casal do Paço, la quinta de la familia desde el siglo XVII, en la sub-región de Lima, en Vinho Verde. Allí, bajo la sombra de una parra, conversar con Vasco Croft es entrar en una dimensión diferente a la del tiempo y el espacio lineales, mientras, la igrexa de Padreiro, nos acompaña, de cerca, linda, con un aire de ama de llaves que todo lo sabe y todo lo guarda.
Lisboeta de nacimiento, Croft es arquitecto y diseñador de objetos, educado en Londres, donde se encontró con Rudolf Steiner a la vuelta de alguna esquina (¡bloody London!) y se metió de lleno con la antroposofía. Pero no fue hasta hace algo más de 10 años que decidió hacer vino, tomó las riendas de su quinta y comenzó el diseño de un proceso de activación de todo el hábitat para volverlo sostenible y entregarlo a las generaciones futuras, que están, ahora mismo, aprendiendo y practicando de qué va esto de la permacultura, ahí arriba, en la cima de la colina, desde donde se otea entero el Paraíso. ¡Quiero que veas todo el proyecto con las primeras luces del día! reclamó. Y fui, porque necesitaba comprender de dónde, de qué energía, de qué terroir, de qué misteriosa cosa, Vasco hace el vino que hace. Un vino activador de la memoria del cuerpo y del alma, que recuerda la maravilla de ser y de ser una herramienta de conexión entre las fuerzas que suben desde la tierra (abajo) y las que son atraídas desde el cielo (arriba). Empecemos desde arriba.

En lo alto, la colina; un grupo de chicos y chicas aprenden teoría y práctica de la permacultura, alrededor de una construcción básica preexistente, acondicionada para ser cocina con un alero que da sombra y hace de comedor; mientras otra, apenas apartada, hace de aula. Te paras ahí y ves el vacío que dejó lo que arrancó porque estaba fuera de lugar, y en cambio se levantan castaños jóvenes, otras especies vegetales imprescindibles para una relación equilibrada con los animales y los insectos, el huerto, y también me pareció ver un lindo apiario. Si caminas desenroscando la colina, encuentras las instalaciones que hacen a la calidad de vida, baños sin olor, duchas con agua caliente, puntos de compost, dispuestos en el terreno como siguiendo el rastro de un espiral. Esta visión me trajo a cuento a Tanizaki, cuando en El elogio de la sombra, habla del lugar del retrete en el estilo oriental de vida, lejos de la casa principal, en medio del monte, abierto, de madera y piedra, un lugar de meditación, bello; especialmente las duchas, levantadas en una parte del camino, con pilotes de piedra (los mismos que se usan para levantar parras) me lo recordaron. Si hiciéramos un vuelo de pájaro sobre la casa, descubriríamos un dibujo parecido al de la proporción áurea con rastros humanos delicados creados a partir de lo que hay.



No le pesa el prejuicio, ni las historias “de antes” ni las “tradiciones familiares”. Sí le pesa la burocracia absurda con la que tiene que lidiar. Pero además de esto, parece que Vasco tiene claro lo que quiere hacer y para qué. La actitud con la que va transformando su entorno, no es la de estar haciendo algo para sí solamente, sino que mientras disfruta en cuerpo y alma, va construyendo un legado, algo concebido para continuar y mejorar más allá de su propia existencia.
Fuente: Observatorio de vino
Harmonia en Aphros
