Harold Bloom.
Anatomía de la influencia.
La literatura como modo de vida.
Traducción de Damià Alou.
Taurus. Madrid, 2011.
La crítica literaria, tal como yo pretendo practicarla, es en primer lugar literaria, es decir, personal y apasionada. No es filosofía, política ni religión institucionalizada. En sus autores más poderosos se trata de un tipo de literatura sapiencial y, por tanto, de una meditación sobre la vida.
Esa declaración de principios que figura en Anatomía de la influencia, el testamento crítico de Harold Bloom que publica Taurus, podría figurar en cualquiera de las otras obras de quien seguramente es el crítico más importante de las últimas décadas.
Anatomía de la influencia, el extenso ensayo que Bloom estuvo elaborando durante seis años, es su summa literaria, un amplio panorama de autores, obras, géneros y épocas que tiene como eje la reflexión sobre el concepto de influencia, sobre sus procesos y sus mecanismos, sobre la red de relaciones –a veces explícitas, a veces secretas y subterráneas- que une a unos escritores con otros.
Organizado cronológicamente en cuatro secciones que avanzan desde el siglo XVI hasta el XXI, tiene como puntos de partida a Shakespeare, el fundador, el escritor de los escritores, a cuya influencia –de Milton a Joyce, pasando por Shelley o por Leopardi- se dedica la tercera parte del libro, y a Walt Whitman, el más influyente de los escritores americanos, el poeta que representa la respuesta de la Tierra del Ocaso a la vieja Europa.
En torno a esas dos figuras centrales e ineludibles, Bloom vuelve a practicar una lúcida y apasionada forma de crítica literaria en una obra que se resume en el subtítulo La literatura como modo de vida. Porque, como señala él mismo, cualquier distinción entre vida y literatura es engañosa. Para mí la literatura no es solo la mejor parte de la vida; es en sí misma la forma de la vida, y esta no tiene ninguna otra forma.
Y en esa clave es memorable el análisis que Bloom hace de Edgar –el otro protagonista de Rey Lear-, el estudio de las elipsis en Hamlet y en La tempestad, la confluencia de voces en los sonetos, o la pervivencia del príncipe danés, que contiene en su figura a todos los hombres y mujeres, en el Satán de Milton, que pertenece a la misma estirpe visionaria de Hamlet, Yago o Macbeth, o su propuesta de entender la obra de Shakespeare como un vasto sueño, semejante a la Divina Comedia o a Finnegan’s Wake.
Porque para un escritor poderoso –escribe Bloom-, la extrañeza es la ansiedad de la influencia. La ineludible condición de lo sublime o de la alta literatura es el agón: Píndaro, las tragedias atenienses, y Platón enfrentándose a Homero, que siempre gana. La gran literatura comienza de nuevo con Dante, y prosigue con Shakespeare, Cervantes, Milton y Pope. Implícita en la famosa celebración de lo sublime de Longino –“Llenos de placer y de orgullo creemos haber creado aquello que solo hemos oído”- estaba la ansiedad de la infleuncia. ¿Qué parte es creación mía y qué parte he oído antes? La ansiedad es una cuestión de identidad personal y literaria. ¿Qué es mi yo y qué es mi no yo? ¿Dónde acaban las voces de otros y empieza la mía? Lo sublime transmite poder y debilidad imaginativos al mismo tiempo. Nos transporta más allá de nosotros mismos, provoca el misterioso reconocimiento de que uno nunca es completamente el autor de su propia obra o de su propio yo.
La ansiedad de la influencia es especialmente intensa en el campo de la poesía, porque –dice Bloom- los poetas más grandes suelen ser los más alusivos y en ellos resuenan las voces y los ecos de poetas anteriores, resucitados y modulados en una nueva voz.
Y así rastrea la presencia de Epicuro y Lucrecio en Leopardi y Shelley, en Walt Withman o Wallace Stevens, estudia la herencia de Shelley en Browning y en Yeats o califica a Ashbery, Merwin y Strand como hijos pródigos de Withman.
Una obra maestra que confirma que la función de la crítica literaria, como quería Samuel Johnson, cuya sombra benéfica flota sobre muchas de las páginas de este libro, es transformar la opinión en conocimiento y que leer, releer, describir, evaluar, apreciar deben ser la base de la crítica literaria.
Santos Domínguez