Aunque pueda llevarnos a una involución en derechos y libertades, es la campaña electoral más tediosa e insoportable, la que sigo con menos interés. Puede que este desinterés sea por saturación. Puede que sea por estar en campaña electoral de manera permanente o por tener la sensación de que candidatos y opinadores nos tratan como idiotas. O tal vez, por agotamiento. Desde el minuto uno de cada legislatura, ningún día sin la correspondiente dosis demagógica y electoralista, ningún día sin descalificaciones, mezquindad y mentiras, esas que ahora llaman fake news y que son las trolas, embustes, falacias y patrañas de toda la vida. Sí, estoy harto de los políticos, de sus disparates y de la verborrea partidaria de los tertulianos y voceros.
Tanto histrionismo retórico, me cansa. Escucho a un político por la radio y cambio de emisora. Desconecto de las tertulias políticas ante la imposibilidad de escuchar algo interesante entre tanto alboroto. En estos espacios resulta complicado encontrar hueco para los argumentos, el pensamiento y la deliberación democrática. Soy consciente de los riesgos que acarrea este desinterés y una escasa participación en los próximos comicios. Soy consciente de lo que nos espera si los involucionistas, esos del trío derechista que se esconden bajo el eufemismo bobalicón de centro derecha, se hacen con el gobierno. Sí, soy consciente, pero no cambio mis quehaceres diarios, paseos y lecturas por prestar atención a la contienda electoral. Un libro, aunque también los hay que sirven para adoctrinar y generar odio, siempre es un buen antídoto contra la estupidez. Un paseo, además de saludable, puede suponer un pretexto para eludir los catecismos electorales. Huyo, como escribió recientemente Edurne Portela, de una realidad que me asquea y me hiere, pero reconozco que no puedo desconectar completamente.
Desde hace años la dinámica de las campañas lo invade todo sin necesidad de que haya elecciones. Esto es una realidad que debería preocupar porque los mensajes, provocaciones y mentiras ocupan tanto espacio que apenas si dejan algún resquicio para la reflexión y el pensamiento sosegado. El papel de los medios, con tanta basura informativa, es bastante negligente.
Me gustaría pensar con claridad y escribir con precisión. Me gustaría descifrar por qué se apela al voto útil con tanta frecuencia. ¿Acaso hay votos inútiles? ¿Acaso votar a cualquier opción, por minoritaria que sea, no es un acto tan democrático como hacerlo por la opción secundada por millones de electores? Considero que todo voto, depositado como acto de libertad, como expresión de un análisis que ha sopesado las consecuencias, es un voto útil. Lo que parece incuestionable es que cada voto y cada abstención tienen efectos secundarios, pero esto es uno de los fundamentos de la democracia. La democracia también se construye así: con gentes que votan y otras que no lo hacen, con quienes votan pensando en su cartera o en sus miserias y con quienes lo hacen con la vista puesta en el futuro y el bien común. De alguna manera, la democracia es ponerse en manos de los otros y asimilar que todos los partidos políticos y todos sus líderes, decepcionarán. Eso sí, también somos libres de exigir responsabilidad a los que votan, según lo que votan, y a los que se abstienen. En todo caso sería conveniente considerar que los votos electorales, como los libros. nunca tienen la última palabra. Que una vez depositado tu voto, pasa a ser munición para mil interpretaciones a beneficio de inventario.
Lo dicho. Estoy harto de políticos sin ideas, de opinadores sin opinión, de patriotas de banderitas y de agoreros apocalípticos. Estoy harto de políticos incapaces, de los inmaculados, de los profesionales de la provocación y de tanto vendedor de humo. Si estoy harto, y como cantaba Serrat: Harto de estar harto, ya me cansé.