En el último medio año, desde las elecciones del 26 de junio, apenas he escrito sobre actualidad política. Un par de artículos a raíz de la crisis en el PsoE (cómo me cuesta mantener la s y la o, aunque las ponga minúsculas), que desembocó en la dimisión de Pedro Sánchez y la posterior alianza con el PP, y para de contar.
Si escribiera atendiendo a las estadísticas de audiencia debería recuperar la crítica política como tema recurrente, pues son los textos que consiguen más atención, pero es que a lo que llamamos política en este país no lo es en absoluto; siendo generoso se queda en la categoría de politiqueo, y estoy muy harto del politiqueo.
Obviamente, gran parte de culpa de esa percepción la tienen los medios de comunicación, que se pasan el día entretenidos con gilipolleces que, aun estando protagonizadas por políticos, poco tienen que ver con lo que se supone que debería ser la política. O al menos esa es mi impresión, teniendo en cuenta que para informarme no veo la tele, ni leo prensa “seria”, más allá de algunos titulares, ni ya siquiera escucho apenas la radio. Y sí, soy periodista.
En este post no voy a hacer análisis político. No voy a criticar a la organización criminal que gobierna, ni a sus aliados disfrazados de oposición, ni siquiera a ese partido que cada día que pasa sin cambiar sus siglas es un día más de humillación a los miles de obreros socialistas que murieron por defender su dignidad. Y estoy tentado, vaya si lo estoy, de soltar unos cuantos improperios. Pero no, este post no lo escribo desde la indignación, sino desde el desencanto, el que provoca la constatación de que el politiqueo lo infecta todo, incluso a quienes se suponía que llegaban para hacer saltar el sistema por los aires, para abrir puertas y ventanas y llevar la dignidad a las instituciones.
Nunca he creído que Podemos fuera el mirlo blanco de la política. No tengo carnet de ningún partido ni lo tendré nunca. Los partidos son instrumentos, no un fin en sí mismos, aunque tristemente se empeñen en demostrarlo una y otra vez sus dirigentes, sean del color que sean. El partido como medio de vida, el figurar, el sentirse y saberse “importante”, el acumular cargos que no caben en la tarjeta de visita.
Como decía, no voy a analizar hechos ni opiniones. La prensa “seria” y las redes sociales van llenas estos días de los enfrentamientos entre las corrientes internas de Podemos: pablistas contra errejonistas y viceversa. ¿Queréis que os diga qué pienso? Y si no, da igual, lo voy a decir de todos modos: que me importa una mierda lo que opinen unos y otros. No he dedicado ni un segundo a leer las propuestas de cada corriente, ni mucho menos a seguir los piques en los medios, las puyas, los tuits, los hashtags estúpidos. ¿Estamos acaso en el instituto?
Los de Podemos parece que todavía no se han dado cuenta de que estamos viviendo un momento crítico. Con los ultranacionalismos pseudofascistas (o sin pseudo) extendiéndose como ríos de lava por todas partes, con la izquierda oficial española (sí, el PsoE) definitivamente sometida a la oligarquía económica y a la derecha reaccionaria, a ellos no se les ocurre nada mejor que montar campañas en Twitter y Facebook para defender un sistema de voto u otro en el congreso del partido que se hará en febrero en Madrid. Y resulta que esas campañas memas acaban como el rosario de la aurora, proporcionando combustible día sí y día también a la caverna mediática. ¿Es que son idiotas?
De verdad, ¿es así como pretenden atraer a los millones de trabajadores puteados por la “crisis” y hastiados del politiqueo? ¿Es así como pretenden llenar el hueco de la izquierda dimitida? ¿Con hashtags?
Estoy muy harto. Decidí dejar de escribir sobre política, entre otras cosas, por la sobredosis previa a las elecciones de junio y la decepción por los resultados. No hay nada que me anime a retomar aquellos artículos militantes. Sigo militando, por supuesto. No en Podemos, ni en ningún otro partido, sino en la izquierda real, en la de la gente que aspira a una sociedad más justa, en la que se respeten los derechos humanos, los laborales y el medio ambiente.
Estamos hartos de politiqueo, insisto, hartos del postureo, del figurar, de los golpes en el pecho y las palabras vacías, del prometer la luna y acabar perdiéndose en las mismas gilipolleces insustanciales que los partidos tradicionales.
Puede que los clubs de fans de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón sean multitudinarios, que repartan carnets preciosos, plastificados, con asiento VIP en la grada de Vistalegre, pero os aseguro que los que no formamos parte de ninguno de esos clubs somos muchísimos más, y ni nuestras simpatías ni nuestros votos son incondicionales.
Yo siempre votaré opciones de izquierdas, pero el caladero de la abstención está lleno de obreros desencantados, y no creo que la clase trabajadora española sea muy diferente de la francesa o la británica, incluso de la estadounidense. ¿A qué ha quedado reducida la izquierda en esos países? ¿Quiénes han ocupado o están ocupando su espacio?
Sigan, gallitos de Podemos, sigan pavoneándose y exhibiendo espolones, sigan enfrascándose en discusiones absurdas, intrascendentes para los millones de ciudadanos que han perdido la confianza en la política, que han sido sistemáticamente traicionados por quienes decían ser sus representantes, y que han desconectado de un sistema que desconectó de ellos hace tiempo.
Ustedes sigan a lo suyo, sigan con el politiqueo.