Si las nulidades, separaciones y divorcios fueran un negocio, ahora mismo los titulares podrían estar anunciando el fin de la crisis. Pero no lo son, así que seguimos igual, o peor. Justo por debajo de la cifra de rupturas matrimoniales, que ha crecido , el Instituto Nacional de Estadística (INE) publica también la entrada de pedidos en la industria en julio (-3,5 respecto al mes anterior), la cifra de negocios (más de un punto por debajo de la de junio) y la cifra de negocios en el sector servicios, con un descenso del 0,4% respecto a julio de 2010.

El No money, no funny honey ha relegado definitivamente al castizo “contigo pan y cebolla”, que tanto consuelo regaló a resignadas parejas en los malos tiempos. Y la crisis ha dejado de ser un revulsivo del amor, aunque fuera de conveniencia. Se pone de manifiesto, entonces, que donde hay dinero hay alegría y cuando éste desaparece, deja un vacío que hay que llenar con miradas, palabras y alientos que, en muchos casos, se diluyeron hace tiempo con la primera letra del monovolumen. Tienen también las crisis algo de catarsis, de reinvención de uno mismo en medio del diluvio para seguir a flote, o al menos eso propugnan los coachers, mientras ellos también se reinventan en una versión progre e intelectual del do it yourself (hágalo usted mismo).
Con toda la familia en paro ocurre algo parecido a estar de vacaciones. Hay más tiempo libre, aunque sea forzoso y se comparte más con la familia y el roce, además de el cariño, también provoca sarpullidos en la piel y bolitas en los jerseys. De hecho, en verano aumentan los divorcios porque, de pronto, descubrimos una mañana sin despertador, en la que no hay dónde huir a trabajar, con quién estamos. Pero todo esto no debe ser un negocio.
