Como ya he insinuado en entradas anteriores (1, 2, 3, 4 y 5), mis discrepancias con la obra de Félix Rodrigo Mora se han ido tornando cada vez más nítidas, aunque sería un descuido por mi parte no reconocer también mis coincidencias -enumerarlas me llevaría un rato-. Ahora bien, aparte de lo ya comentado en esas otras entradas, aparte también de mi crítica a lo que considero por su parte una actitud en alguna medida acientífica o incluso anticientífica cuando rechaza estoicamente el darwinismo y las teorías científicas en general, y aparte así mismo de cierto pensamiento de grupo, «efecto arrastre» y «sesgo de responsabilidad externa» criticables que se estarían formando alrededor de su persona -como ya expresé un tanto groseramente en aquel comentario-, creo que todavía quedan no pocas afirmaciones respecto al problema de la violencia machista -pasadas o presentes, suyas o de otras personas cercanas a él y a su movimiento de «revolución integral»- que por regla general no han sido suficientemente analizadas. Tanto los que tienden a confiar en el juicio de Félix como los que tienden a desconfiar de él, puede que encuentren en esta crítica una manera de mejorar sus posturas. Entre la semi-idolatría y la caza de brujas está el justo medio. Empecemos.
A finales de 2011, una mujer llamada Pilar, posiblemente una de las personas que administran la página web de Félix, afirmaba que "antes de la Ley de Igualdad del 2004 había menos muertes que a raíz de ser publicada y en ascenso hasta la fecha, esto es un hecho no una idea (lo que se quiso eliminar lo fomentó)", lo cual no era cierto entonces y lo es aún menos ahora. Y aun si lo fuera, el argumento bien podría ser falaz (p
ost hoc ergo propter hoc). En teoría, incluso las mejores políticas sociales pueden actuar con un retardo de décadas, como demuestra generalmente la dinámica de sistemas. Por lo tanto, esa aseveración es doblemente errónea. Así mismo, adjuntaba un "documental" supuestamente danés sobre denuncias falsas en España tan manipulado que no sabría por dónde empezar. Pero no me hagáis caso, juzgadlo vosotros mismos. Como decía aquel eslogan, «busque, compare, y si encuentra algo mejor, cómprelo». El propio Félix, en un texto de 2012 titulado "Feminismo policíaco, feminismo fascista", añade que "desde su entrada en vigor el porcentaje de mujeres asesinadas se ha incrementado en, aproximadamente, un 50%", lo cual es fácil de comprobar, a no ser que pongamos en duda las estadísticas oficiales, en cuyo caso habría que aportar cifras alternativas de un rigor similar o cuando menos aportar alguna prueba de la supuesta manipulación. Mientras tanto, los datos del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad muestran una media de 62 asesinatos anuales durante el periodo 2005-2014, diez menos que en 2004 (recuérdese que la ley no entró en vigor hasta el año siguiente):Mujeres asesinadas por violencia machista en España
En el mismo texto de 2012, siguiendo probablemente un razonamiento parecido al del juez inhabilitado Francisco Serrano, afirma que "la gran mayoría" de los detenidos por violencia de género son "inocentes", a partir de lo cual parece concluir, invirtiendo los términos, que la inmensa mayoría de los condenados lo han sido "a partir de denuncias inverificadas, no probadas, muy a menudo presentadas por la misma policía", cuando lo más razonable sería demostrar esto último para después, si procede, afirmar lo primero. Por lo pronto, lo de "muy a menudo presentadas por la misma policía" es un poco exagerado, o una verdad a medias: en el periodo 2007-2012, el 76% de las denuncias fueron interpuestas por las propias víctimas, por sus familiares y por los servicios de asistencia(VI Informe Anual del Observatorio Estatal de Violencia sobre la Mujer 2012). También Pilar, en el post que acabamos de comentar, afirmaba bajo el llamado «efecto del falso consenso» que "hoy en día todos conocemos a alguien al que se le ha acusado en falso con la ayuda de la administración" (la cursiva es mía), lo cual evidentemente no es verdad, al menos no en el sentido de conocerlo del barrio, ni siquiera de oídas. Es cierto que conocemos algunos testimonios personales a través de Internet, pero son demasiado parciales y están poco documentados, y eso obviamente no es lo mismo que conocer de verdad casos de denuncias falsas. Soy el primero en prestarse a destapar lo que haya que destapar, pero a falta de conocer cada caso personalmente y con unas mínimas garantías de objetividad, lo razonable es creer antes a los jueces y juezas -a quienes se les presupone un mayor grado de imparcialidad- que a los propios implicados -a quienes se les presupone por principio un mayor grado de parcialidad-.
En este enlace podéis ver un juicio real. Tanto la persona que subió y tituló el vídeo como quienes lo comentan más abajo han hecho una lectura del mismo tan contraria a lo evidente, evidente al menos para mí y para los allí presentes excepto para el acusado, que, en lugar de demostrar un caso de denuncia falsa, irónicamente el vídeo nos brinda la oportunidad de ver un caso real de violencia de género, lo cual no habría sido posible si el dueño del canal no hubiera pecado de exceso de confianza. La grabación que aporta el propio acusado sobre los hechos que se juzgan, lejos de mostrarle como una persona "civilizada", son una buena prueba documental de su comportamiento. Si su defensa consistía en tirarse piedras contra su propio tejado, creo que mejor no lo podría haber hecho. La soberbia es traicionera. Dentro de lo trágico, lo bueno es que un maltratador, al menos en su máximo apogeo como tal, no suele saber que lo es, de modo que por mucho que se vea a sí mismo como una persona cabal, pacífica y empática, por mucho que se engañe a sí mismo, su comportamiento no miente. Tiene un punto ciego, un cartel pegado a la espalda que pone «violento», solo que aún no lo sabe, y puede que nunca llegue a saberlo -los programas formativos ayudan, pero tampoco hacen milagros-. Por eso los agresores se autodelatan aunque no lo quieran, e independientemente de que el juicio acabe en condena. Es más fácil mentir a los demás cuando se trata de enunciados concretos («¿fuiste tú?», «¿dónde estabas?»), que cuando se trata de ocultar la propia personalidad. Eso es lo bueno dentro de lo malo.
Si bien es cierto que la ausencia de prueba no es prueba de ausencia (argumento ad ignorantiam), lo que podemos afirmar con seguridad es que los casos de violencia de género que se abren por posibles denuncias falsas son inferiores al 0,01%. Si la mayoría de las denuncias fueran meridianamente falsas, fruto de invenciones maquiavélicas, ¿no cabría esperar que hubiera una auténtica contraofensiva judicial por parte de los denunciados, en lugar de los escasos 120 procesos iniciados en los últimos cinco años, de los cuales más de un 70% no se han podido probar? Supongo que Félix, al creer desde un principio que el porcentaje de "hombres maltratadores" es inferior al "0,0001%" del total de la población masculina, lo cual se encuentra más en el reino de los aprioris morales que en el de las pruebas objetivas -lo más probable es que "el maltrato ejercido sobre las mujeres por sus compañeros íntimos" no esté "por debajo del 5% en ningún país" (Bosch y Ferrer, 2012), cifra que coincide grosso modo con la arrojada en España por el Instituto de la Mujer-, concluye que la mayoría de los denunciados no pueden ser culpables, y que por tanto la mayoría de esas mujeres o mienten o exageran o se han dejado llevar por los cantos de sirena de las "nazi-feministas". Sin embargo, al sugerir que esas mujeres estarían cometiendo un delito al denunciar falsamente a sus parejas o exparejas, termina por criminalizar directa o indirectamente no solo a esas mujeres sino en general a todas aquellas personas que estén de acuerdo tácitamente con la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, cuando irónicamente lo único que pretendía con su crítica era visibilizar el nuevo "feminicidio" al que se estarían viendo sometidas las mujeres por parte del feminismo de Estado y descriminalizar al mismo tiempo a un supuesto género masculino perseguido por esas mismas instituciones. Es lo que se conoce como desvestir a un santo para vestir a otro. Según el médico forense Miguel Lorente -de quien Félix dice que sus libros son "repulsivos" y en los que "casi cada página es una montaña de suciedades, chismes, ignorancia autosatisfecha y bellaquerías"-, todo esto "es tan absurdo que quienes dicen que «no se respeta la presunción de inocencia de los hombres», directamente condenan sin pruebas ni juicio a todas esas mujeres como autoras de un «delito de denuncias falsas»”.
Es irónico, además, que por un lado minimice el número de denuncias verdaderas por violencia de género y por el otro afirme que "cada año se ponen en «España» unas dos denuncias diarias" contra "los cuerpos policiales por «malos tratos», torturas, cifra que quizá no sea ni el 10% de los casos realmente acaecidos, pues la gente tiene pánico a denunciar a la policía por «malos tratos» ya que se pueden encontrar con más, mucho más, de lo mismo". ¿No es razonable suponer que ese mismo "pánico" a las torturas policiales, o incluso uno mucho mayor, esté presente igualmente en un gran número de mujeres maltratadas, de manera que las denuncias interpuestas no solo no serían falsas sino que representarían solamente una pequeña parte del total?
En otra ocasión, Félix afirma que detesta "de todo corazón la orgía alcohólica fomentada desde el Estado que padece nuestra sociedad que, dicho sea de paso, mata cada año quizá cien veces más mujeres que la «violencia de género»", lo cual me parece bastante cierto -yo mismo soy abstemio, aunque por motivos puramente de gusto, y también veo con incomodidad que el alcohol sea el dueño de las fiestas-, sin embargo no repara lo suficiente en que, como dicen Esperanza Bosch y Victoria Ferrer, "el consumo abusivo de alcohol y drogas estaría presente en el 50% de los casos de violencia de género a escala mundial, oscilando entre un 8 y un 97% según el estudio", lo que parece sugerir que a mayor "orgía alcohólica" mayor tenderá a ser el número de víctimas, como al parecer estaría ocurriendo especialmente en algunos países nórdicos.
Más adelante, asegura en ausencia de referencias bibliográficas que "está probado por estudios sociológicos de gran rigor" que "las aterradoras campañas de culpabilización de los hombres que lanzan los medios de comunicación" incitan "de facto a cometer nuevos asesinatos pero, dado que lo que se busca es culpabilizar a los varones y en absoluto proteger a las mujeres, se siguen haciendo". Puesto que la carga de la prueba está en el que afirma (onus probandi), esa afirmación no tiene especial credibilidad mientras no se aporten los datos requeridos, por mucho que se añada al final de la frase la expresión "de gran rigor" (magister dixit). Por lo tanto, de momento lo de "aterradoras" no pasa de ser una opinión subjetiva del autor.
En otra parte del texto, Félix afirma con su ya habitual brocha gorda que "
el feminismo se lucra con el asesinato de mujeres, de la misma manera que la industria farmacéutica engorda con la mala salud de la población". Según él, el feminismo "está, al menos objetivamente, interesado en que siga la matanza, por eso no hace ni hará nada para frenarla, al contrario, su estrategia es echar leña al fuego, pues vive y medra a costa suya". Llegados a este punto, podemos discutir si las medidas son las correctas -quien me conoce sabe que no soy precisamente ningún adorador de las cárceles, de las leyes ni del Estado- y si los resultados son los esperados, pero afirmar que el feminismo no solo “no hace nada ni hará nada para frenarla” sino que además “su estrategia es echar leña al fuego”, es demostrablemente falso. Si hay alguien que está echando más leña al fuego en este asunto, opino que son quienes se refieren a las feministas con frases tan violentas, maniqueas y poco conciliadoras como "¡fascistas!, ¡fascistas!, ¡fascistas!". En estos últimos años creo haber aprendido que quienes usan esa clase de epítetos con frecuencia y como arma arrojadiza están más cerca de serlo ellas mismas que quienes los utilizan con moderación y como último recurso. Tanta parece ser la preocupación de Félix en este punto que llega a pronosticar para ~2016 la creación de un grupo "parapolicial y paramilitar" de feministas armadas por el Poder con la intención de reprimir a “los varones y las «mujeres macho»” anticapitalistas.Según él, el Manifiesto SCUM (1967) de la feminista radical estadounidense Valerie Solanas "es el libro inspirador de la Ley de Violencia de Género", pero pienso que esa asociación apresurada nace más del miedo que de un análisis sosegado. El feminismo que se respira tanto en el Gobierno como en el trabajo, en las casas y en las calles es la versión más ortodoxa y moderada del feminismo, uno mucho más cercano al de Wollstonecraft que al de Solanas, y ello casi siempre es así con todas las ideologías, debido tanto al efecto consenso como a la inercia de la propia historia que, salvo abruptas explosiones ideológicas, tiende a diluir las posturas más radicales como si de una «regresión a la media» se tratara, a veces para bien y otras para mal. Otra cosa, desde luego, es que en determinados círculos políticos heterodoxos y minoritarios se defienda un feminismo violento y androfóbico, pero no hay que confundir la parte con el todo. Hoy en día sigue siendo muy infrecuente que personas o grupos como el Partido Feminista de España defiendan o actúen como si defendiesen que "a las hembras con sentido del civismo (...) solo les queda derribar al gobierno, eliminar el sistema monetario, instaurar la automatización completa y destruir al sexo masculino", como decía Solanas. Además, ¿no es un poco desproporcionado estar tan preocupados por unos cuantos colectivos misándricos cuando existen entre nosotros colectivos misóginos desde hace siglos, los cuales, si no me equivoco, no se llegan ni a mencionar en ninguno de los textos de Félix? Un dato: alrededor de un 1% de los europeos y europeas piensa que la violencia contra la mujer es aceptable en cualquier circunstancia.
En otro parte del artículo, el autor sugiere que las “féminas policías” son “más agresivas a menudo (…) que sus colegas varones”. Tampoco en esta ocasión parece basarse en estudios que hayan analizado el comportamiento agresivo de una muestra significativa de hombres y mujeres, sino en experiencias personales y testimonios de terceros que, si bien siempre vienen bien para diversificar las fuentes, hay que reconocer que por sí solos no suponen una verdad lo suficientemente sólida como para sentar cátedra. Incluso en el caso de que fuera cierto y se pudiera demostrar mínimamente y ante los demás más allá del «a mí me pasó» o del «me lo han contado» -pues ya sabemos lo poco fiables y extrapolables que suelen ser la mayoría de nuestras experiencias personales en comparación con los estudios controlados-, todavía sería criticable el hecho de que, siendo igualmente cierto que algunos hombres policías son a menudo más agresivos que sus compañeras, Félix haya preferido centrarse en el caso contrario, creando así una imagen distorsionada de la realidad.
En otro texto ya citado, deduce que la discriminación laboral hacia las mujeres embarazadas hasta el punto de llegar al despido se debería en primer lugar no a la búsqueda psicópática del máximo beneficio como objetivo empresarial o al machismo de sus jefes e incluso jefas implícito en el propio sistema económico capitalista, sino a una supuesta y creciente heterofobia "interesadísima en la lesbianización de las mujeres". Ahora bien, aun en el improbable caso de que esa fuera una de las causas, es difícil imaginarse que se encontrara entre las más importantes.
En un artículo de 2012 colgado en la página de Félix, Rafael Palacios, más conocido en el mundo de las teorías conspirativas como Rafapal, afirma que “la mayor parte de los asesinatos” ocurren “en parejas inmigrantes”, lo cual, aparte de falso en términos absolutos -lo que sí es cierto, en términos relativos, es que una mujer inmigrante tiene más probabilidades de ser maltratada y/o asesinada por su pareja que una mujer nacida en España-, es una afirmación que nace de algún estereotipo xenófobo previo y no, al parecer, de un sano interés por los datos y las personas que hay detrás de esos datos. De hecho, cerca del 80% de las mujeres que llaman al 016 en busca de ayuda y consejo son españolas (VI Informe). Por otro lado, Rafapal afirma sarcásticamente y con cierto reduccionismo histriónico que toda "la culpa es del machismo. Ni de las drogas, ni del ambiente del hampa de la prostitución ni, por supuesto, de un tipo de amor sadomasoquista", incurriendo de esa manera en lo que se conoce como los mitos de la marginalidad y del masoquismo.
A finales de 2014, un comentarista llamado Alex, seguidor de Félix y amigo suyo según me contó, haciendo unas cuentas rápidas con la cabeza afirmaba que "en 10-15 años", de denunciarse todos los casos de violencia machista, "faltarían hombres en España para conseguir las cifras de procesados que la izquierda, el feminismo y el Estado consideran como correctas". Dado que a) de media se interponen unas 132.000 denuncias anuales en los juzgados de España, b) que en Europa solamente un 14% de las mujeres comunica a las autoridades "el incidente más grave de violencia por parte de la pareja" (FRA, 2014) y c) que la mayoría de las veces se ejerce una "violencia leve" que pasa desapercibida a los medios de comunicación y a los vecinos, en el supuesto de que las denuncias se multiplicasen por ejemplo por cinco hasta cubrir todos lo casos, obtendríamos una cifra de 660.000 denuncias al año, un total de seis millones y medio en diez años. Ahora bien, una cosa es el número de denuncias y otra el número de denunciados únicos. En la teoría y en la práctica, un mismo hombre puede tener más de una denuncia, de su pareja actual y/o de sus parejas anteriores, así como de terceros, de manera que no es prudente deducir con ligereza una cosa de la otra -gracias, Manu, por orientarme en este asunto-. Desafortunadamente, hoy por hoy "no se dispone de información sobre los casos en que, para una misma víctima, se interpone más de una denuncia independientemente del origen de la misma" (VI Informe). Aunque podemos especular un poco. Suponiendo que a cada presunto agresor se le interpusiesen en promedio 1,5 denuncias y no solamente una como supone Alex -una especulación razonable, a juzgar por las reincidencias-, el número de denunciados únicos se reduciría hasta los 88.000, en lugar de los 132.000 que se suponía al principio, es decir, un 33% menos.
Si no me equivoco, Alex consideraba que si fuéramos añadiendo seis millones y medio de supuestos maltratadores únicos por cada década (660.000 denuncias x 10 años), en dos o tres décadas nos encontraríamos con que toda la población masculina mayor de edad, unos 18 millones, habría sido denunciada alguna vez en su vida, pero obviamente ese cálculo no tiene en cuenta a) lo que acabo de comentar, b) que es poco probable que algún día las denuncias se dupliquen por cinco; más bien al contrario, al parecer cada vez se denuncia menos y se retiran más denuncias, c
) que las poblaciones se renuevan periódicamente, tanto a través del ciclo de nacimientos y defunciones (todos los años nacen y mueren en España unos 200.000 hombres respectivamente, aunque lo primero cada vez menos que lo segundo) como de la emigración-inmigración, de modo que una parte de esos dieciocho millones de varones ya no serían los mismos, y por tanto el número de denuncias habría que compararlo no con los 18 millones de hoy sino con los 18 millones de hoy más las personas que se habrían ido incorporando a la sociedad durante ese tiempo.¿Es sexista la obra de Félix? Para responder a esta pregunta primero conviene aclarar dos cosas: 1) que por su «obra» me refiero también, si bien de manera algo difusa y gradual, a todos aquellos textos, eventos, colectivos, blogs y páginas de redes sociales que se derivan de ella y que de algún modo formarían parte de la misma; 2) que ninguna obra es cien por cien sexista o cero por cien sexista, y que, aun cuando consideráramos que contiene algunas actitudes que podrían llamarse sexistas, ¡que tire la primera piedra el que esté libre de todo sexismo! (Sin ir más lejos, por pereza y por estética muchas veces empleo el masculino genérico, incurriendo así en cierto grado de sexismo lingüístico). En caliente o en privado es fácil acusarnos mutuamente de machistas, pero en frío y por escrito conviene ser más cuidadosos a la hora de etiquetarnos, entre otras razones porque a) detrás de las palabras siempre hay personas con sentimientos y b) no hay dos machismos iguales. Dos indicios que me hacen inclinarme más por el sí que por el no, aparte de los ya recabados, es que cuando Félix critica a alguna personalidad política parece que hace más hincapié en su género cuando es mujer que cuando es hombre. Al menos en este texto de 2009 y en el de 2012 lo hace. El otro indicio surge de la constatación, hasta donde yo sé, de que a lo largo de su extensa obra apenas pueden encontrarse referencias a las graves consecuencias que produce la violencia machista más allá de algunas condenas generales y ocasionales, como por ejemplo cuando se refiere de pasada "al terrible problema de la violencia contra las mujeres" o cuando habla del patriarcado no como una "consecuencia de la perfidia de los hombres" sino más bien como un régimen impersonal "creado históricamente por los Estados" y por tanto neutral en cuanto al género. Pero denunciar una cosa nunca ha sido garantía suficiente de que uno no pueda formar parte al mismo tiempo de ella, aunque sea parcial e inconscientemente. Hasta las personas racistas suelen estar en contra del racismo, sobre todo cuando les afecta a ellas. Una posible objeción a este argumento, que como todo buen argumento debe ser falsable en la medida de lo posible, es que el hecho de que una persona no hable de un tema no quiere decir necesariamente que esté en contra o que no le importe. Sin embargo, aunque es cierto que los seres humanos no podemos hablar de todo en todo momento, no lo es menos que si una persona no dice o no hace gran cosa acerca de la esclavitud animal, por ejemplo, lo más razonable es suponer que su nivel de preocupación al respecto, al menos en ese momento, es cuando menos bajo.
Si uno no solo ve géneros sino sobre todo personas, lo esperable entonces sería que nos preocupáramos en mayor medida, sin caer en victimismos y paternalismos de ningún tipo -victimismo también es decir que "l
a satanización del varón heterosexual y del sexo heterosexual es uno de los rasgos más destacados (...) de nuestro tiempo"-, por aquel colectivo de personas que se encuentra, actualmente e independientemente de las causas, en una situación social más desfavorable -como cuando alguien pierde la casa, cae enfermo o no tiene comida-, y no tanto por una supuesta persecución de los hombres y del sexo heterosexual en el mejor de los casos minoritaria. También sería de esperar que se recordaran no solo los perjuicios de un feminismo mal enfocado o estatista, sino también y quizá en mayor medida los perjuicios del machismo y el patriarcado de toda la vida, que se cobra un número infinitamente mayor de vidas y tragedias familiares en España y fuera de ella -en el resto de Europa no están precisamente mejor- y que, no lo subestimemos, no se trata de ningún "viejo patriarcado" como si ya estuviera superado y otro nuevo lo hubiera reemplazado prácticamente ex nihilo. ¿Dónde queda la empatía, la compasión, el deseo de compartir el sufrimiento ajeno y sacar la injusticia a la luz? Apenas lo he visto en su estoica revolución «integral» -palabra en ocasiones totémica más fácil de decir que de practicar-, tan centrada en los deberes que descuida los derechos, principal razón de mi distanciamiento. ¿Que las mujeres "se emancipan a sí mismas" y entre iguales, si así lo quieren ellas, y no nosotros? De acuerdo, nada que objetar y mucho que alabar, pero siempre y cuando se rechace el paternalismo, el dirigismo e incluso el mesianismo implícitos en la afirmación "lo que necesitamos es un movimiento de liberación de la mujer (...) que, sobre todo, se adscriba a la estrategia de revolución integral y estimule a las mujeres a ocupar los puestos de más peso, significación y responsabilidad en ella".En noviembre de 2014, María del Prado Esteban afirma que el grueso de la historia académica "ignora la realidad de que la mujer ha sido víctima, co-responsable del patriarcado y verdugo de sí misma al mismo tiempo (igual que el varón), y al obviar esa evidencia se la convierte en objeto de la historia, negándola su función de sujeto". Pero eso es como decir que al hacer constar la desigualdad y las relaciones de poder existentes entre el esclavo tradicional, el trabajador asalariado, el contribuyente, el votante, el preso, el siervo, el no blanco, el pobre, el loco, el apaleado, el inconformista, el niño maltratado en casa, el niño marginado en la escuela, el alumno, la mujer, el extranjero, los pueblos conquistados, los animales no humanos y sus respectivos dominadores, estamos subestimándolos, privándolos de toda responsabilidad, pero nada más lejos de nuestra intención. Más bien al contrario. Una cosa es describir y otra prescribir. Una cosa es que la estratificación social y la estratificación de género existan y hayan existido, si bien no siempre y en todas partes, y otra cosa es cómo combatirlas. Cuando un empleado trabaja sin remuneración veinte horas extras a la semana para no perder el trabajo, ¿es exactamente “igual” de verdugo que el dueño de la empresa? Cuando las mujeres llevan velo ya sea voluntaria o involuntariamente, ¿son tan verdugos como los hombres que las fuerzan a ello? Evidenciar la desigualdad no significa necesariamente delegar la lucha en el Estado y en la libre empresa (non sequitur). Precisamente sacando la opresión a la luz buscamos que el oprimido que hay en nosotros tome conciencia por sí mismo y no vuelva a dejar su libertad en manos de terceros. Huelga decir que yo tampoco creo que la igualdad de género pase necesariamente por la incorporación de la mujer al «mercado laboral», el «sufragio femenino» y el ingreso en las Fuerzas Armadas. Más bien es el hombre el que debería igualarse a la mujer saliéndose de todas esas instituciones patriarcales y favoreciendo el matriarcado, aunque, mientras tanto, es comprensible e incluso loable que se esté dando el fenómeno inverso. Si un entrenador puede entrenar a mujeres, ¿por qué una entrenadora no iba a poder entrenar a hombres?
Conclusión: Creo haber probado con suficiente detalle que la difusión y la singularidad de los textos de Félix Rodrigo y amigos dentro del mundo libertario, al menos por lo que se refiere a la cuestión de género, son inversamente proporcionales a su rigor. Como demuestra el «efecto de Von Restorff», a veces lo que destaca por encima de la media, para bien o para mal, es más recordado y comentado que aquello que se mantiene dentro de márgenes más prudentes. Algunos de los argumentos que se han esgrimido y que probablemente se seguirán esgrimiendo pertenecen menos al reino de los hechos y de la verdad, como tanto tienden a insistir quienes los sostienen, que al de la mera opinión no experta. Si bien soy de la opinión de que no debe haber «expertos» entre iguales -y todos somos potencialmente iguales en lo esencial-, sí debemos en cambio tratar de defender nuestras ideas con tanta convicción como especialización tengamos en esa materia, intentando siempre no caer en el exceso de confianza. Y eso, a mi juicio, ha estado lejos de ocurrir en esta ocasión. Si, como creo haber evidenciado siquiera parcialmente -de los sesgos de confirmación, de desconfirmación, de información, del experimentador, del punto ciego e incluso del efecto Keinshorm no me libro ni yo-, Félix ha sido entre bastante descuidado y muy descuidado en este tema, cabe preguntarse qué otros «descuidos» podrían estar esperándonos a poco que analizásemos críticamente el resto de su obra. Espero equivocarme y que este sea uno de esos casos en los que se puede afirmar con orgullo que del hecho de que existan unas pocas manzanas podridas no se deduce que el resto de la cesta también lo esté. Buen fin de semana.