Que Tinder vaya a dar a las mujeres la opción de que sean ellas, y sólo ellas, las que inicien conversaciones con sus matches, era cuestión de tiempo. Y de dinero. Y de datos. Y de liderazgo. Pero vayamos por partes. En enero de 2018, Mandy Ginsberg se convirtió en la directora ejecutiva del Match Group, un conglomerado del ligar de alcance planetario en el que sus principales nombres (entre las casi 50 marcas que operan) le sonarán: Match (dirigido durante cinco años por Ginsberg), Meetic, OKCupid y Tinder.
Una de las principales metas de Ginsberg hasta ahora ha sido convertir las apps de ligue a su cargo en “espacios más amigables para las mujeres”, y el cambio en Tinder -aún sin fecha- es un reflejo de esas intenciones. Tambien es algo copiado de su principal rival, Bumble, una app fundada por Whitney Wolfe. Bumble tiene entre 20 y 22 millones de usuarios en cualquier momento -las apps de citas renuevan parte de su población constantemente, por motivos obvios-, se define como “app de ligue 100% feminista” y entre sus características se encuentran: la imposibilidad de que un hombre inicie contacto, verificación de identidad, mil posibilidades de reportar a los hombres que se extralimiten y hasta campañas para que los tipos no se pongan fotos de perfil sin camiseta… Bumble es un éxito absoluto, unas de las apps con mayor porcentaje de usuarias (un 55%), y algo que Match Group quiso comprar, sin éxito, hace unos meses.
Sin éxito en parte porque Whitney Wolfe no es sólo una de las CEO favoritas de la prensa ahora mismo -y metemos en el mismo saco a Forbes y a Vogue-, sino que fundó Bumble después de haber cofundado Tinder. Para ser exactos, después de haber confundado Tinder; después de haber sufrido acoso sexual por parte de Justin Mateen, otro de los cofundadores de Tinder; y después de haber llegado a un acuerdo de al menos un millón de dólares por no seguir adelante en el juicio contra Mateen y Sean Rad, el otro fundador de Tinder. Claro que no va a vender Bumble.
Con semejante tracción y visibilidad, Bumble es una amenaza para Tinder. Y Tinder supone cerca de un tercio de los ingresos de Match Group. O, dicho de otro modo, Tinder es un negocio de más de 2.500 milones de euros al año. Que Tinder haga con Bumble lo que Instagram (y Facebook y Whatsapp) han hecho con Snapchat es normal en Silicon Valley.
Pero que Tinder también se pase a esto demuestra que funciona, y subraya eso que decía Ginsberg: las apps de ligue para parejas heterosexuales necesitan reflejar mejor lo que quieren y buscan las mujeres. Bumble cree haber dado con una de las claves -aunque todo su ecosistema gira en torno a esa clave, no se trata sólo de una pequeña feature llamada “ellos no pueden iniciar conversaciones”-, y Tinder quiere empezar a experimentar con ella. Como opción, eso sí: lo que en Bumble es algo por defecto (y que define la filosofía de la app que, parafraseando, empieza por “mujeres, pese a lo que os diga la norma social no hay nada malo en que la iniciativa la llevéis vosotras”), en Tinder se convertirá en un opt-in: serán las usuarias las que decidan si quieren usar esa posibilidad. Es decir, suena a gancho comercial para atraer al público de Bumble y, también, a experimento de big data, para ver cómo reaccionan y operan los perfiles que opten por la característica.
Bien es cierto que Tinder -que lleva años evitando definirse como app de citas- ya había creado alianzas y espacios femeninos. En 2016 se asociaron con Hey! Vina, una red exclusiva para mujeres que quieran hacer amigas y planes, por ejemplo. Más o menos al mismo tiempo que Bumble lanzaba Bumble BFF, con la misma idea.
También, dentro del Match Group, Match y OKCupid han experimentado (con muy buena respuesta) con ideas similares. Y la propia Ginsberg sabe que el futuro de su negocio pasa por convencer a las mujeres de que ahí, en lo virtual, van a tener más herramientas para filtrar babosos y machitos que en cualquier espacio real. Es una batalla en la que en un lado de la balanza están en juego miles de millones de euros a disputarse entre Bumble y Tinder… Y en la otra una masculinidad fragil y tóxica como la que salió a la luz hace unos días con el (inexistente) caso Blablacar que no beneficia a nadie. ¿Usted por quién apuesta?
Fuente: revistavanityfair.es