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Hathaway todoterreno: Yo creo en ti (Call Northside 777, 1948)

Publicado el 25 mayo 2015 por 39escalones

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De todos los mal llamados artesanos del cine clásico, aquellos directores considerados de segunda fila que hacían un cine de encargo en nómina de los grandes estudios, y a cuyas películas no se les presupone ningún aporte personal o visión de autor, Henry Hathaway destaca como uno de los más versátiles y efectivos, con especial predilección por el western, el cine bélico, las películas de aventuras (en tierra, mar y aire, en selvas, desiertos y montañas, en la época contemporánea o en la era colonial) y el género negro. Yo creo en ti (Call Northside 777, 1948) es un drama de investigación periodística basado en un hecho real, a partir de crónicas, noticias y reportajes de la época.

Hathaway recurre a imágenes de archivo, mezcladas con tomas expresamente rodadas para la película, y a una voz en off introductoria, para, en primer lugar, declarar su cinta como un homenaje a la ciudad y a los periódicos de Chicago, y, posteriormente, situar la realidad de 1932, cuando comienzan los hechos. En plena era de la Prohibición, los asesinatos se suceden, y la policía se ve desbordada. El juego y el contrabando de licor priman por doquier, y los enfrentamientos entre bandas son el pan de cada día. En este contexto, dos delincuentes de poca monta, ambos de origen polaco, son arrestados, procesados y condenados a 99 años de cárcel por el asesinato de un policía, acaecido en una tienda de verduras que operaba clandestinamente como centro de reparto de alcohol. La debilidad de sus testimonios, incongruentes y vagos, contrasta con la seguridad de la dueña del local, que les identifica y que resulta ser la única prueba concluyente de cargo. Once años más tarde, la madre de uno de ellos, Frank Wiecek (Richard Conte), convencida de la inocencia de su hijo, publica un anuncio en el periódico en el que ofrece una recompensa de cinco mil dólares que ha ahorrado fregando suelos a quien tenga información para lograr su exculpación de Frank (el título original de la película hace referencia al teléfono al que devolver la llamada). El anuncio llama la atención de Kelly (Lee J. Cobb), el redactor jefe del periódico, que pone a McNeal (James Stewart) a trabajar en el asunto. Inicialmente escéptico, incluso burlón en los interrogatorios a los implicados, se limita a escribir artículos sensibleros que despierten la compasión de la masa de lectores. Cuando, sin embargo, se convence de la inocencia de Wiecek, se lanza a investigar el caso a fondo para lograr que salga de la cárcel.

Henry Hathaway apuesta por retratar la historia desde la perspectiva del periodista. Ello implica abandonar el que, probablemente, sería el punto de vista más interesante de la historia: la vida de un acusado injustamente que lleva más de una década en prisión, los efectos de su condena, su día a día, la relación con su familia o con sus compañeros de encierro. Estos aspectos se nos muestran parcialmente y de manera inequívocamente favorable a Wiecek (tanto su familia como sus compañeros de celda, o incluso el personal de la cárcel y el alcaide, están por su inocencia), lo que elimina cualquier suspense sobre su culpabilidad o inocencia. Del mismo modo, la investigación no lleva a McNeal al descubrimiento de los verdaderos autores, sino a la demostración de la falsedad del único testimonio contra los condenados, sin que quede, por tanto, esclarecido realmente el crimen. Así pues, no hablamos de un drama criminal, puesto que el crimen en ningún momento se aclara, sino en una crónica del trabajo periodístico, con algunos apuntes de drama social y ciertos tintes documentales, que reflejan tanto el trabajo de los periodistas como algunos aspectos de la tecnología empleada en la prensa de aquellos (como el “artesanal” servicio de transmisión fotográfica).

Correctamente interpretado, James Stewart se presta una vez más a su imagen de americano tipo, ejemplar depositario de los valores eternos de la democracia americana, resultando mucho más interesante su caracterización en los primeros compases del filme, cuando se trata de un periodista escéptico, cínico y algo desencantado. Lee J. Cobb cumple con su eficiencia habitual, y Richard Conte deja a un lado sus característicos papeles de sinvergüenza sin escrúpulos para incorporar a un personaje desvalido pero íntegro, orgulloso, leal, empeñado en proteger la dignidad de su familia. En este punto, la presentación de la madre, que Hathaway sitúa en un gran edificio administrativo, fregando los suelos una vez cerrado al público, arrodillada en la escalera, hablando con un Stewart situado en un plano superior, y la posterior evolución de la secuencia, cuando ella se incorpora y cuenta al periodista su historia, es uno de los momentos más apreciables del metraje.

El apartado más controvertido del guion, sin embargo, es el misterio que rodea a la primera inculpación de Wiecek. La película no puede saltarse las líneas rojas de la autocensura de los estudios, de ahí que busque la manera de construir una trama de corrupción política sin que se la acuse, con o sin razón, de defender la subversión del orden constitucional, en un momento además en que el Comité de Actividades Antiamericanas campa a sus anchas por la vida pública americana. Por tanto, el guion atribuye las responsabalidades delictivas con extremo cuidado, salvando en todo momento el papel de la justicia y de la policía, dejando que determinados personajes estratégicos en el esclarecimiento de la trama “mueran” en el intervalo de tiempo entre la encarcelación de Wiecek y la revisión de su caso, quedando fuera del desarrollo de la trama, y haciendo que sea la fatalidad de una coincidencia de indicios y apariencias, pero en ningún caso la mala voluntad de la ley y el orden o de sus agentes, la que provoque la prisión de dos inocentes, y limitando el concurso de la corrupción y el incumplimiento de la ley por quienes juran defenderla a aspectos accesorios, nunca presentando rostros o nombres concretos como culpables de infringir la ley. La película, en suma, no carga las tintas, se limita a dibujar un escenario genérico o hipotético, y renuncia a exprimir las últimas responsabilidades. Incluso en más de una ocasión presenta abiertamente alegatos acerca del buen papel de la policía y de los jueces frente a la delincuencia.

Una obra, por lo tanto, que, enmarcada dentro de ese subgénero de cine periodístico consistente en la investigación llevada a cabo por un periodista para la liberación de un inocente encarcelado, posee fortalezas y debilidades, algunas de las cuales tienen que ver con lo limitado del presupuesto y el necesario recurso a la elipsis. Así, algunos tramos decisivos de la investigación se liquidan por este medio (la forma de conseguir la fotografía crucial, algunos testimonios que se dice tener pero cuya recogida no aparece en imágenes, ciertas claves de los hechos enunciadas pero en ningún momento vistas o contadas por testigos directos…), mientras que el objetivo de la trama parece ser la reivindicación del periodismo como labor de servicio público. En todo caso, un producto al que Hathaway imprime un ritmo vigoroso y sobrio, y de acabado solvente a pesar de las preguntas que plantea y de su renuncia a obtener respuestas.


Hathaway todoterreno: Yo creo en ti (Call Northside 777, 1948)

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