Para variar un poco, en esta ocasión se me ocurrió documentar gráficamente algunos de los aspectos logísticos necesarios para llevar a cabo un viaje de estas características. Amén de los transfer y desplazamientos entre aeropuertos y ciudades, de los que no dispongo de fotografías en la mayoría de los casos, en este viaje de tres semanas de duración hemos paso de la tierra a los aires, de los aires a los mares y viceversa.
El viaje comenzaba levantándonos a las cinco menos cuarto de la mañana, ya que nuestro avión tenía previsto despegar a las siete y veinte de la mañana del aeropuerto de Parayas en Santander. Era el comienzo del tan ansiado viaje de invierno, un Bombardier CRJ1000 de Air Nostrum nos llevaba puntual hasta el aeropuerto de Madrid-Barajas donde nos esperaba nuestro siguiente vuelo. Con el elevado precio que pagamos por el pasaje, bien podrían habernos ofrecido un zumo.
Un vuelo de apenas 50 minutos que pasó volando (y nunca mejor dicho)
En Madrid nos esperaba en la T4 satélite un Boeing 767 de British Airways que nos trasladaría hasta el aeropuerto londinense de Heathrow para tomar el siguiente vuelo. Afortunadamente teníamos un margen de casi tres horas, y que mira por donde nos vino de fábula ya que el vuelo de Madrid acumuló un retraso de casi dos horas.
Avanzando por una calle de rodadura en busca la pista 36L del aeropuerto de Barajas
El vuelo de dos horas y media fue muy cómodo y pasaron en un par de ocasiones con agua o refrescos
En la aproximación al aeropuerto de Heathrow pudimos disfrutar de unas maravillosas vistas de Londres. En estas se aprecia muy bien el O2 o el Millenium dome y los grandes jardines de Greenwich
En el centro de la imagen se puede apreciar el rascacielos "The Shard", el edificio más alto de Europa con sus 310 metros de altura. Diseñado por el premiado arquitecto Renzo Piano, el edificio levantado en la orilla sur del Támesis será un hotel de cinco estrellas, apartamentos de lujo y oficinas.
Desde la ventanilla de mi asiento tuve un observatorio privilegiado de Hyde Park y Kensintong Gardens, y también de Buckingham Palace y Green Park. Desde el aire se puede ver lo verde que es Londres.
Panorámica del centro de Londres.
La espera en Heathrow fue escasa debido al retraso en el vuelo anterior. Mientras esperábamos al embarque aproveché a fotografiar al Boeing 747 de British Airways que nos llevaría volando hasta Los Angeles. Como dato, en primera clase embarcó el modelo español Andrés Velencoso.
De poco tiempo dispusimos para aburrirnos en la puerta de embarque de nuestro vuelo a LA
Me pareció bastante justa la separación entre asientos en este Boeing 747 de la British Airlines
Afortunadamente nosotros reservamos la primera fila con lo que el espacio era más que generoso
A las dos horas de vuelo, la tripulación comenzó a servir la cena. Debo reconocer que el catering tenía una calidad muy buena. En nuestro caso elegimos unas pechugas de pollo al limón con salsa de comino, ensaladilla de patata y un mousse de postre, todo regado con un vino blanco.
Después de cenar me di unos paseos por la cabina para estirar las piernas
Mi pantalla individual indicaba que nos encontrábamos sobrevolando los Pasajes del Noroeste de Canadá y la Bahía de Hudson. Como era de prever, a finales de enero debería estar totalmente congelada y ser un territorio de caza del oso polar pero....¿que se apreciaría desde la ventanilla a 11.000 metros de altura? Unas horas antes habíamos sobrevolado justo por encima de la capital de Islandia, Reykjavik, y algo más tarde por Groenlandia.
Y así fue, toda la superficie se encontraba totalmente helada y se apreciaban grandes grietas en el hielo
Y el mismo paisaje helado nos acompañó durante mucho tiempo
Las horas de vuelo comenzaban a pasar factura a la mayoría de los pasajeros, y a pesar de que al volar hacia el oeste íbamos siguiendo al sol y no acababa de anochecer, la mayoría optaba por bajar la cortina de la ventanilla para intentar dar alguna cabezada. De paso la tripulación aprovechó también para apagar las luces de cabina para facilitar el descanso.
Y después de unas largas once horas de vuelo, por fin teníamos a Los Ángeles a nuestros pies. Resulta absolutamente impresionante contemplar desde el aire la enorme extensión de esta macro urbe toda iluminada por la noche. Las calles y avenidas iluminadas se pierden en el horizonte.
Después de pasar el control de inmigración en el aeropuerto de Los Ángeles, recogimos las maletas de la cinta y tocó hacer cola otra vez para pasar un segundo control de seguridad. Un par de preguntas más y pudimos poner nuestros pies en los Estados Unidos.
Llevábamos ya 24 horas desde que nos habíamos levantado en Santander, y después de tantos vuelos, aeropuertos y esperas, en mi caso un par de cabezadas en el avión no habían bastado para descansar lo suficiente. Pero todavía quedaba ir a recoger el coche de alquiler (un flamante Toyota Camry con navegador), y para ello tuvimos que tomar un autobús gratuito de Herz que nos llevó hasta las oficinas de alquiler más grandes que jamás había visto en mi vida. La recogida del coche no llevó demasiado tiempo, pero la noche ya se había echado encima hace tiempo, y a pesar de que el coche llevaba navegador, aún nos quedaba desplazarnos hasta Long Beach, a través de las enormes y desconocidas autopistas de Los Ángeles.
Y con el cuerpo agotado de un día excesivamente largo y de tantos desplazamientos, por fin llegábamos a Long Beach, al hotel The Queen Mary que sería nuestro hotel y nuestro remanso de paz en nuestra recorrido por Hollywood, Santa Mónica, Beverly Hills y la propia ciudad de Los Ángeles.
La habitación (camarote) del Queen Mary, nuestro lugar de descanso
Este fue el Lincoln Town car que nos trasladó desde el hotel The Queen Mary en Long Beach hasta la terminal de cruceros del puerto de San Pedro en Los Ángeles.
En la terminal de cruceros del Puerto de San Pedro, en Los Ángeles, a punto de realizar el check-in
A punto de embarcar en el "Sapphire Princess" rumbo a las islas de Hawaii. Sería nuestra "casa" durante los quince días que estuvimos embarcados conociendo esta parte tan lejana del mundo.
Una vez acabado el crucero otro transfer que habíamos reservado por internet nos trasladó desde el puerto hasta el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. Allí teníamos que embarcar en un vuelo con destino a la ciudad de Chicago, donde íbamos a pasar un par de días conociendo la ciudad. Mientras esperábamos la salida del vuelo consulté el correo electrónico por primera vez en el viaje, y fue cuando tuvimos conocimiento por medio de un e-mail que Iberia nos había cancelado el vuelo que tres días después debería llevarnos desde Chicago a Madrid. Mientras tanto embarcamos en este Boeing 737 de American Airlines que en cuatro horas de vuelo nos trasladó hasta la Ciudad de los Vientos.
Una vez recogidas las maletas en el aeropuerto de Chicago acudimos al mostrador de American Airlines para que nos buscaran una alternativa a la cancelación de nuestro vuelo de Iberia. Después de arduas comprobaciones en busca de una solución para volar el mismo día que teníamos la reserva, finalmente ésta se dio en forma de dos vuelos más con American Airlines: el primero de Chicago a Nueva York, y ya desde la Ciudad de los Rascacielos, y tras otra espera de tres horas, un nuevo vuelo de siete horas de duración nos trasladaría hasta el aeropuerto madrileño. Ya con el tema de los vuelos solucionado, y una vez arreglados los nuevos horarios con los transfer que ya llevábamos reservados,pudimos disfrutar de la maravillosa ciudad de Chicago, que por cierto el primer día nos recibió con ocho grados bajo cero, por lo que el Lago Michigan estaba congelado. En Chicago nos alojamos en el hotel The James, un estupendo y céntrico hotel situado junto a la Milla Magnífica que nos permitió descubrir cómodamente y a pie esta increíble ciudad.
Fantástica habitación en el The James de Chicago
Una vez aterrizamos en Nueva York aprovechamos las tres horas de duración de la escala para curiosear por las tiendas duty free y tomarnos tranquilamente unos vinos blancos californianos mientras esperábamos la salida del siguiente vuelo. Embarcamos en un Boeing 757 de American Airlines que nos llevó, por fin, a España, aunque todavía teníamos el vuelo de Madrid a Santander en el aire. Durante el vuelo nos sirvieron la cena, en nuestro caso elegimos lasaña de carne, y también una botellita de vino para ver si me potenciaba el efecto de la pastilla para dormir. Pero ni por esas, ni una mísera cabezadita.
Después de cenar apagaron las luces de cabina para facilitar el sueño a los pasajeros, aunque desafortunadamente no fue mi caso. El presunto sistema de entretenimiento con las pantallas comunes de este Boeing 757 es de lo más incómodo, básico y poco entretenido que he visto.
Poco antes de aterrizar a las 8 de la mañana en Barajas el personal de cabina nos sirvió el desayuno.
Y por fin aterrizamos en la terminal satélite del aeropuerto de Barajas. Y digo por fin no sólo por los trastornos y lo accidentado del viaje de retorno a España sino que, para culminar, cuando íbamos a tomar tierra en la pista de aterrizaje, alguna racha de viento cruzado debido al mal tiempo o que quizás el comandante no hiciera bien la maniobra (vaya usted a saber), justo instantes antes de que el tren de aterrizaje contactara con el asfalto de la pista abortó la maniobra y dio potencia a los motores volviendo bruscamente a elevar el avión. Resultó curioso el absoluto silencio que se hizo de repente en la cabina del avión a pesar de las explicaciones que el comandante dio por megafonía. Se podía escuchar el vuelo de una mosca.
Una vez en Barajas nuestros temores se hicieron realidad. Nuestro vuelo de Air Nostrum estaba cancelado debido a la huelga de Iberia, y la alternativa fue esperar al primer vuelo que despegaría a las 17:35 horas. Es decir, ocho horas de tortuosa espera en la terminal 4 del aeropuerto madrileño. Ya no tuve moral para sacar más fotografías tras acumular ya un enorme cansancio. El regreso a Santander desde Chicago, que en principio no debería haber llevado más de 9 horas y media, al final se transformó en más de 28 horas entre vuelos y esperas. Como contrapartida, y tras poner una reclamación a la compañía Iberia, ésta nos indemnizó diligentemente al cabo de dos meses con las cantidades que marcan la normativa europea sobre cancelaciones y retrasos. Son gajes del viajero.