Si la actual crisis no acaba con el sistema sanitario, lo hará el alzhéimer ¿Hay cerebros que resisten el Alzhéimer?
Algunas personas pueden esquivar la enfermedad de Alzheimer a pesar de que su cerebro muestra los signos que en la actualidad se consideran característicos de esta patología neurodegenerativa. El estudio de estos casos podría aportar pistas en la búsqueda de dianas terapéuticas más eficaces que las actuales, que sirvan para diseñar nuevos fármacos.
“¿Hay cerebros resistentes al alzhéimer?” Esta sugerente cuestión fue el tema que ofreció el pasado viernes la neuróloga Teresa Gómez Isla, en el Instituto Cajal de Madrid, en la I Conferencia del Legado Clotilde Jiménez Caballero, para la lucha contra la enfermedad de alzheimer. A la conferencia, celebrada en el salón de actos del Instituto, asistieron investigadores y estudiantes ligados a esta institución. Durante la misma, Gómez Isla ofreció a sus colegas la posibilidad de colaboración entre el Laboratorio de Investigación de la Enfermedad de Alzheimer del Hospital General de Massachusetts, donde trabaja, y el Instituto Cajal.
Si la actual crisis no acaba con el sistema sanitario, lo hará el alzhéimer. Así de tajante se mostró Gómez Isla en su intervención. En 2050, apuntaba, el número de afectados se cuadruplicará y serán 113 millones las personas que sufran en el mundo esta patología neurodegenerativa cuyo principal factor de riesgo es la edad. De ellas, un millón y medio estarán en España, y necesitarán un 34% extra de presupuesto sanitario, según datos de la Fundación Española de Enfermedades Neurológicas.
La neuróloga mostró su interés en el estudio de las personas que no han manifestado síntomas de la enfermedad de Alzheimer a pesar de que en sus cerebros aparecían los signos que en la actualidad se consideran característicos de esta patología neurodegenerativa, como una fuente alternativa de dianas terapéuticas que permitan el desarrollo de nuevos fármacos. Sobre todo teniendo en cuenta que 2012 ha sido especialmente desalentador respecto a los resultados de ensayos clínicos de fármacos frente a esta patología. El último dato negativo es el comunicado hace un par de semanas por Noscira, sobre el ensayo con tideglusib, que se ha mostrado ineficaz en pacientes con deterioro cognitivo leve. Este fármaco se centraba en la proteína tau, una vía alternativa a la proteína amiloide, en la que se centran la mayoría de las investigaciones.
Imitar a la naturaleza
“El motivo de estudiar estos casos es imitarlos con fármacos”, señaló Gómez Isla, que recordó que uno de los fármacos utilizados en la actualidad contra el VIH, deriva de un polimorfismo genético muy raro hallado en una persona a la que el virus no podía infectar. “Se diseñó un fármaco para imitar esa protección o resistencia natural.
A mí me gustaría aprender de gente que debería estar demenciada (por la patología cerebral observada en los estudios postmortem) y no lo está. Es la forma de obtener nuevas ideas, diferentes a la predominante sobre la beta-amiloide, y diseñar fármacos que imiten lo que de forma natural ocurre en los cerebros de estas personas”, señaló.
La idea no es nueva, diversos estudios han sugerido que no hay una correlación entre la presencia de lesiones características del alzhéimer y la aparición de los síntomas. Algo que no ocurre sólo con esta patología sino con otras que también causan demencia. Una de los últimos trabajos se publico en agosto de 2011 en Archives of Neurology (Ecología del envejecimiento cerebral).
Aunque quizás el más conocido sea el estudio llevado a cabo en 1986 con 678 monjas, que fue posteriormente recogido en un libro editado por Planeta. Su autor, David Snowdon, uno de los principales expertos Alzhéimer, quiso averiguar por qué algunas de las integrantes de la comunidad de hermanas de Notre Dame envejecían de forma saludable conservando sus facultades mentales intactas y otras no. Eligió una comunidad de religiosas por varios motivos, entre ellos para asegurarse de que el envejecimiento saludable no podía atribuirse únicamente a un mayor cuidado de la salud. Las monjas de la comunidad tenían estilos de vida parecidos tanto si se habían licenciado en la universidad como si no. Los ingresos no eran un factor a tener en cuenta, no fumaban y disfrutaban de la misma asistencia sanitaria, estilo de vida y alimentación. A las religiosas les hicieron estudios neuropsicológicos anuales y muchas donaron sus cerebros para su posterior estudio. Entre las conclusiones, destaca que una mayor educación parece conferir cierta protección frente al alzhéimer, retrasando en varios años su aparción.
La presencia de placas no es decisiva
De estudios como los anteriores se sabe que en una proporción variable dependiendo de la investigación, entre un 12 y 33%, de las personas que carecen de síntomas cumplen criterios anatomopatológicos para diagnosticarlas alzhéimer cuando se analizan sus cerebros: presencia de placas amiloides y ovillos neurofibrilares, entre otros.
En la actualidad, con trazadores que sirven para ver la presencia de placas amiloides in vivo, mediante PET, se ha podido comprobar que en personas mayores de 65 años, entre el 20 y el 50% de quienes no padecen demencia tienen placas amiloides en su cerebro, explicó Gómez Isla.
En un estudio que la investigadora lleva a cabo, ha podido comprobar que no hay diferencias significativas en el número de placas entre quienes padecen alzhéimer y estas personas resistentes a la patología. Y que la presencia de placas y ovillos neurofibrilares no provocan daño neuronal en todas las personas. Además, en los resistentes al alzhéimer parece haber una respuesta inmune diferente y menos reactiva en el cerebro. Algo interesante a estudiar, en opinión de la investigadora.
Para Gómez Isla, la teoría dominante sobre el origen de esta patología, que sostiene que la acumulación anormal de la proteína beta-amiloide en el cerebro conduce al alzhéimer, no está tan clara. “Hay argumentos genéticos fuertes a favor y es un elemento clave, pero nadie ha demostrado que sea la causa”.
A favor de la teoría amiloide, sin embargo, juega un reciente descubrimiento del que se hacía eco el pasado mes de julio la revista Nature: una mutación que protege de desarrollar la enfermedad de Alzheimer. El estudio, llevado a cabo por investigadores islandeses, analizó el genoma de 1.795 personas en busca de alteraciones del gen que codifica para la proteína B-amiloide (APP, por sus siglas en inglés), cuya acumulación en forma de placas es una de las característias de la enfermedad. Al parecer, esta alteración genética reduce en un 40% la formación de las placas. Además se observó que las personas de entre 80 y 100 años sin Alzheimer incluidas en el estudio que eran portadoras de la mutación mantenían sus funciones cognitivas en mejor estado que las que no tenían esta alteración genética. Y quienes la poseen, como en el caso de los resistentes al alzhéimer, también viven más.
Bueno para el corazón, bueno para el cerebro
Mientras se aclara el puzzle y se encuentra un medicamento efectivo que logré detener el avance de esta patología o revertirla, se hace hincapié en la prevención. “En los últimos año se ha puesto cada vez más de manifiesto en estudios epidemiológicos que los factores de riesgo cardiovascular también tienen relación con la enfermedad de Alzheimer, y son modificables”, advertía la neuróloga. Niveles elevados de colesterol, presión arterial alta, diabetes y vida sedentaria, se bajaran como factores de riesgo modificables para la enfermedad de Alzheimer. En la actualidad, se está intentando ver si la modificación de estos factores en la edad media de la vida puede tener impacto importante en la reducción del número de casos. De hecho, en Europa se han puesto en marcha varios estudios que incluye a miles de personas para averiguar si hacer ejercicio físico, abandonar el tabaco, seguir una dieta sana, controlar los factores de riesgo vascular y mantenerse social e intelectualmente activo pueden tener un impacto significativo en la prevención.
Quizá la mitad de la vida sea ya tarde. Con la actual epidemia de obesidad infantil, que adelanta la aparición de patologías como hipercolesterolemia, diabetes o hipertensión, antes ligadas a la madurez, unida al sedentarismo, puede que la salud de los más jóvenes se esté ya resistiendo. Se dice que ésta podría ser la primera generación en invertir la tendencia al aumento de la esperanza de vida. Pero tal vez podría ser también la primera en la que los síntomas de envejecimiento cerebral asociados a la edad aparezca de forma más temprana.
Fuente | Cosas del Cerebro