Ada Colau es alcaldesa de Barcelona. Menudo notición, ¿eh?… Ante el hecho incontestable de que me han “robado” la exclusiva, lo que hago es repetírmelo de vez en cuando, unas cuantas docenas de veces desde que el sábado por la tarde cruzara la plaça Sant Jaume jaleada por una multitud, como si hubiera ganado la Champions (qué cosas, mira que bajar a la calle a jalear a un cargo político…), para ver si así consigo asimilar de una vez que una activista social de mi edad, que lleva media vida batallando en las trincheras, defendiendo causas justas que hasta no hace mucho eran invisibles (los desahucios), ha sido elegida máxima representante institucional de su ciudad.
La conclusión a la que llego una y otra vez es que, por muy imperfecta que sea y por muy esquilada que la hayan dejado, hay esperanza de regeneración para nuestra democracia. Lo de Ada alcaldesa es un guion perfecto para una de esas producciones hollywoodienses que se empeñan en perpetuar el famoso sueño americano, sólo que este sueño se ha hecho realidad a este lado del charco.
Muy al principio de abrir el blog, en febrero de 2013, dediqué un artículo a Ada Colau y a la valiente organización que representaba. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) había conseguido reunir casi un millón y medio de firmas para llevar al Congreso de los diputados una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) sobre vivienda. Evidentemente, la mayoría absoluta del PP la echó atrás, pero “sus señorías” tuvieron que escuchar una memorable intervención de la hoy alcaldesa, entonces una “peligrosa” activista a la que llamaban terrorista por promover los escraches a los diputados insensibles a la reivindicación de un sistema hipotecario justo.
Desde entonces he escrito a menudo sobre el movimiento antidesahucios, el principal heredero del espíritu reivindicativo, inconformista e imaginativo del 15M. Las movilizaciones de la PAH han mantenido viva la llama de la esperanza durante los peores años de la crisis, cuando no existía Podemos y, por tanto, el panorama político era verdaderamente descorazonador.
La PAH, las Mareas ciudadanas, las marchas por la dignidad son, sin duda, el origen de esta revolución amable y alegre que ha resultado de las pasadas elecciones municipales. A esos activistas incansables, ajenos al desaliento a pesar de la represión policial, política y mediática debemos el que hoy podamos soñar con un cambio político real en España.
El sábado fue un día feliz, de fiesta, en muchas ciudades; en las más pobladas, en un buen número de las que llevaban décadas sumidas en el sopor y el hastío de las inevitables mayorías absolutas del PP. Yo no recuerdo que la constitución de los ayuntamientos fuera motivo de celebración ciudadana, y el sábado las fiestas populares (que no Populares), la alegría del pueblo, se extendieron por toda la geografía española. Barcelona, Madrid, Cádiz, Zaragoza, Valencia, A Coruña, Pamplona, Santiago de Compostela, Zamora, Badalona (el espectáculo del exalcalde del PP, Xavier García Albiol, durante los días previos a la proclamación de su sucesora, Dolors Sabater, ha sido vergonzoso)… La gente tenía ganas de cambio y lo expresaba en la calle, a la puerta de sus ayuntamientos. Festejaba el cambio municipal y expresaba su deseo de que el cambio vaya mucho más allá.
“¡Unidad popular!”, gritaban las miles de personas congregadas frente al Ayuntamiento de Madrid para celebrar la investidura de Manuela Carmena, una mujer que se ha ganado el respeto, el cariño y la esperanza (que no Esperanza) de su ciudad. Pablo Iglesias, Alberto Garzón y el resto de dirigentes de los partidos progresistas que acudieron al acto lo escucharon. Están obligados a atender ese grito que es más que un deseo: es un mandato ciudadano. Ya lo escribí el día después de las elecciones europeas, hace un año, cuando Podemos irrumpió para poner patas arriba el mapa político. Entonces eran aire fresco, el paraguas bajo el que guarecer a millones de votantes asqueados con la política.
Pero ha pasado un año y el desgaste ha empezado a hacer mella. Podemos no va a poder desbancar por sí solo al bipartidismo. Su paraguas no es tan amplio como presumían sus caras visibles, así que necesitan unirlo al de otras opciones, con generosidad, abandonando la soberbia, recuperando la humildad de los millones de votantes que esperamos, por fin y de verdad, la unidad de la izquierda. El nombre es lo de menos.
Quedan cinco meses para las elecciones generales, quizás menos si el memo que parasita la Moncloa, nuestros hogares, nuestros puestos de trabajo y nuestros sueños se decide a adelantarlas con la esperanza de pillar a la izquierda en sus históricamente habituales desencuentros. El aparato propagandístico del sistema va a echar humo alabando la maravillosa recuperación económica sustentada en la reducción del paro a base de condiciones laborales esclavistas, y atacando sin piedad cualquier desliz de los “bárbaros invasores” que amenazan la democracia occidental.
El periodista Ramón Lobo lo expresa de manera inmejorable: “Resulta decepcionante el papel de algunos medios y de algunos periodistas. Su traición al lector se paga en el kiosco. Malos días para los propagandistas del odio. Se quedarán con él, lo exhibirán con rabia, pero será por deporte, gratis, ya no caerá a cargo del dinero público. Feliz día de fiesta”.
Porque los nuevos alcaldes, quienes han “invadido” el santuario de los dueños del sistema, no son políticos al uso, no han llegado para medrar, sino para hacer política, es decir, para trabajar con el único objetivo de servir a sus vecinos. “Echadnos si no hacemos lo que hemos dicho que haríamos”, pedía Ada Colau a las miles de personas que celebraban el sábado el haber recuperado el ayuntamiento para el pueblo. Toda una declaración de intenciones llena de significado, porque Ada sabe que el voto que la ha colocado en la alcaldía es el de la esperanza y la ilusión. Nada de voto útil ni del miedo. Ada sabe que traicionar la esperanza y la ilusión significará el final de la película.