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Entre 2003 y 2004, se descubrió que la atmósfera de Marte tenía metano, lo cual ha desconcertado a los científicos durante la última década, pues este gas no debería estar ahí: las moléculas de metano se disuelven al contacto con los rayos ultravioleta y, puesto que nada protege a Marte del viento solar, este planeta no debería ser capaz de albergar el gas en cuestión. De modo que, si se encontró metano, es porque era de reciente producción.
Con el tiempo, se descubrió que el metano aparece en verano, forma nubes pasajeras durante un tiempo y, luego, se esfuma. La cuestión, a partir de estos descubrimientos, ha sido averiguar cuál es la causa de este ciclo del metano en Marte.
La explicación más “científica”, en términos de navaja de Ockham y demás movidas racional-empírico-metódicas, es que hay vida en Marte produciendo metano. Lo cual, en términos consuetudinarios del sistema al que pertenecemos, no mola.
O sea, no mola por la falacia aquella de que conclusiones excepcionales exigen pruebas excepcionales, que se emplea en la piscina epistémica en que se bañan los terrícolas de la zona habitada autodenominada Occidente para no liarla parda, o sea, para evitar que se desarme el tinglado y toda una civilización que se las da de superior, tanto en su espacio como en cualquier tiempo, quede desprotegida frente a lo complejo de una realidad que se escapa a sus deseos de orden y tal, pero no porque sea una exigencia de pensamiento superior. Más bien, se antoja lo contrario, un requisito limitador de un pensamiento acobardado que teme salir de su refugio a pecho descubierto.
Dicho lo cual, donde digo “digo” digo Diego, también está muy bien eso de aceptar los límites y ponerle puertas al agro, pues sólo una especie con pensamiento auténticamente superior podría salir a campo abierto sin que le diera un yuyu ante los espacios de sublime vastedad de eso que un tal Baudrillard llamó desierto de lo real; para ello, habría que superar el gusto por las supersticiones, incluidas las materialistas, racionalistas, positivistas, empiristas, realistas y demás ideologías realmente peligrosas para la salud mental por no ser consideradas ideologías ni supersticiones.
Aclarado el tema, prosigamos con la cosa científica.
Los datos sobre las nubes de metano han sido puestos siempre en duda. Que si los aparatos de medida son pobres en resolución, que si el espectro de detección está borroso, que si vale, que puede que tengan resolución pero que luego al ser enviados a la Tierra se cargan de interferencias por culpa de nuestra atmósfera, etcétera y tal…
El caso es que, el pasado mes de mayo, pasando de rollos, un estudio realizado por científicos de la Universidad de Arkansas, dirigidos por el biólogo Timothy Kral y la estudiante Rebecca Mickol, sugería que el origen del misterio podría estar en la forma en que respiran los marcianos que tanto tiempo han temido y a la vez amado los terrícolas: los metanógenos.
Los metanógenos son unos microorganismos que viven en ambientes sin oxígeno; les vale el dióxido de carbono y el hidrógeno para generar la energía que les mantiene vivos y, como resultado de los procesos internos de esa respiración, expulsan metano.
Tampoco necesitan nutrientes orgánicos, por lo que pueden sobrevivir en regiones yermas; ni le sacan provecho a la luz solar, por lo que son aptos para pasarse la vida bajo cualquier superficie.
Los científicos han comprobado que dos tipos concretos de metanógenos pueden sobrevivir a las condiciones ambientales de Marte: M. wolfei y M. formicium. Estos bichos soportan las bajas temperaturas en una especie de hibernación y luego, cuando el ambiente se vuelve más cálido, regresan a las rutinas de la vida. Precisamente, sobrevivir en las regiones más amables de Marte requiere soportar un rango de temperaturas que va desde los -90º de la noche marciana hasta los algo más de 20º del verano ecuatorial.
O sea, que el ritmo de vida de los metanógenos coincide con el ciclo del metano de Marte.
Según los defensores de la panspermia, la vida es una cualidad inherente a nuestro universo, de modo que la Tierra no es una excepción a la norma, sino todo lo contrario. Ya en las estructuras fundamentales del Cosmos, las nubes cósmicas generan los campos magnéticos necesarios y las interrelaciones propicias para que los elementos de la Tabla periódica comiencen su unión en un proceso tan misterioso como sugerente: los granos del polvo cósmico se auto-organizan mediante un proceso eléctrico llamado polarización y, en una sucesión ininterrumpida, van creando estructuras cada vez más complejas cuya primera fase culmina en la aparición de los aminoácidos, los ladrillos de la vida que, ahora ya se sabe, flotan por todo el universo.
Luego, en un sistema tan sencillo como es la abundancia de materia, los elementos básicos para la aparición de vida encontrarán su lugar propicio gracias a los asteroides y planetas errantes que los transportan. Tal y como explica Chandra Wickramasinghe, director del Centro de Astrobiología de la Universidad de Buckingham, en Reino Unido, nuestra galaxia puede tener más planetas errantes que estrellas, es decir, cientos de miles de millones de rocas gigantes pululando por el espacio y facilitando, así, el proceso de polinización; cualquier roca lo suficientemente grande para tener una atmósfera densa, o cualquier enana marrón, atrapan el calor necesario para que exista la vida microbiana.
Sabemos esto. Y sabemos que existen formas de vida impensables; ya en la Tierra encontramos seres capaces de vivir en condiciones que, hasta hace poco, considerábamos imposibles. La Agencia Europea del Espacio ha comprobado que ciertos tardígrados pueden sobrevivir a las condiciones más extremas conocidas, esto es, las condiciones del espacio exterior.
Y aún con todo, la simple mención de vida extraterrestre nos asusta y pone en alerta todos los dispositivos de bloqueo y ridiculización.
Wicrkamasinghe escribía en 2011 sobre lo que él considera que es un continuo ejercicio de censura contra su trabajo en relación a la panspermia, sobre todo a partir de 1982, fecha en que se descubrió que los cometas transportaban compuestos orgánicos. Fue como si, con el aumento de las evidencias, la negación ante las mismas se reforzara. Lejos de alimentar esperanzas, algún miedo inconsciente nos embarga ante la simple contemplación de un universo cargado de vida.
En fin, podríamos incluir este miedo como una más de las respuestas a la paradoja de Fermi, la contradicción entre la alta probabilidad de que exista no ya vida simple, sino inteligente, ahí fuera, y su silencio y falta de contacto con los terrícolas.
Si nos pone histéricos descubrir microbios extraterrestres, a ver quién es el padrino que nos avala para un congreso de la Federación Intergaláctica.
O como se llame…
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