Debe de ser frustrante y bastante triste no poder disfrutar de una vida deseada, debe ser penoso estar siempre bajo las faldas de una madre autoritaria y firme y no madurar ni sentirse libre. Hedi, el protagonista de Hedi, un viento de libertad, sabe de lo que hablo. Este joven veinteañero, callado y solitario no sabe lo que quiere y está hecho un lío. Nunca ha tomado sus propias decisiones, importantes o no, siendo su hermano y su madre quienes siempre lo han hecho por él, cortándole las alas. Pero esto va a a cambiar cuando en un viaje pagado por su empresa automovilística, conozca a Rym y Cupido fleche a ambos con las saetas del amor. La animadora turística le mostrará otra vida y cortará las cuerdas que le atan a su familia y que no le permitían ver más allá de su casa, barrio y ciudad. Los planes de una boda con una vecina suya y el trabajo están a punto de verse amenazados ¿Triunfará el nuevo amor o volverá a los brazos de una mujer que no ama y que solo se casa con él por conveniencia?
Mohamed Ben Attia ha conseguido que un hombre amargado y que deambula como alma en pena en la primera parte de la película se transforme en otro muy distinto en la segunda. La oruga se ha convertido en mariposa cuando el amor ha tocado a su puerta. La pena ha mutado en alegría de vivir, el ahogo ahora es una libertad disfrutada que visita fiestas y locales que antes estaban vedados. En este triángulo amoroso Khedija representa el conservadurismo y la tradición más opresiva en el Túnez actual mientras que Rym es todo lo contrario, un libre pensamiento de palabra y obra o una válvula de escape para Hedi.
El sexo jamás conocido y solo pensado ya es una realidad y el respeto hacía la familia o su futura esposa queda relegado a un segundo plano cuando el amor y la pasión se desatan. El país de las maravillas es Mahdia con sus paisajes sorprendentes, su vida nocturna y un hotel en el que Hedi puede hacer realidad todas sus fantasías y no poner freno a unos sentimientos sinceros, verdaderos y recién nacidos.
Con muy pocos personajes el director ha tejido en Hedi, un viento de libertad una historia real que se mueve en escasos escenarios como el interior y exterior de un hotel de lujo, con playa incluida y un barrio por el que parece que no ha pasado el tiempo. La aventura muchas veces no necesita de acción sino de reacción y este hombre asustadizo es un ejemplo rebelándose a su sino. Una emancipación que era necesaria para hacer nuevo camino, allí o lejos de su hogar, junto a la mujer que desea o revoloteando alrededor de los suyos esta vez por propia iniciativa y sin haber sido coartado.
Pasado ya San Valentín nos llega Hedi, un viento de libertad, un film que triunfó en el último Festival Internacional de Berlín consiguiendo Majd Mastoura el Oso de Plata al mejor actor y Mahamed Ben Attia el premio a la mejor ópera prima. Una bella fábula que nos sonríe de principio a fin, un canto a la libertad del individuo y a la consecución de una vida plena y llena de experiencias gratificantes, con un aquí y ahora en mayúsculas como si no hubiera un mañana.
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