Revista Arte

¿Hemos dejado de ser esclavos que buscan a amos que los dirijan?

Por Peterpank @castguer

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Del artículo de Alexis de Tocqueville que me recomendó leer, me gustaría comentar los siguientes párrafos, por haberme llamado la atención especialmente:

Después de tomar de este modo uno tras otro a cada individuo en sus poderosas manos y de moldearlo a su gusto, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera; cubre su superficie con una malla de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes, entre las que ni los espíritus más originales ni las almas más vigorosas son capaces de abrirse paso para emerger de la masa; no destruye las voluntades, las ablanda, las doblega y las dirige; rara vez obliga a obrar, se opone constantemente a que se obre; no mata, impide nacer; no tiraniza, pero mortifica, reprime, enerva, apaga, embrutece y reduce al cabo a toda nación a un rebaño de animales tímidos e industriosos cuyo pastor es el gobierno.”

Este tipo de sociedad se parece mucho a la actual, donde las voluntades se han doblegado de tal manera que la mediocridad reina en las mentes y los corazones.

Creo que si el despotismo se estableciera en las naciones democráticas contemporáneas, tendría otras características; sería más amplio y más benigno, y degradaría a los hombres sin atormentarlos.”

El despotismo está instaurado, en las democracias contemporáneas, se llama corrupción. Se compra de forma suave corrompiendo el alma de los seres en cosas pequeñas primero, después pasa a mayores y de esa forma gradual y sin darse cuenta el ser humano ha caído en las garras del déspota. Se corrompen instituciones enteras de esta forma. Cuando los hombres son despojados de su alma, de sus principios, de su honor, se convierten en sombra manipulada “degradada sin atormentarse”. Esclavos del déspota.

En efecto, se hace más difícil concebir cómo hombres que han renunciado enteramente al hábito de dirigirse a ellos mismos podrían elegir acertadamente a quienes han de conducirles; y no es posible que un gobierno liberal, enérgico y sabio, se establezca con los sufragios de un pueblo de esclavos.”

He observado como la mayoría de los hombres y las mujeres necesitan de un líder. No saben actuar correctamente sin ser guiados. Cuando encuentran a ese líder, o mejor dicho cuando ese líder les encuentra a ellos, se dejan dominar por él, no se cuestionan sus órdenes, solo le siguen y punto.

¿Cómo podríamos conseguir sociedades democráticas con gente que no sabe andar el camino con compañeros, con iguales, que necesitan sentirse por debajo o por encima de los demás?

¿Cómo podríamos conseguir sociedades democráticas sin espíritus críticos y libres? Una sociedad democrática implicaría un cambio de mentalidad individual de los seres humanos, una revolución interior y profunda de que todos somos iguales, que todos podemos aportar, de que todos somos necesarios, que nadie es más que nadie.

¿Estamos acaso preparados para andar ese camino? ¿Hemos dejado de ser esclavos que buscan a amos que los dirijan?

-Respuesta-

Das en el clavo hasta con las preguntas que haces. Estamos, en efecto, más que nunca, en ese período del “estado social democrático” (Tocqueville se refiere, de esta forma, más que nada, a un estado social de notable igualdad) que nos degrada sin atormentarnos, y nos rebaja por debajo del nivel de humanidad.

Vivimos bajo una nueva forma de despotismo, para la que Tocqueville quería buscar un nuevo nombre. Podríamos llamarlo Estado Paternalista, puesto que su objetivo es infantilizarnos, o Estado Providencia, ya que vela por nosotros de modo tan sobreprotector que llegará el día en que nos eximirá hasta de la responsabilidad de pensar, de sentir, de actuar, de elegir… y hasta de vivir. “No podemos conducir por ti”… ¡Ay, si pudieran!

He leído que algún actual ministro de Sanidad encargó una macroencuesta para averiguar qué y cómo comemos los españoles. Se han atrevido a meterse en nuestro aliento y en nuestra sangre, aunque no hayamos infringido ninguna ley, para detectar lo que bebemos o fumamos… Acabarán metiéndose en nuestra cocina y en nuestra alcoba, para husmear en nuestros pucheros y en nuestros genitales. ¡Déspotas desgraciados!

Pero lo más trágico no es la corrupción gubernamental, y no olvidemos que el despotismo ya es corrupción, sino la imbecilidad de los gobernados. Los gobernantes, en cuanto el pueblo deja de vigilar, y se enfrasca en sus asuntos privados, se convierten en lobos, incluso bajo una democracia auténtica. Jefferson ya lo advirtió. Por eso, en países con relativas libertades, aquí solo individuales, como España, no se podría comprender ese “conformismo” indecente de los votantes con “lo que hay”, si no nos lo explicara la psicología individual y social:

En nuestros contemporáneos actúan incesantemente dos pasiones opuestas; sienten la necesidad de ser conducidos y el deseo de permanecer libres. Pero, no pudiendo acabar con ninguna de estas inclinaciones contradictorias, se esfuerzan por satisfacer ambas a la vez. Conciben un poder único, tutelar, todopoderoso, no elegido sino refrendado por los ciudadanos. Combinan la centralización con la soberanía del pueblo. Esto les permite cierta tranquilidad. Se consuelan de su tutelaje pensando que son ellos mismos quienes eligen a sus tutores.”

Todo se puede explicar. Los fenómenos tienen causas, a veces desconocidas, pero jamás incognoscibles. A los españoles de hoy les encanta vivir enjaulados mientras la jaula sea dorada y les den alpiste. Pero no me refiero únicamente al pueblo llano, sino sobre todo a los intelectuales, profesionales y universitarios, que poseyendo una cultura superior, tienen una conducta moral notablemente inferior.

He intentado asociar a los que libremente quisieran organizarse para difundir e instaurar los valores morales y principios políticos de la democracia. Trabajo baldío. ¿Quieres creer que, hasta los que más clamaban contra la “servidumbre voluntaria” de la nación, me incitaban a ejercer un “liderazgo” en la asociación? Siento decirlo, pero debo hacerlo: los que hablan así no han comprendido, ni comprenderán nunca, el espíritu que inspiró el ideario que les presenté.

Si ni los más sedicentes demócratas son capaces de resolver su contradicción íntima, entre el deseo de ser “libres” y el de ser “conducidos”, ¿cómo va a estar nuestro país preparado para recorrer el camino hacia la democracia? Por eso, a tu pregunta: “¿Hemos dejado de ser esclavos que buscan a amos que los dirijan?”. Mi respuesta es, rotundamente, NO.

Y a estas otras: “¿Cómo podríamos conseguir sociedades democráticas con gente que no sabe andar el camino con compañeros, con iguales, que necesitan sentirse por debajo o por encima de los demás? ¿Cómo podríamos conseguir sociedades democráticas sin espíritus críticos y libres?”. Con gente así, que no sabe caminar al lado de sus compañeros, ni por encima ni por debajo de ellos, y sin espíritu crítico y libre, NO LO CONSEGUIREMOS JAMÁS.

En otro momento hablaremos de la necesaria “revolución interior” de que tú hablas y que Tocqueville llamaba “revolución de las inteligencias”. Porque es imprescindible que ocurra antes de que podamos soñar con una revolución democrática, y a los españoles nos hace más falta que comer.

Un cordial saludo.


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