Henri Langlois fue, según las palabras del Nouvel Observateur - que lo admiraba- un fou de cinema, "un loco del cine". Sentía un gran amor por las imágenes, las historias, los cineastas, y hasta por el celuloide por el que pasaba la luz para crear las luces y sombras sobre la pantalla. Desde 1934, con gran determinación, casi sin la ayuda de nadie y si prejuicios estéticos comenzó a hacer proyecciones abiertas al público de los tesoros que había encontrado. Para él, el material original sobre el que se hacían las películas mismas. "Tenemos que intentar preservar todo, salvar todo, cuidar todo", escribió. "No somos Dios, no tenemos derecho a creer en nuestra propia infabilidad".
"Langlois paseaba sus amadas películas por París para hacer proyecciones clandestinas o para guardarlas mejor, envolviéndolas en mantas y hacer de cuenta que era un padre orgulloso qu sacaba a su bebé a dar un paseo."
"La Cinémateque de Langlois ayudó, incluso a forjar el estilo de los nuevos cineastas. La costumbre de los directores de la Nouvelle Vague de citar visualmente o hacer referencia a películas antiguas dn sus propias producciones nació en interminables horas que pasaban sentados en la oscuridad admirando y aprendiendo sus futuros oficios de críticos, primero. y de cineastas, después."
(1) Los textos estásn tomados del libro La Misión de Malraux. Herman Lebovics .2000. Eudeba