Finalmente, L., uno de mis mejores amigos, me regaló este libro de Henry Miller, Una pesadilla con aire acondicionado, del que, en castellano, existía una edición argentina, de 1968, que no había leído. Bueno, no es lo que esperaba. Supongo que Miller, a mí en particular, como lector, ya me dijo hace años todo lo que me tenía que decir. Pero sigue siendo Miller. Del que te dejo con estos dos pasajes:
Pero hay una clase de hombres robustos, lo bastante pasados de moda como para seguir siendo individuos resistentes, abiertamente desdeñosos de la corriente general, apasionadamente devotos de su trabajo, imposibles de sobornar o seducir, que trabajan largas horas, a menudo sin recompensa ni reconocimiento, motivados por un impulso común: el deleite de hacer lo que les place. En algún punto del camino se separaron de los otros. A los hombres de los que hablo se les puede detectar de un vistazo. Su semblante muestra algo mucho más vital, mucho más efectivo que el ansia de poder. No buscan prevalecer sino realizarse. Actúan desde un centro que está en reposo. Se desarrollan, crecen, proporcionan alimento sólo con ser lo que son.
Pocos escapan a la rueda de molino. La mera supervivencia, a pesar del sistema, no otorga ningún mérito. Los animales y los insectos sobreviven cuando especies más elevadas están amenazadas con la extinción. Para vivir más allá del límite, trabajar por el placer de trabajar, hacerse mayor con dignidad, conservando las facultades, el entusiasmo, el amor propio, uno ha de establecer otros valores distintos de los que observa la masa. Hay que ser un artista para abrir brecha en el muro. Un artista es fundamentalmente alguien que tiene fe en sí mismo. No responde a los estímulos normales; no es un esclavo ni un parásito. Vive para expresarse y al hacerlo enriquece el mundo.
Henry Miller. Una pesadilla con aire acondicionado. Navona Editorial, octubre de 2013. Traducción de José Luis Piquero. Imagen de la cubierta: Studebaker de 1950, copyright Coar Culture/Corbis.