
Duncan Jones es hijo de David Bowie, estudió en un exclusivo colegio escocés, se licenció en Filosofía y dejó a medias una tesis sobre el pensamiento en hombres y máquinas para estudiar en la London Film School. Después se interesó por la publicidad, consiguiendo un espectacular y polémico debut con el spot Fashion vs Style (2006) para la marca French Connection. A partir de ahí adquirió oficio y contactos en el sector audiovisual dirigiendo vídeos musicales de bajo presupuesto, y participando como cámara en el concierto-homenaje a su padre con motivo de su 50 cumpleaños en el Madison Square Garden. Con estas premisas, el salto al cine estaba más que cantado; sólo teniendo en cuenta su preparación y experiencia hay que admitir que se trata de un talento cultivado y bien aprovechado.
La película demuestra desde el minuto cero la capacidad de Jones para transmitir gran cantidad de información en poco tiempo y de forma atractiva: mediante un supuesto spot nos enteramos que, en un futuro cercano, una multinacional se ha lanzado a extraer Helio-3 en la cara oculta de la Luna. El H-3 es un isótopo no radiactivo del helio llamado a convertirse en el paradigma definitivo de energía limpia, natural y altamente eficaz. La ciencia actual ya ha descubierto sus capacidades, pero no cómo obtenerlo mediante una fusión nuclear controlada. Según cálculos de la NASA, un transbordador espacial lleno de H-3 podría suministrar la energía que consume EE UU en un año. Explicar todo esto en menos de un minuto tiene mérito y con tanta naturalidad; pero para eso sirve tener experiencia en publicidad. La cosa es que esta compañía envía a un único trabajador durante tres años para supervisar la extracción totalmente automatizada de este componente. Sam Bell es un trabajador al que le quedan apenas dos semanas para regresar a la Tierra, está deseando dejar una soledad más o menos sobrellevada y reunirse con su esposa e hija pequeña. Pero entonces...
Entonces, un suceso inesperado no sólo provoca interés y emoción al argumento, sino que deja en segundo plano ciertas cuestiones --totalmente verosímiles-- que sin duda debatiremos en los medios de aquí a poco tiempo. En este sentido Moon ahonda en los temas que abrió a nuestra generación ochentera Blade runner (1982) con los replicantes; en cambio, la narración barroca y heredera del cine negro del filme de Ridley Scott se transforma con Duncan Jones en un estilo directo, sencillo, alejado de todo efectismo dramático, sin apenas énfasis en los giros clave del argumento. La coherencia argumental hace que nada de todo eso haga falta para que los aficionados a esta clase de películas nos enganchemos.
Y por si con esto no bastara, Jones deja que su formación filosófica y su inacabada tesis se materialicen en Gerty, la computadora-robot que controla la estación (con la voz prestada de Kevin Spacey), un clarísimo contratipo positivo de HAL 9000: amable, dispuesta a saltarse ciertas normas, diseñada --como ella dice-- para ayudar (la escena del password es determinante), y atravesada casi por los mismos conflictos éticos que los humanos. Sus estados de ánimo se expresan mediante sencillos smileys que le otorgan un aire más doméstico, en las antípodas de la catedralicia y orwelliana que aparecía en 2001: una odisea del espacio.
Moon es un filme brillante --tanto entusiasmo me recuerda al que experimenté al ver Serenity (2005)--, especialmente para los aficionados al género, incluso puede que alguno más se enganche gracias a su complejo trasfondo ético y su bien dosificada tensión narrativa. Yo me sitúo en este último grupo porque me gustan las películas de robinsones en el espacio. Es curioso que, en el cine, la soledad estelar se convierta en un escenario propicio para la filosofía.