En los primeros años de presencia cristiana en la Península Ibérica, dos hermanas de la provincia romana de Hispalis demostraron al decadente imperio que eran capaces de sufrir martirio por su propia fe.
Hermanas de sangre, hermanas en la feJusta y Rufina eran dos hermanas dedicadas al oficio de alfareras que vivían en Hispalis, la actual Sevilla. Formaban parte de los primeros grupos de cristianos que se habían asentado en suelo peninsular, sobretodo en las zonas urbanas.
Persecuciones de MaximianoUn año antes de la muerte de las santas, el emperador Diocleciano había elevado al cesar Maximiano a la dignidad de emperador plenipotenciario con el título de augusto. En 293 Constancio y Galerio serían nombrados césares de los dos emperadores creando así el sistema conocido como la tetrarquía. Maximiano controlaba occidente, reservando oriente para Diocleciano. El emperador Maximiano fue uno de los que ordenó las más cruentas persecuciones contra los cristianos asentados en el imperio.
Un incidente en la procesiónDurante la celebració de las adonías, fiesta pagana en honor a Adonis y Venus, se organizaba una procesión por las calles de Hispalis. Los fieles al culto pagano pedían limosna para el mantenimiento del mismo, algo a lo que las hermanas se negaron. Ante la negativa de dar un donativo, los miembros de la procesión se encolerizaron. En el desconcierto del tumulto las piezas de barro de Justa y Rufina se rompieron, así como el ídolo al que se estaba venerando.
Encarcelamiento y martirioEl prefecto de Sevilla, Diogeniano, las encarceló y amenazó con el martirio si no abjuraban de sus creencias cristianas. A pesar de ser víctimas de torturas como el potro o los garfios de hierro, las hermanas mantuvieron su fe inquebrantable. Diogeniano decidió condenarlas a prisión perpetua. En el 287, al morir Justa y ver que su hermana no desfallecía, el prefecto decidió una violenta forma de terminar con su vida. La puso delante de un león en medio del anfiteatro. Diogeniano vio con desesperación como Rufina salía indemne de la presencía del fiero animal. Desesperado, ordenó su muerte degollándola y quemando su cuerpo.
Pocos años después de la muerte por martirio de las Santas Justa y Rufina, Constantino no sólo prohibía la persecución de cristianos en el imperio sino que protegió y apoyó su credo.