Revista Opinión

Héroe de barrio

Publicado el 22 noviembre 2014 por @igarro @igarro

Creamos héroes con los pies de barro. Nuestros referentes son músicos, escritores o deportistas cuyo mérito no es otro que el desarrollo de una condición natural o un talento que una vez desarrollado les abre la puerta de cantidades ingentes de dinero, fama y reconocimiento profesional y personal. El mérito de esta gente es escaso, pero la opinión de un cantante sobre un tema del que no tiene ni idea es tenida en cuenta y es mucho más influyente que la dada por un auténtico experto en la materia. Quiero decir, me importa un pito la opinión de Messi sobre física cuántica porque no tiene ni puñetera idea. Sin embargo, escuchamos las fórmulas de Arturo Pérez Reverte para la salida de la crisis. Su opinión está muy por encima y llega a más gente que la opinión de un economista de 50 años anónimo, bien formado y con experiencia en estas lides.
Yo, personalmente, no creo en los héroes. Nunca he creído. Que me guste un determinado músico o deportista no me hace creer que sea un ídolo o un ser que roce la perfección en nada más que componer letras o darle patadas a un balón con acierto.
Conozco a otros héroes, los héroes anónimos. Su heroicidad no va más allá de caerse y levantarse, volverse a caer y ponerse en pie como un resorte, como si tuviesen un muelle en la espalda que les hace saltar como un resorte una vez que su espalda roza el tan temido suelo. Muchas de esas caídas no son propiamente caídas sino que en ocasiones son otras personas los que los empujan reiteradamente para que sus huesos topen con virulencia contra el pavimento. Les da igual, ellos vuelven a la posición erguida con los ojos inyectados en sangre y una mirada rabiosa, peo sin una palabra más alta que otra.
La heroicidad de estos seres anónimos consiste en que remontan el río contracorriente y sin remos en situaciones en las que yo ni lo hubiese intentado, me abrazaría a la muerte segura mientras me lamentaría de mi mala suerte. Mi debilidad contrapuesta con la fuerza de esta gente es la llama que alimenta mi admiración.
Uno de estos héroes ha fallecido hoy. Su nombre era David Reboredo Miguélez y dejó este mundo que tan cuesta arriba se le hizo a la edad de 45 años tras una fulminante enfermedad que fue capaz de desarmar a quien las vicisitudes de una vida dura no lograron que dejase de empuñar la ilusión a modo de navaja para defenderse de los reveses que se sucedían uno tras otro.
David empezó con la heroína y cocaína a los dieciocho años en el barrio de O Calvario de Vigo. Vigo fue una ciudad duramente machacada por la heroína en los ochenta. Se puede hablar de una generación perdida. La droga era el pan nuestro de cada día. Yo era niño en aquella época pero siempre recordaré amigos de mi hermano que se quedaron por el camino. La heroína los deshizo, a ellos y a su familia.
Siempre recordaré al relojero de mi barrio. Era un hombre de unos 70 años que tuvo la desgracia de tener un hijo consumidor. No sabía nada de su hijo durante meses hasta que un mal día venía a pedirle dinero o a arrebatárselo directamente. Este hombre, culto y al que admiraba profundamente, deseaba la muerte de su hijo. Mejor dicho, de lo que quedaba de él pues la heroína lo había deshumanizado completamente; su hijo no era más que un ser que solo necesitaba una cosa para vivir y estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de conseguir dinero para ello, incluido golpear a su anciano padre para ponerse unas horas.
Al relojero, un día le llamó la policía para decirle que su hijo había aparecido muerto por sobredosis en un coche. Tenía que ir a identificar el cadáver de lo que un día había sido la persona que más quería en su vida. Un sentimiento de liberación se había apoderado de él. La situación familiar era tan dramática que los padres se liberaban sabiendo que sus hijos han fallecido. La sensación tiene que ser muy parecida a la de ver a un hijo con una enfermedad crónica y degenerativa y apoyas sin miramientos su derecho a morir dignamente. El desastre se consumó cuando, al reconocer el cadáver, comprobó que no era su hijo. Tenía su cartera con su DNI pero no era él. Historias de este tipo se cuentan por cientos o miles. Cada familia de estos drogadictos tiene una historia por contar.
El mérito de David es que, tras destrozarse, pasar por la cárcel varias veces, logró reconducir su vida. Aquí es donde se demuestra la heroicidad. Cuando llevaba más de dos años limpio, le toca volver a entrar en la cárcel. Lo empujan al precipicio. Errores del pasado le hacen poner en peligro todo lo que había logrado con mucho sufrimiento. La movilización social hace que le concedan un indulto parcial de una de sus condenas y un segundo grado en otra condena. Otra vez se levantó, pero esta vez la enfermedad se lo llevó apenas siete meses después de la obtención de la libertad condicional.
Solo la muerte fue capaz de desmontarte, por eso te mereces mi más sentido reconocimiento. DEP David.

No montes ese caballo,
“pa” pasar de la verdad,
mira que su nombre es muerte,
y que te enganchará.
Es imposible domarlo,
desconoce la amistad,
es un caballo en la sangre,
que te reventará.
“Un caballo llamado muerte”, Miguel Ríos


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