Revista Deportes

Héroes de plastilina

Por Antoniodiaz
Héroes de plastilinaUna imagen que debe de ser una vergüenza para muchos que se visten de torero. Serafín Marín, sólo en el Parlament.

El taurinismo se mueve. Poco, pero se mueve. Pepito Arroyo en un discurso tan manido como el del Rey en Nochebuena, se entretiene en manifestar, y quedarse tan ancho, que no es ético que la Casa Real no se pronuncie sobre el catalanicidio de los toros. Como si las palabras ética y rey pudieran caber en una misma frase sin que parezca un disparate.
El G-7, formado por Juli, Morante, Cayetano, Manzanares, Fandi, Ponce y Perera, se reúne en Madrid para solicitar una audiencia con la Ministra de Cultura. Se creen con la divina potestad de defender la Fiesta. Sus logros este año: Cero Puertas Grande de Madrid; Una Puerta del Principe; Una Puerta Grande en Pamplona. La culpa no es de ellos, es del material con que trabajan. No se pueden hacer castillos con naipes, bastante hacen ya con estar importantes y por encima de sus antagonistas. Se te queda la sangre helada al ver la lista de toros que han toreado esta temporada. Cero Miuras, Un Victorino, Cero Cuadris, Cero Prietos de la Cal, Cero Pablo Romeros, Cero Adolfos y millones de los que ya sabemos... Esto, lo suman entre todos. Estas son las figuras, los reyes del escalafón.
La Federación Catalana, que no tendrá otros quehaceres, se entretiene en cargar tintas contra el periodista Paco March, y defiende a capa y espada el trabajo del sociata David Pérez por los toros en Catalunya. Ver para creer.
La acción de la Mesa del Toro se limita a colgar en su página web -menos leída que el Diario de Mª Teresa Campos- una serie de comunicados que parecen escritos por uno de esos estudiantes de Primero de Periodismo que hacen de la cafetería de la facultad su Jerusalen y del mus su religión.
La Federación Española de Tauromaquia sigue con su ardua tarea. Sin prisa pero sin pausa, federando como dios manda. ¿Qué sería del Toreo -tres siglos de historia- sin una Federación, con sus miembros federativos, que federen con la mano de hierro federativa con la que se ha federado toda la vida? ¡Hombre, por favor!
La afición catalana, mientras tanto a lo suyo. Días después de que les prohibieran los toros, no son capaces ni de llenar un tercio de plaza. Domingos de playa en Barcelona habrá muchos, domingos de toros no tantos. El aficionado a los toros, a diferencia del de cualquier otro espectáculo, cuando compra una entrada no sólo adquiere unos derechos, también unas obligaciones que, por cierto, no ha sabido cumplir. Lo del indulto fue la terrible constatación de que las banderas y las pancartas son un velo tras el que se oculta la verdadera enfermedad de la Fiesta: la falta de afición y de interés por el Toro.
Los toreros son los últimos héroes -dicen cuatro de cada cinco críticos- ¡Já! Ser héroe implica unas obligaciones y responsabilidades que van mucho más allá del innegable mérito de ponerse delante de un animal de seiscientos kilos. Eso lo vemos todos los días, en la cuenca mediterránea con los bous, o en la España interior con los encierros y a nadie se le ocurre llamar héroe a un corredor. Como tampoco lo hacemos con el domador de leones del Circo Roma o con el actor que hacía las escenas de sexo con Florinda Chico.
Héroes son aquellos que se colocan los primeros del batallón para parar las balas enemigas; los que sirven de espejo para los que vienen por detrás; esos que nacen dispuestos a sacrificar su vida con tal de que un compañero siga conservando la suya durante un segundo más; esas gentes raras que defienden sus ideas hasta el final en el barro, en la lucha, con las manos manchadas de sangre y no desde las palabras vacúas de un oráculo interesado en la búsqueda de mitos para vender historias. Por último, los héroes son héroes porque así los nombran el pueblo, sus compañeros y sus enemigos.
Hace unos días veíamos a Serafín llorando más solo que la una en el Parlament. Ahí no hubo ninguno de estos héroes que comentábamos antes. Nadie acudió presto para darle un abrazo al hermano; de hacerle al compañero un quite verdadero, regalándole un hombro donde llorar; cómo tampoco tuvieron a bien compartir el desdoro, la vergüenza pública y el dolor de la derrota junto a él.
Los toreros hablan de compañerismo y de respeto continuamente, como si supieran de lo que hablan. Creen ellos, con sus elegantes vestidos de pobreza y oro, que van a demostrarle el cariño, la camaradería y su respeto brindándole un torete en Villanueva de la Sagra, o por perdonarle un quite a uno de esos toros mortecinos que suelen hacer como que torean, no vaya a ser que por dos verónicas y una media el bicho tenga sesenta segundos menos de faena. También creen que es de buenos compañeros la imposición de un amigo en un cartel. Le das aire a un compañero, pero vetas a otros doscientos y pico, que también lo son, pero alomejor menos.
Se ha hablado estos días mucho del toro, de si su vida es sufrida o paradisiaca, de sus derechos y hasta de sus deberes -uno solo: morir en la plaza-, pero de toreros se ha hablado poco, afortunadamente. ¿Conserva alguna lógica la figura del torero hoy día? Antes los matadores formaban parte de la cultura de un país. Eran gente docta, culta. El mejor de los poetas tenía el mismo rango en la cultura que cualquier torero. Hoy no queda nada de eso. La vergüenza torera es uno de esos vocablos que forman parte de nuestra lengua, pero ya es más fácil de encontrar en un ciclista, en un parado con cinco criaturas en la familia o en un médico de pueblo, que en un torero. Si tenemos en cuenta que el valor de los toreros hoy día es como una valentía de estar por casa, nos encontramos en que no son merecedores de nuestro halago ni de los buenos dineros que ganan. El oficio y el vivir en torero está abolido desde hace tiempo, sin parlamentos ni ecologistas de por medio.
Dentro de dos mil años nadie se acordará de estos héroes del siglo XXI, ni siquiera tendrán cabida en los libros viejos, que terminarán quemados por el nulo interés y escaso valor de las historias que cuentan. Mientras, los espartanos, esos que eran sólo trescientos, llevaran la friolera de casi cinco mil años siendo honrados por toda clase de civilizaciones, sociedades y razas. Su coraje, unión y arte -el de la guerra- los hicieron inmortales para la eternidad. Esos sí que eran héroes.

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