Revista Cultura y Ocio

Hijos de Egipto

Por Igork

Hijos de EgiptoSí estaba esta poesía, Hijos de Egipto, en la primera versión del libro Canciones de Hierro. La saqué. Quería descargar el poemario de piezas que tuvieran dramatismo, en un libro que versa entre otras cosas, sobre nuestro convulso mundo hoy. Puede que fuera un error sacarlo, el poema aportaba algo distinto.  Hijos de Egipto tiene algo de poema alucinado. Exploro el mundo de los hombres en sociedad. El de ayer, hoy y el de mañana.
Hijos de Egipto
Viajan por las autopistas hasta llegar a los templos los hijos de Egipto, con los corazones oscurecidos, en grandes grupos nunca vistos.
Fogosos, los jóvenes vienen con los puños en alto. No quiere el río Nilo crecer ni llorar sobre la tierra quemada. Bajan por las avenidas, los hijos de Egipto, ennegreciendo la mañana.
Los hocicos de metal asoman, sumergidos en los flujos de datos, los voraces cocodrilos. Grita el gentío tan fuerte en la plaza que los soldados del faraón, reculan con las pinzas afiladas.
Son niños, adolescentes, incluso viejos, que en sus mancilladas frentes han grabado el ardor y el pánico y han cargado de piedras sus bolsillos vacíos.
Han desoído los noticiarios que hablan de la pobreza de las cigüeñas ahogadas y de drones enemigos avistados río arriba.
Nunca antes el futuro había estado trenzado con tal fuerza al azar. El Nilo ya no habla, ya no canta, el Nilo.
Una multitud rodea los templos magnificentes, gimotea por la riqueza de las cosechas de ayer. «¡No son los dioses, han sido los hombres!», aún gritan dudando: «¡Al faraón le es negado el sol y la luna fértil!».
Cae el silencio que anuncia la liturgia. Sobre las paredes de los templos proyectan los poliedros de la congoja, la línea zigzagueante del incierto amanecer que ha de llegar.
Congregados en el llano, todo el pueblo escucha la grave voz del Supremo: «El río no se desbordará y el crédito no fluirá hasta que cada hijo de nuestro Egipto eterno haya sacrificado un cordero y quien no lo tenga, dos sacos de grano, y quien no los tenga, que sangre su propio hijo en la orilla del río
hasta que nuestro cielo nos recuerde y la piedad vuelva a hacer crecer el río que nos traerá paz, que nos dará trigo que nos ofrecerá un mañana para todos nosotros, queridos hijos de este Egipto global que tanto os ama, de este Egipto eterno que no debe perecer».
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