Todo lo que sucede es fruto del azar o de la necesidad, decía Demócrito. Ambos se entremezclan en la naturaleza de modo que muchas veces apenas se distinguen, y entonces podemos confundirnos. Así, algunos ven misteriosas casualidades por doquier donde otros se empeñan en distinguir una lógica, una cadena de fichas de dominó que caen una tras otra, de manera elegante pero sospechosamente simple. Bien, ¿quiénes están en lo cierto? Pensémoslo mediante un ejemplo, un caso real que nos llevará muy hacia atrás en el tiempo, a la época en que Europa tenía junglas tropicales, un mundo perdido destinado a sucumbir por un cambio climático.
La primera ficha de dominó de nuestra historia cayó hace unos 35-40 millones de años, cuando la deriva continental separó la Antártida de los demás continentes. Aislada en el polo sur, una corriente marina comenzó a circundarla, unas aguas que se enfriaron progresivamente. Así cambió la circulación de las corrientes oceánicas del planeta, y en la Antártida avanzaron los glaciares donde antes había bosques templados. Por todo el mundo, el clima se tornó más fresco. Eso provocó menos evaporación, por tanto menos nubes, por tanto menos lluvias. La sequía se extendió por el interior de Asia, lejos del mar, y las estepas avanzaron. En ese hábitat evolucionaron nuevas especies esteparias, los ancestros de las avutardas, de las gangas, alondras y cogujadas, y de nuestra perdiz roja (Alectoris rufa). Lentamente, el clima mundial siguió deteriorándose, y el frío y la sequedad llegaron a cambiar los paisajes de Europa. Las selvas fueron desapareciendo, y en torno al mar Mediterráneo, hace unos 3-7 millones de años, fue fraguándose un clima con estación seca, pero aún templado. Con la sequía, los incendios eran más frecuentes, y como resultado los bosques retrocedieron, siendo sustituidos por matorrales más abiertos, resistentes al fuego. Ese nuevo hábitat se extendió de sur a norte y de este a oeste, y proporcionó un lugar donde vivir para las aves de las estepas asiáticas. Seguramente llegó de Asia algo parecido a la perdiz chukar, y su estirpe se dividió originando varias especies, una para cada zona de la cuenca mediterránea: primero la perdiz moruna, del norte de África, hace unos 6 millones de años; y luego, en el sur de Europa, dos especies: al este la perdiz griega, y al oeste nuestra patirroja; ambas surgieron hace como 2 millones de años.
Causa: la Antártida queda aislada. Consecuencia: la perdiz roja. ¿Es así de sencillo? Ni de lejos. Porque en cada paso de esta historia desconocemos qué papel tuvo el azar, cómo influyó en la dirección del movimiento de los continentes, en la reorganización de las corrientes marinas y sobre todo en las mutaciones que debieron de acumularse en el origen de estas perdices, cambios genéticos que de por sí sabemos que son aleatorios. Si pudiéramos dar marcha atrás y dejar que la historia comenzase de nuevo, ¿tendríamos otra vez a los cazadores empeñados en abatir perdices rojas? Stephen Jay Gould propuso originariamente este tipo de cuestión en su libro "La vida maravillosa", y como él podemos concluir que la historia más bien se parece a una mezcla de necesidad y de azar, lo cual hace del presente sólo una opción más de las muchas que pudieron ser y no fueron. Quizás esa incertidumbre ante lo forzoso de los acontecimientos naturales sea lo más razonable que podamos aprender reflexionando sobre... una perdiz.
Datos sobre la evolución de las perdices Alectoris procedentes de Randi et al. (1992) Biochemical analysis of relationships of Mediterranean Alectoris partridges. The Auk, 109: 358-367. La historia de los cambios globales se basa, entre otras fuentes, en Blondel y Aronson (1999) Biology and wildlife of the Mediterranean region. Oxford University Press.