Editorial Alfaguara. 371 páginas.
1ª edición de 1984; ésta de 2006.
Cuando escribí la reseña de La
casa verde, hablé en el blog del momento en el que leí mi primer libro
de Mario Vargas Llosa (Arequipa,
Perú – 1936), que no fue otro que La ciudad y los perros, y del fuerte
impacto que me causó esta novela a los veintiún años. Después leí un número
nada desdeñable de las obras de este autor (ocho novelas, contando La casa verde, y un libro de relatos.
Pero desde el periodo comprendido entre mis veintiún años y la actualidad, casi
media vida, no había leído Historia de Mayta. Y el tema no deja de ser
curioso, porque La ciudad y los perros
la tomé de las estanterías de la casa de mis padres en Móstoles y se trataba de
una edición de quiosco, que ofrecía dos novelas del autor: además de La ciudad y los perros, la otra novela
de aquel libro del siglo pasado no era otra que Historia de Mayta. Quiero hablar del lector que era yo entonces a
los veintiún años: durante mi adolescencia casi en exclusiva había leído libros
de ciencia ficción y terror, y sólo a partir de los diecinueve (casi veinte)
fue cuando empecé a leer Literatura en serio (y escribo Literatura en serio con bastardilla porque, por supuesto, muchos de
los libros de ciencia ficción y terror que he leído, aunque no todos, eran
verdadera literatura). Así que a los veinte años sentía que me faltaban
lecturas serias, y como no sabía por dónde empezar, lo hice por los autores que
más me sonaban a literatura seria: este tal Dostoyevski parece importante, y este tal Tolstoi, y Cervantes,
claro, y Hemingway y Francis Scott Fitzgerald y Baroja y así. Estoy hablando de 1994, y
por entonces estaban muy en boga los escritores del boom hispanoamericano; pues entonces tendré que leer a este tal García Márquez, y a este tal Vargas Llosa, que sale mucho en los
periódicos. Así que busqué algún libro del tal Vargas Llosa y en la estantería
de la casa de mis padres estaba aquel volumen (que sigue allí) con La ciudad y los perros e Historia de Mayta. El chaval de veintiún
años que era yo leyó la primera novela del libro, se quedó subyugado, cayó
rendido a los pies de aquella novela… pero no se le ocurrió seguir con la otra.
Aquel chaval que era yo se había informado sobre el tal Vargas Llosa y había
descubierto que La ciudad y los perros
fue una novela muy importante para el despegue del boom, pero no había oído nada de la otra. Así que aquel chaval que
necesitaba empaparse de literatura de forma rápida, decidió pasar a la
siguiente obra maestra porque no tenía ningún tiempo que perder; algún tal Camus o Sartre le estaban esperando por entonces.
Lo cierto es que ahora leo muchas
(quizás demasiadas) novedades literarias, que a veces no acaban de convencerme.
Y diría que lo hago por afán competitivo, por saber qué es lo que tiene repercusión
y adquiere prestigio en el mercado editorial español. Ya he cumplido cuarenta
años, y estoy empezando a echar mucho de menos a aquel lector salvaje que era
yo a los veintiún años, que sólo leía a escritores muertos y consagradísimos, y
de los vivos sólo leía obras de gran relevancia. Estoy empezando a pensar que
he de volver de nuevo a reencontrarme con los clásicos de forma habitual, con
esos libros que al leer uno detrás de otro te hacen pensar que escribir obras
maestras es lo más fácil del mundo.
Me encontré sin buscarla con la
primera edición de La historia de Mayta
en la librería de segunda mano Ábaco
de Raimundo Fernández Villaverde. Por tres euros no la iba a dejar allí, claro;
a pesar de que mi ejemplar parece tener un pequeño problema de impresión: los
márgenes interiores de sus páginas están demasiado pegados al lomo del libro y
esto dificulta su lectura. Así que siendo un libro del que no me iba a deshacer
en otra librería de segunda mano, he llegado a una solución intermedia:
conservar mi primera edición, pero leer el libro en el más cómodo formato de
Alfaguara, sacándolo de la biblioteca
Eugenio Trías, o para mí la biblioteca del Retiro (aunque la biblioteca
llamada “de Retiro” esté al final de la calle Doctor Esquerdo, ya cerca del
puente de Vallecas y por lo tanto alejada de El Retiro). A la lectura de Historia de Mayta he dedicado la primera
semana de mis vacaciones de profesor.
Querría señalar también que a la
lectura de este libro, a que quisiera tomar éste y no otro de mis cada vez más
abarrotadas estanterías de libros inleídos, contribuyó una reseña escaneada de
un ABC de los años 80 firmada por mi admirado crítico literario Miguel García-Posada, donde éste se
mostraba feliz por poder recomendar a sus lectores un libro que le parecía
realmente tal bueno. (Ver AQUÍ).
En Historia de Mayta un narrador innominado -que se podría identificar
con el propio Vargas Llosa- se propone, desde el año 1983, que es el presente
de la novela, investigar unos sucesos ocurridos en 1958. Entonces Alejandro
Mayta, que fue compañero del narrador en el colegio de los salesianos de Lima,
protagonizó un olvidado intento de revolución armada que para el narrador marcó
la línea de partida de todo lo que vendría después: los atentados de Sendero
Luminoso (aunque a esta organización no se la nombra en la novela).
El narrador se va entrevistando
con personas que conocieron a Mayta y que, en mayor o menor medida, fueron
testigos de los hechos más importantes de su vida. A estas personas siempre se
presenta contándolas que está recogiendo datos para escribir una novela sobre
su condiscípulo salesiano; una novela que no intenta reconstruir la verdad sino
conocer lo ocurrido para inventar un personaje creíble.
“-No va a ser la historia real,
sino, efectivamente, una novela –le confirmo-. Una versión muy pálida, remota
y, si quieres, falsa.
-Entonces, para qué tantos
trabajos –insinúa ella, con ironía-, para qué tratar de averiguar lo que pasó,
para qué venir a confesarme de esta manera. ¿Por qué no mentir más bien desde
el principio?
-Porque soy realista, en mis
novelas trato siempre de mentir con conocimiento de causa –le explico-. Es mi
método de trabajo. Y, creo, la única manera de escribir historias a partir de
la historia con mayúsculas.” Leemos este diálogo (que se repite con algunas
variantes al entrevistarse con otras personas entrevistadas) en la página 86.
En cada capítulo, de
aproximadamente el mismo número de páginas, el narrador se entrevista con una
persona que le permite reconstruir la historia de Mayta en sentido cronológico,
desde sus primeros años en el colegio de salelianos, hasta su intento de
inicial la revolución armada en la sierra. Para que este proceso ocurra, tendrá
que darse el encuentro de Mayta con Vallejos, alférez del ejército, cuando el
primero ya ha pasado los cuarenta años y Vallejos sobrepasa apenas los veinte.
Este encuentro será clave en la historia: Mayta, homosexual clandestino y
eterno militante de la izquierda peruana, dividida en grupúsculos cada vez más
pequeños y que además no paran de pelearse entre sí, verá en el joven Vallejos
la energía que puede llegar a dinamizar el cambio político pasando de la teoría
a la acción.
Vargas Llosa, como es habitual en
él, juega también aquí con la estructura de su novela. Se usa el recurso de la novela en marcha: el
proceso de conseguir las notas de los testigos para la novela es la propia
novela que el lector lee. No va a existir una elaboración posterior; pero según
el narrador se está entrevistando con las personas que conocieron a Mayta ya va
perfilando al personaje que va a crear, y en el mismo párrafo el lector pasa de
leer lo que el personaje le cuenta al narrador sobre Mayta en 1983 a leer lo
que a este personaje le ocurrió con Mayta en 1958; y todo esto teniendo en
cuenta que el personaje entrevistado puede estar mintiendo y que el narrador
crea un personaje consistente a partir de la información que él o bien
considera verosímil o bien ha decidido inventar. Normalmente el lector sabe que
está en 1983 porque el narrador habla en primera persona, y se entiende que hemos
saltado a 1958 porque el narrador reconstruye la historia de Mayta en tercera
persona (aunque no siempre, porque traspasada la mitad de la novela, al
hablarnos de Mayta, de vez en cuando, a él se le cede el privilegio de usar la
primera persona).
Lo curioso del libro es que uno
lo lee pensando que el único que no puede estar mintiendo es el propio
narrador, y no es así: el narrador inventa lo que le parece bien para su
historia. Se inventa a personas para entrevistarlas, o bien se inventa las
respuestas a sus preguntas para que estas encajen con el personaje que crea,
como comprendemos al final, cuando consiga entrevistarse con el Mayta real o
inventado. Y lo mismo dará, porque esta novela que aparentemente se está
escribiendo bajo las premisas de una investigación periodística indaga en el
uso de la violencia como uno de los pilares constitutivos de la sociedad
peruana, pero también –o sobre todo- indaga (y esto lo comprenderá el lector al
haber finalizado el magnífico capítulo final) en la propia fuerza de la ficción
para crear realidades alternativas que nos hagan comprender mejor la realidad
verdadera.
Historia de Mayta me ha gustado mucho; bastante más que, por
ejemplo, La casa verde. Aunque la
indagación formal de la primera no es tan profunda como en la segunda, se deja
leer de forma mucho más natural y sus personajes me emocionan más, y me parece
que Historia de Mayta debería estar
sin duda entre las obras más destacadas de Mario Vargas Llosa, cuando diría que
es esa novela de Vargas Llosa que muchos de sus lectores no han leído porque
les parece una obra menor.
Creo que el siguiente libro de
Mario Vargas Llosa que voy a leer va a ser La guerra del fin del mundo.