Titulado en España, de manera un tanto absurda, El más valiente entre mil, este western, que podría encuadrarse dentro del subapartado llamado «crepuscular» (más por su contexto de producción y rodaje que por su guion), es sin duda el mejor largometraje para el cine filmado por el realizador televisivo Tom Gries, director especializado primordialmente en argumentos de acción e intriga, con alguna incursión en el drama épico y romántico, y que tiene aquí la primera de sus varias colaboraciones con el ya veterano Charlton Heston, de entre las cuales esta es la más lograda. Es precisamente su protagonista, junto al resto del reparto masculino (Donald Pleasence, Ben Johnson, Bruce Dern, Slim Pickens, Clifton James, Anthony Zerbe. G. D. Spradlin y el debutante Lee Majors, todos ellos en papeles breves y no muy sustanciosos, pero determinantes), la mejor baza de esta película, tal vez no demasiado novedosa en su planteamiento pero con un tratamiento muy interesante, que cuenta en su nómina con otras colaboraciones de prestigio como la de David Raksin en la música y la de Lucien Ballard en la fotografía. Escrita por el propio Tom Gries, la historia es el sencillo relato de un vaquero ya algo envejecido, el Will Penny del título original (Heston), que tras trabajar para un rico terrateniente ayudando a llevar su ganado hasta las vías del tren, pasa el invierno contratado por un rancho de las llanuras como guarda de las vacas que pacen sueltas en las montañas. Así resumido, no parece material suficiente para un metraje de una hora y tres cuartos de western, pero son los encuentros que Will tiene en su camino y las variaciones imprevistas en el inicial devenir de este lo que nutre el desarrollo dramático y teje los múltiples hilos argumentales de este convencional y a la vez atípico filme del Oeste.
Aunque recibe las continuas mofas de sus compañeros de partida a costa de su edad, lo cierto es que Will es el único al que Anse Howard (Spradlin), el dueño del ganado, le ofrece trabajo en Kansas durante el invierno. En el último momento, sin embargo, cede su puesto a un compañero más joven que quiere aprovechar ese viaje para ver a su padre moribundo, y prefiere seguir viaje con sus colegas Dutchy (Zerbe) y Blue (Majors) para buscarse la vida y encontrar un empleo con el que sobrevivir durante los meses fríos. Un mal encuentro con la familia Quint, liderada por un predicador chiflado (Pleasence) y su hijo (Dern), deja a Blue muy malherido, y la necesaria escala en la parada de postas de Catron (James) en busca de un médico posibilita el encuentro entre Will y Catherine (Joan Hackett), una mujer que viaja desde Ohio junto a su hijo pequeño y un guía poco fiable para llegar a California a reencontrarse con su marido. Este es el primer cruce fundamental en el quijotesco periplo de Will por las gélidas praderas del Oeste; el otro es del cadáver de otro vaquero, al parecer caído del caballo y golpeado contra una piedra, que le permite llegarse al rancho Flat Iron y conseguir de Alex, el capataz (Ben Johnson), el empleo que aquel desempeñaba como guardés. Largos meses de invierno de privaciones y soledad, pero en libertad, a cubierto y con un sueldo, que, contra todo pronóstico, se ve obligado a compartir con Catherine y su hijo, abandonados por su guía y refugiados sin permiso en la aislada cabaña de montaña del rancho Flat Iron. La relación de Will con Catherine y el niño y la amenaza de los Quint, que quieren vengarse del vaquero por haber acabado con uno de los miembros de la familia, son los polos dramáticos sobre los que se establece el desarrollo del guion.
La película, que discurre así por una senda algo trillada y poco novedosa (el protagonista va a verse tarde o temprano enfrenado a los Quint; el primer antagonismo entre Will y Catherine se va convirtiendo en entendimiento mutuo y, progresivamente, en algo mucho más importante y decisivo), contiene algunas virtudes que hacen que merezca ser rescatada junto a algunos otros títulos contemporáneos considerados de segunda fila. En primer lugar, la fotografía de Lucien Ballard, en la que predominan los colores terrosos, marrones y ocres, y las luces tenues, neblinosas, los grisáceos cielos nublados y el verde cenizo de las hojas de los árboles, en abierto e intencionado contraste con el blanco limpio y refulgente de las lejanas cumbres ya nevadas, o el del progresivo teñido blanquecino de los pastos y bosques que rodean la cabaña. En segundo término, la espléndida interpretación de Charlton Heston como Will Penny, un hombre sencillo, elemental, bienintencionado pero tan duro como el ecosistema en el que le toca vivir, entre vaqueros tan rudos como él, con la amenaza de los indios siempre latente, sometido a los dictados de una naturaleza inclemente tanto en verano como en invierno, siempre urgido a encontrar un modo de sobrevivir en la errante itinerancia en la que se desenvuelve su vida. El personaje no hace gala al título español -Will no debe afrontar especiales situaciones de arrojo que reclamen para él apodos que impliquen especial arrojo frente a otros personajes comunes del western: se enfrenta a un compañero algo pendenciero dándole sombrerazos y un sartenazo en la cabeza; se tirotea con los Quint desde una posición de ventaja; se ve atacado y vejado por estos en minoría; acude al rescate de Catherine y su hijo, pero ya asistido de nuevo por Blue y Dutchy; y, sobre todo, en la conclusión del filme, en un desenlace en el que no demuestra audacia ni valentía, sino más bien todo lo contrario, miedo y comodidad, dependencia absoluta del único registro que domina su vida-, en realidad es más bien un incapaz. Probablemente es vaquero porque no sabe hacer otra cosa, y en particular porque no se ha atrevido nunca a intentar ser otro.
En esta vertiente es donde la interpretación de Heston da lo mejor de sí. El momento, por ejemplo, en el que, a pesar de su fortaleza y el ascendiente de su reputación profesional sobre sus compañeros, muestra una desarmante vulnerabilidad, un sonrojo avergonzado, cuando hace fila para cobrar y debe anotar su nombre en la lista de empleados: analfabeto como es, su marca en forma de aspa es la única la página; se sabe inferior, se siente frustrado y avergonzado, intenta taparse, ocultarse, con una sencillez y un azoramiento mostrados con excepcional tacto dramático y extrema sensibilidad, sin una palabra, solo a base de lenguaje facial y gestual (Gries usa para ello planos medios; cuando va a pedir trabajo en el Flat Iron, Will se muestra igual de humilde y expuesto, pero el director usa en cambio planos generales, no busca representar su sumisión en un terreno en el que lo ha estado haciendo durante toda su vida, que es ya sabido, que se da por hecho). Más adelante, pasará por un trance similar (de nuevo en planos medios y cortos) cuando se vea arrastrado por Catherine y el niño a derribar su fachada monolítica y mostrar humanidad, sentimientos, amor. Aprender a bailar, a cantar villancicos, a mostrarse como un ser con aspiraciones, sueños y deseos que cumplir, fuera de las rutinas del duro trabajo y de las tareas que marcan las estaciones y el tiempo atmosférico. Un hombre autónomo, y no obediente a las órdenes de quien paga, o de la naturaleza. El más valiente entre mil del título español deviene finalmente en un cobarde, pero ni el guion ni Catherine ni su hijo, ni Alex y sus hombres, ni siquiera el espectador, tienen intención ni derecho a censurarle. Will Penny, por medio de la interpretación de Heston, no demuestra ninguna maldad, ningún deseo de hacer daño; solo es un ser desamparado, abatido, modelado con un cincel que no admite enmiendas ni reconversiones. Un derrotado por sí mismo.
Una interpretación que hace una película entera, y que justifica que el título original, Will Penny, defina por completo el filme. Porque este no trata de grandes epopeyas del Oeste; usa muchos de sus clichés y lugares comunes para contar la historia de un hombre incapaz de enfrentarse y de vencerse a sí mismo, de un perdedor que se siente seguro en el confort amargo de su derrota, que tiene miedo de apostar para no correr el riesgo de perder, que disfraza de elección propia el temor a verse relegado por otros. De la boca de Charlton Heston, excepto en el clímax final con Catherine, apenas sale una palabra que ilustre el sentido último de la película. Es su forma de encarnar el personaje lo que da sentido a toda la historia. El actor como creador.
