A la hora de abordar una obra como Historia de una escalera, hay que tener en cuenta el momento histórico en el que se escribió: nos encontramos todavía en el periodo de nuestra larga postguerra. Buero Vallejo hizo la guerra en el bando republicano y en 1939, capturado, fue condenado a muerte. La pena se le conmutó, pero pasó largos años en prisión hasta que pudo salir en 1946. Por todo ello, parece milagroso que tres años después Historia de una escalera ganara el premio Lope de Vega del Ayuntamiento de Madrid y se estrenara con gran éxito, ya que su temática poco tiene que ver con los valores imperantes en la política oficial de aquella época. Pero dejemos que sea el propio autor el que nos hable acerca de las motivaciones de su obra:
"Creo que fueron dos preocupaciones simultáneas las que me llevaron a escribir la obra: desarrollar el panorama humano que siempre ofrece una escalera de vecinos y abordar las tentadoras dificultades de construcción teatral que un escenario como éste poseía."
Desde luego se trata de una obra con una estructura complicada, ya que el escenario siempre es el mismo y es en la escalera, a la puerta misma de sus viviendas, donde el espectador va a conocer la vida de sus vecinos a través de las relaciones, no siempre fáciles, que se establecen entre ellos. En realidad aquí la vida vecinal se presenta como algo muy sórdido, fuente de envidias, venganzas mezquinas y continuas habladurías. Los habitantes de la casa, casi todos pertenecientes a la clase social más humilde, se atreven a soñar con un futuro mejor, fabricado con esfuerzo, trabajo y tesón. Esto se simboliza en el personaje de Fernando (y después en su hijo), que es un procrastinador de manual: se propone estudiar y llegar a lo más alto. Pero nunca encuentra el momento de empezar. Lo pospone de un día para otro y llegamos a dudar si sus palabras son sinceras o las usa para embelesar al objeto de su deseo.
El otro gran tema de Historia de una escalera es el paso del tiempo. Pasan décadas de un acto a otro, pero la escalera sigue siendo la misma, quizá con algunos arreglos que apenan disimulan su deterioro y antigüedad. También los personajes y sus descendientes siguen siendo los mismos. No evolucionan. Se encuentran atrapados en el círculo vicioso que supone pertenecer a la clase social menos favorecida. Nadie adopta soluciones prácticas para salir de la situación, porque es posible que tampoco sea posible adoptarlas, que queden muy por encima de las posibilidades de estos personajes. Al final se respira un conformismo resignado. Cuando alguno de los vecinos como Urbano, el sindicalista concienciado, se enfada, se indigna, vocifera, amenaza y al final no hace nada. Quizá al final de la obra se atisba algún pequeño cambio, alguna pequeña esperanza, pero Buero Vallejo es pesimista. Parafraseando a Lampedusa, podríamos decir que si algo cambia, es para que todo siga igual.