Plaza de toros de El Puerto de Santa María. Principios de agosto del año de la pandemia; tendidos a reventar, sin distancia física y mascarillas por montera. Pregunta inevitable: ¿por qué los toros sí y otros eventos no? Alguien muy español y mucho español, como diría el otro, enfatiza que forman parte de nuestra tradición cultural más auténtica.
Llevado por la adrenalina del riesgo, la estética del paseíllo o por esa lucha entre toro y torero, asistí a corridas de toros llegando a diferenciar el tremendismo de unos del temple de otros. Que es una tradición y un espectáculo, no hay duda. ¿Un arte? Alguien diría que tiene su estética. ¿Un negocio? Habría que hacer cuentas. Pero aceptando que sea tradición, espectáculo y negocio, ¿le convierte en una actividad cultural y aceptable?
Los defensores de las corridas de toros apelan a la tradición. Y es cierto que es una costumbre antigua, tanto como lo existencia de gente contraria. Desde las primeras fiestas con toros que se celebraron en la Edad Media han coexistido quienes consideran las corridas como una expresión cultural digna de ser protegida y quienes prefieren su abolición.
El historiador Juan Ignacio Codina Segovia afirma que el primer vestigio antitaurino español lo encontramos en el siglo XIII, cuando Alfonso X el Sabio, en sus célebres Leyes de Partida, califica a los toreros como personajes infames. También documenta que la primera prohibición de las corridas de toros la promulga el papa en 1567 y hace un recorrido por la historia de las prohibiciones taurinas. Recuerda que en 1785 Carlos III veta las corridas de toros a través de una Pragmática Sanción y que en 1805 de Carlos IV las prohíbe. En sentido contrario, Fernando VII abre una escuela de tauromaquia en 1814, a la vez que cierra universidades o vuelve a instaurar la Inquisición. Tampoco olvida a la generación del 98 que señaló como causas de los males del país el caciquismo, el clericalismo, el analfabetismo y la afición a los toros.
¿Pero los toros son cultura? Primero habría que definir qué es cultura, algo complicado por la inclinación a utilizar el término para realzar cualquier tipo de actividad social. Existen dos líneas argumentales: una alude al desarrollo intelectual o espiritual del individuo que la proporciona autonomía personal y sentido crítico; la otra hace referencia al conjunto de modos de vida, costumbres y tradiciones de un pueblo, región, país o época. Y así, hablamos de cultura oral, escrita, popular, musical, urbana, étnica, industrial, religiosa, musical, gastronómica y todo un listado inacabable. Incluso hay quienes hablan de la cultura del esfuerzo, expresión que nunca usan para referirse a los jornaleros, trabajadores de la limpieza y tantos otros, y quienes hablan de estercoleros culturales para referirse a los barrios humildes.
El profesor Isidoro Moreno concreta y amplía hasta el infinito el término cultura al afirmar que "todo lo que no es genético es cultural". Esta concepción de la palabra hace que se hable con bastante ligereza y que, en palabras de Sánchez Ferlosio, se le cuelgue "impropiamente una connotación valorativa de cosa honesta y respetable". En todo caso, cuando una palabra se usa como etiqueta o comodín, tiende a perder su significado; entonces, ya no sirve para nada.
¿Pueden ser los toros considerados cultura? Sí. ¿Eso quiere decir que es defendible la lidia de toros? No todo lo que se concibe como cultura es aceptable. La corrida de toros es un espectáculo donde picadores, banderilleros y matador torturan al toro ante un público expectante, alborozado o enojado si el castigo no se ejecuta conforme a los cánones de la tauromaquia. En todo caso, admitir que la tauromaquia forma parte de la cultura española no significa que merezca una valoración positiva. La supremacía del hombre sobre la mujer también obedece a una construcción cultural y no por ello es admisible, tampoco resulta defendible la tradición de la ablación genital femenina que practican algunas culturas o ese gusto por los castratis, niños que sacrificaban sus testículos para ganarse la vida deleitando los refinados oídos de la aristocracia, la realeza o la cúpula eclesiástica. Por lo tanto, la pregunta no es si los toros son o no cultura, la pregunta es si la corrida de toros resulta un espectáculo aceptable.
¿Deberían prohibirse los toros? No es fácil cambiar costumbres y tradiciones y la historia de la tauromaquia demuestra que las prohibiciones no han terminado con ella. Nostálgico del prohibido prohibir, prefiero una ciudadanía dando la espalda a estos espectáculos.