Historias cruzadas o The help evoca en algunos espectadores el recuerdo de Un sueño imposible y, más lejos en el tiempo, de El color púrpura. Nuestra memoria cree reconocer entonces el habitual ejercicio de corrección política que redime a los Estados Unidos de su ¿pasado? racista, y que gusta tanto a los miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood. Diferencias al margen, estos productos se caracterizan por contar historias “de superación” que protagonizan una o varias personas “de color” (ay, la conveniencia de los eufemismos). Salvo escasas excepciones, los negros son todos buenos mientras los blancos son malos en general. Por suerte el destino premia y castiga como Dios (o al menos la industria) manda.
Steven Spielberg fue el más discreto: en su megaéxito de 1985 la protagonista Celie Johnson/Whoopi Goldberg es víctima de violencia doméstica antes que del maltrato WASP (los red necks se encarnizan, en cambio, con la secundaria Sofía de Oprah Winfrey). En 2009 John Lee Hancock apuesta a una lección de la vida real, y lleva a la pantalla grande el caso ejemplar de la familia rubia y rica que adopta a un joven moreno y pobre, promesa del football americano. Dos años más tarde, Tate Taylor recurre a la denuncia de corte periodístico-literario: la pelirroja Skeeter Phelan rescata la o una verdad, y por ende ya no a un solo individuo sino a toda una comunidad.
Ella, Celia Foote (una casi irreconocible Jessica Chastain) y, hacia el final del film, Missus Walters (Sissy Spacek) y Charlotte Phelan (Allison Janney) son las excepciones que salvan a la raza blanca en general y al gran país del norte en particular. Las menos conocidas Viola Davis (algunos la recordarán como la amiga de Julia Roberts en la indigesta Comer, rezar, amar) y Octavia Spencer (la psíquica de mascotas en la insufrible Dinner for schmucks*) interpretan a Aibileen Clark y Minny Jackson, referentes de una raza sufrida, digna, valiente.
Nada es medianamente original en Historias cruzadas. Ni siquiera la venganza de Minny/Octavia contra la crápula de Hilly Holbrook: cómo no relacionarla con aquel guiso de carne que Idgie Threadgoode y el negro buenazo de Big George prepararon en aquella otra producción sureño-hollywoodense.
La semana pasada, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas anunció cuatro nominaciones para The Help. Bajo ningún concepto el largometraje de Taylor debería ganar el Oscar a la mejor película en desmedro de las ya vistas Medianoche en París y La invención de Hugo Cabret (cuya reseña se publicará la semana próxima), ni siquiera de las cuestionadas El árbol de la vida y El juego de la fortuna (que Espectadores también comentará en breve).
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* Aunque fuera de tema, no puedo dejar de mencionar la indignación que me causó la adaptación libre de La cena de los tontos de Francis Veber.