
Parece desde luego que lo que menos preocupa a Mekas es la naturaleza que va a tener el film que se trae entre manos.
No es un documental, como advierte en un cartel al poco de comenzar, aunque quizá tampoco un film político, pese a que insiste en ello de manera godardiana.
No es estrictamente ficción y quizá es lo opuesto a ello, en el sentido de que otorga una estructura onírica - no sé de qué fase del sueño, pero el vértigo selectivo habitual de sus fotogramas es feliz, certero - a metros y metros de realidad y no al revés.
Y, curiosamente, o no tanto, se aleja todavía más de las etiquetas al uso para obras indeterminadas: no es afortunadamente nada parecido a un experimento (lo que puede conseguir no busca probar nada y no manipula la esencia) y desde luego si algo tiene de avant-garde, será por lo que recuerda a tantos films silentes que fueron la última frontera de las primeras audacias del cine.





El desfile de rostros conocidos - cineastas, músicos, poetas, pintores, etc. - no monopoliza el interés del film y esto es fundamental. Son apariciones fugaces, intrascendentes, pudorosas.

Un recurso desusado entre bastantes de sus colegas como es el de la banda sonora, sirve a Mekas para asociar unos episodios con otros al repetir melodía o sonoridad captada. O al extender la presencia de alguna de ellas entre dos contiguos. Ningún énfasis ni distracción provoca la música, ninguna impureza añade diálogo o grabación ambiental alguna. No con este afecto por el material y su exposición.