( contada por puño y letra de su "mami" Arquepe, la misma que luchó lo indecible junto a Leala )
Historia de Himilce.
Un instante antes de que, muy temprano, sonara el despertador tuve la visión, entre sueños, de un galgo atigrado caminando por una larga vereda, con esos andares cortijeros, como quien busca su destino. Muchas veces en estos días he visto en sueños a Leala, y me he despertado con su imagen aún muy fresca en mis retinas Pero esta vez, ayer, no era Leala, aunque su aspecto fuese similar. Camino a Linares fui evitando mirar por los arcenes, por los olivares ardientes. Estaba casi segura de vería a ese galgo por la carretera y no quería, de ninguna manera, sufrir más. Llegamos y nos dedicamos a hacer las gestiones. Ayer, en Linares el calor era inhumano. Quemaba hasta respirar. Búsqueda de direcciones, pararnos en un banco a la sombra, comprar en un kiosko una granizada... y andar y desandar por un lugar que no conoces, mientras la gente, a la hora de la siesta, está en su casa, porque el asfalto arde y el sol se te adhiere a la piel. Cuatro de la tarde. Nosotros cambiando impresiones en un poyete a la sombra (daba igual, los más de 40 grados no permitían un átomo de frescor). Alzo la vista y lo veo.
En la dirección opuesta, separado por una rotonda, semáforos, confluencia de tres calles, tráfico incesante y vallas que impiden cruzar, lo veo. Lo veo y no puedo evitar gritar: ¡¡¡Ahí está!!!
Mi marido se queda mudo: parece Leala.
El galguito tiene la buena idea de no pretender cruzar. Sigue su camino, con la lengua fuera, bajo el sol. Nos apiadamos de él ¿dónde irá la pobre criatura con este calor? No podemos seguirlo ni llamarlo y cuando el semáforo cambia ya se ha metido por otra calle y le perdemos la pista. Yo dándole vueltas al pobre galgo sin rumbo, por plena cuidad.
Por fin termina nuestra misión. Vamos a una gestoría en el coche del dueño Ni idea por dónde vamos. Cuando salimos él se ofrece a volver a llevarnos en coche hasta donde tenemos el nuestro. Estamos a punto de hacerlo pero en el último instante cambiamos de idea: decidimos que iremos inspeccionando la ciudad. Nos despedimos. Nosotros ya hemos terminado, cae la tarde un poquito y queremos tomar algo fresco ya sin prisas y comentar. Echamos a andar sin saber muy bien hacia donde ir; nos da igual una calle que otra. Así vamos, sin saber. Por aquí entro y por aquí salgo. De repente mi marido, demudado, me dice: ¡¡Mira quién está aquí!!
Una fuente que termina en un charquillo y sobre él, mojado, cansado... sin querer moverse, el galguito atigrado, que se nos presenta por segunda vez. Le doy de beber en mi mano, de la botellita que llevo. Pienso en Leala y su falta de sed. No entiendo el mundo y sus misterios. Este pobre tiene la cabeza y las orejas infestadas de reznos. Es una colonia andante de pulgas y garrapatas. Es chiquito de tamaño. Le miro los dientes: más o menos la edad de Leala. El color de Leala, el tamaño de Leala. Le alzo la patita: una hembrita adolescente.
Me quedo mortal. Pienso en lo injusto de la vida. Pienso en mi querida niña, entre sueros y cuidados caros. Me siento incapaz, miserable e impotente frente al azar del mundo y sus criaturas.
Leala rodeada de gente intentando con desesperación salvarla de las garras de la muerte y esta pobre desgraciada, directa a morir bajo las ruedas de un coche, de hambre, calor y sed o en una perrera donde la senterncie la enfermedad o directamente la sacrifiquen. Otra muertita en pie.
Una muchacha, en un tenderete en plena calle de Ono, Yahoo o yo que sé, se da cuenta. Nos dice dónde sabe ella que tiene un negocio la presidenta de una protectora con refugio. Nos da las señas, le contamos que no somos de allí. Pero allí llegamos, con la perrilla cogida por el cinturón de mi marido, que la lleva a su lado y ella, junto a él sin intentar escapar, ni pararse... como si no hubiera hecho otra cosa en la vida que ir junto a él. Llegamos al lugar y nos dicen que NO. Que el refuguio está a tope que tienen el triple de perros de los que pueden tener. Y que galgos no. Que con todo el dolor de su corazón, no. Que hay una gentuza asesina que "huele" si entra un galgo, que el último que entró allí lo tuvieron que esconder y que aun así los tipejos esos entraron a robarlo dejandolo todo abierto y destrozado. Se les escaparon muchos perros del refugio y tuvieron que lamentar la muerte de cinco de ellos, atropellados muy cerca. Y a otros tantos no los pudieron recuperar.
Yo sé que no me puedo llevar al perro. No tenemos espacio, es un viaje largo y, sobre todo, no la puedo meter en mi casa sin vacunar. Sería como inocularle el moquillo yo misma. Mi casa es un hervidero de virus. y tampoco sé qué puñetas puede tener esta pobre, aparte de una urbanización de lujo para parásitos de todos tipos y tamaños.
Pedro, un chiquillo avispado, listo y resolutivo , voluntario de esa protectora, asiste estupefacto a que se les presenten cuatro locos dispuestos a todo. Me indica que sabe de un veterinario cuya familia regenta una guardería canina. Sé que es inútil. Que sin vacunas y papeles no la admitirán. Pero el no ya lo tenemos; hay que intentarlo como sea. Nos ponemos en marcha. Vamos contrarreloj. Con todo eso ya es hora de cerrar. Llegamos por los pelos. No sé cómo ha sucedido, pero la perra queda vacunada, con el pescuecito y las orejas libre de las larvas más gordas. En otra jaulita. Con agua y comida. A salvo. Cuento el tema del moquillo. El cinco de agosto la revacunarán. Y, tras 15 días de esa revacunación, la perra podrá entrar en casa libre de riesgos. Hay que pagar por adelantado la guardería todo ese tiempo. Mi marido, Virginia, mi hijo y yo vaciamos los monederos. Incluso con monedillas logramos reunir el coste del veterinario y el pago de la estancia. Cuando me despido de ella le digo: ¡¡No tienes ni zorra idea de lo que te acaba de pasar!!
Cuando vamos a atravesar la puerta nos piden el nombre de la perra para terminar de rellenar la cartilla. No sabemos que poner. El personaje femenino más célebre de Linares es Himilce, una princesa íbera proveniente de Cástulo (a pocos kilómetros de la actual ciudad). Fue la esposa de Anibal y la madre del único hijo de éste. Mi marido (que es de Historia) pronuncia ese nombre y así queda apuntado.
Nos vamos. Tenemos la boca seca y rozaduras en los pies. Nos sentamos en un bar. La concatenación de tantísimas casualidades no puede ser casual. No sabemos qué ha pasado, pero me siento feliz. ¿Lo habré soñado?
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