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Con el siglo XVII, nuevas formas de milenarismo habrían de emerger, esta vez en aguas protestantes. Según Richard Popkin:
El surgimiento de potencias políticas protestantes en Inglaterra y en Holanda, que habían derrotado a las fuerzas católicas españolas, la victoria de Gustavo Adolfo en la Guerra de los Treinta Años, la unión de las Coronas de Escocia y de Inglaterra y muchos otros hechos fueron interpretados como señales de que Dios estaba actuando en la historia, allanando el camino a los gloriosos acontecimientos milenarios. Varios países se consideraron como la Nueva Israel, en la que ocurrirían los decisivos acontecimientos providenciales.
La propia Reforma había revelado, a quienes estaban aguardando el milenio, que el obispo de Roma era el Anticristo.
La publicación de textos milenaristas estuvo prohibida en Inglaterra hasta 1640, por considerarse subversiva y atentar contra el orden establecido. Cuando los puritanos subieron al poder en 1640, salieron a la luz pública toda clase de grupos anunciadores de un nuevo tiempo.
Hubo quienes vieron en los pueblos americanos la prometida reaparición de las tribus perdidas de Israel. Entre los judíos animados por la reaparición del pueblo perdido, una figura clave en los acontecimientos políticos europeos fue el rabí Menasseh Ben Israel, quien escribió a Cromwell para advertirle de que la única señal que faltaba para la llegada del Mesías era la dispersión de los judíos por las cuatro esquinas del mundo, y esto no sería posible si no se levantaba la prohibición que impedía a los judíos ser ciudadanos en Inglaterra.
Fuese porque el Lord Protector era un apasionado milenarista, fuese porque la comunidad judía era una pieza clave en el creciente comercio internacional, Cromwell no perdió tiempo en llevar la propuesta al Parlamento.
Entre los protestantes milenaristas, por su parte, la preocupación era que la conversión al cristianismo del pueblo judío era un hecho necesario para el comienzo del milenio:
En Inglaterra hubo una gran expectativa milenaria en el verano de 1655. Ciertos informes indican que toda clase de personas del gobierno, de los negocios y de las iglesias pensaban seriamente que el “fin de los días” estaba a la mano, y vieron la llegada de Menasseh como prueba de esto.
Entre los aspirantes a Mesías, nos encontramos al rey de Francia, al de Suecia, al príncipe exiliado Carlos de Inglaterra y a su enemigo, el propio Cromwell. Por falta de opciones que no fuera.
Pero ni los judíos se convirtieron, ni apareció el Mesías de los hebreos ni se logró identificar quién era el Salvador cristiano-político. Aunque un año después, en 1656, el jefe de los cuáqueros, James Nayler, anunció al mundo que, en realidad, él era la nueva encarnación de Cristo.
Y, como tal, arropado por una multitud que cantaba “hossana en las alturas”, entró en Bristol a lomos de un pollino.
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La historia levantó revuelo, y obligó a intervenir al mismísimo Cromwell, que llegó a posicionarse en su defensa. Con todo, a Nayler, en una continuación similar a la pasión de aquel a quien decía encarnar, las autoridades no le creyeron y, cual juicio de Pilatos, su vía crucis fue el castigo por blasfemia y cuatro años de cárcel.
Ante los sucesivos fracasos predictivos, los milenaristas ingleses y holandeses entendieron que era fundamental, para no volver a errar con las fechas, “estudiar los hechos naturales extraños, como los cometas, o acontecimientos humanos como muertes súbitas y nacimientos monstruosos”.
En este estado de cosas comenzó un nuevo capítulo del milenarismo del siglo XVII cuando a la Europa central y occidental llegó la noticia de que en el mundo judío estaban ocurriendo hechos asombrosos, en el Imperio otomano. Un judío místico de Esmirna, Sabbatai Zevi, el día del año nuevo judío de 1665-1666, anunció que él era el Mesías.
[…] La comunidad judía de Ámsterdam, casi íntegramente, se dejó llevar por el entusiasmo. Algunos de sus dirigentes corrieron a Palestina a tomar parte en el retorno de los judíos a Sión. Y podemos encontrar repercusiones de la emoción mesiánica judía entre los milenaristas de Holanda, Inglaterra y Estados Unidos.
Zevi tuvo que convertirse al islamismo para salvar su vida cuando el sultán que le había dado protección en los Dardanelos quiso comprobar si era o no el mesías haciendo que sus arqueros lo atravesasen con flechas. Aunque siempre dejó claro a sus seguidores que la conversión había sido externa, nunca espiritual. Con esta seguridad, los sabateos conformaron un grupo de enorme peso en la diáspora judía hasta bien entrado el siglo XIX.
Fue en el siglo XVII que la ciencia emergente se descubrió heredera de cierto pensamiento hermético que continuaría su discurrir histórico por canales subterráneos hasta desembocar en nuestros días.
A partir de 1640 se había estado desarrollando entre algunos de los hombres de ciencia una especie de milenarismo. Éstos vieron el aumento de los conocimientos como signo providencial de que el clímax de la historia se acercaba, y creyeron estar ayudando la obra de Dios al sondear los secretos de la Natura. Surgió una especie de fraternidad en torno a Robert Boyle, Hartlib y otros, y de ahí derivaron instituciones de vanguardia con tendencias milenaristas, como la Real Sociedad de Inglaterra y los Rosacruces. Ese milenarismo estaba apartado de los hechos políticos inmediatos, y fue desarrollado por dos de los más importantes intelectuales de Inglaterra: el platónico de Cambridge Henry More y el gran científico-matemático Isaac Newton.
Todos ellos abogaban por una mejora espiritual del individuo como preparación para la llegada de los Últimos Días, en una interpretación de los apocalipsis de Daniel y de san Juan más sosegada y ajena a la histeria de la época.
Además de la mecánica de la gravedad, Newton descubrió que las fuerzas del Anticristo se habían adueñado de la Iglesia cristiana en los primeros siglos y que habría que restaurar la Iglesia auténtica antes de la Segunda Venida. Para evitar ser apartado de la sociedad por blasfemo, el matemático de Cambridge jamás dio a conocer sus investigaciones bíblicas, que se irían conociendo en diferentes ediciones posteriores a su muerte.
Así, se supo que, según sus cálculos, el milenio habría de comenzar a finales del siglo XIX o comienzos del XX, aunque precisó que no había manera de decir cuándo ocurrirían los hechos concretos de las profecías.
Frente a la cautela del maestro, uno de sus discípulos, William Whiston, sí se pronunció en vida en torno a las cuestiones milenaristas y denunció como falsa la doctrina de la Trinidad, lo que le valió el ostracismo académico. A partir de ahí, se ganó la vida como pudo, interpretando acontecimientos naturales, tal que terremotos, cometas y tempestades, como signos de que los sellos del apocalipsis estaban a punto de abrirse.
El milenarismo volvió a surgir como gran fuerza política e intelectual cuando ocurrieron revoluciones en América y luego en Francia, produciendo movimientos religiosos y políticos que han sido importantes desde entonces. El milenarismo del siglo XVII echó las bases para interpretar los textos clave de las Escrituras, y para relacionarlos con hechos históricos que estaban ocurriendo. Uno de sus resultados ha sido un sionismo cristiano, que ha desempeñado un papel importante al alentar a los judíos a retornar a Palestina y la construcción de una patria judía allí mismo. Esta idea tiene sus orígenes en el pensamiento de milenaristas filosemíticos del siglo XVII. El pensamiento milenarista en el siglo XVII ha arrojado una larga sombra sobre siglos ulteriores, y ha engendrado muchos de los movimientos fundamentalistas milenarios posteriores, o les ha dado una base teológica e interpretativa.
El siglo XVIII comenzará a cuestionar la profecía desde el emergente pensamiento racionalista. Pero el sueño de la razón produce monstruos, así que…
…la aplicación literal del apocalipsis a los acontecimientos históricos se volvió, una vez más, casi irresistible conforme avanzaba la Revolución francesa. El escepticismo ilustrado y el entusiasmo milenario parecieron por un momento del decenio de 1790 habitar en las mismas personas. Surgieron nuevas variantes del género de apocalipsis literario, entre un alud de imágenes apocalípticas. Pero se intensificó la batalla por diferenciar lo auténtico de lo espurio.
En la modernidad, cuando la razón ilustrada se impuso a la fe cristiana, la intervención divina dejó de tener razón y fue sutituida por la fe en la intervención humana…
…se desarrollaron unas filosofías de la historia cada vez más específicas y ambiciosas. La historia, sostuvieron algunos, aportaba abundantes pruebas de que la humanidad iba progresando no sólo en las artes y ciencias, sino también en su estado espiritual y su organización social. La pauta del pasado, fuese lineal o dialéctica, indicaba la dirección y, por extrapolación, el objetivo del desarrollo humano, objetivo que al menos en parte era independiente de los esfuerzos del hombre por alcanzarlo. Esta interpretación teleológica de la historia recibió un apoyo nuevo –si bien ambiguo—en la teoría darwiniana de la evolución; aun así, no ha sido ésta la única expresión del pensamiento secular elevado acerca del tema: a finales del siglo XIX resurgieron las teorías cíclicas, y en el siglo XX, los adversarios de la Ilustración a menudo han formulado su ataque a su teleología en el lenguaje escatológico de lo apocalíptico.
No obstante, aunque el secularismo elevado se centrara en la historia y en una ingenua confianza en el saber hacer de los hombres, los ambientes populares siguieron siendo conquistados por el milenarismo religioso, el cual creció sobremanera a finales del siglo XIX y afectó a las élites intelectuales del siglo. Investíguese a las grandes figuras del modernismo, su conexión con los esoterismos de la época y se entenderá el decadentismo milenarista desde una perspectiva que no se enseña en las escuelas.
Pero, mientras que las escatologías religiosas elevadas se preocupan por el pasado y por el futuro indefinidos, el catastrofismo popular enfoca los hechos que ocurren en el presente y en el futuro inmediato: cada acontecimiento relevante es un augurio del fin.
En cuanto a hoy:
Lo apocalíptico secular popular se alimenta de las mismas imágenes de holocausto nuclear, catástrofe ecológica, decadencia sexual y desplome social que inspiran al milenarismo religioso contemporáneo. Pero en contraste con la variedad religiosa, lo apocalíptico secular […] no suele querer producir una transformación personal de índole espiritual. Puede estar planeado para influir sobre la opinión pública en favor de ciertos objetivos sociales o políticos, como el desarme nuclear o la regulación ambiental; pero, en muchos casos, el lenguaje de lo apocalíptico se plantea simplemente para conmocionar, alarmar o enfurecer.
[…] Casi podría decirse que este apocalipsismo secular popular es una inversión de la alta escatología religiosa, una retórica en que los condenados parecen estar celebrando su propia condenación.
Seculares y religiosos se unen para socavar la creencia en los beneficios del progreso desde polos opuestos que comparten una misma idea emergente desde el inconsciente: que todo proceso histórico caracterizado por el incremento de las miserias humanas es un síntoma de que el fin de los tiempos está cerca.
(Continúa…)
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