Revista Cultura y Ocio
Otra figura del nacionalismo que formaría parte del Revisionismo histórico era Ernesto Palacio; ex martinfierrista en su juventud como lo había sido Scalabrini Ortiz y también compañero y cofundador de La Nueva República junto con los hermanos Irazusta, sintiéndose luego profundamente desilusionado por la experiencia uriburista. En el mismo año que se publicaba La Argentina y el imperialismo británico, Palacio publicaba Catilina, en el que proponía la figura del conspirador romano como modelo de la voluntad de romper con la tiranía de las viejas oligarquías. La similitud con la necesidad política de su época no era casualidad. Leonardo Castellani manifestaba:
“¿Qué decir del asunto paradojal, la rehabilitación política de Catilina? ¿No es temeridad y puerilidad pretender tablarrasar veinte siglos de historia y revisar un proceso a distancia inconmensurable de los testigos? Si eso fuera lícito, dice el historiador alarmado: tomar la Historia y contravolverla como un guante ¿qué queda de mi sacra Ciencia?
Queda lo que siempre ha sido. La Historia es una ciencia auxiliar y subordinada a la filosofía. Sus fallos son legítimos, pero subalternos a superior apelación... Catilina en su proceso no tuvo defensor; y ahora le sale un abogado bravísimo al cabo de 20 siglos” .
Ernesto Palacio adhería a lo que invocaba Manuel Gálvez: “Palacio sostiene la necesidad histórica y la probable inminencia de un cesarismo popular, de un nacionalismo marianista; y cree en la medicación argentina de un Irigoyen mejor que el otro –léase un Rozas o un Moreyra, a falta de un Mussolini”. (1)
La crítica al orden liberal y todo lo que había provocado en consecuencia lo abordará claramente en 1939 con su colección de artículos titulado La Historia falsificada. La obra en cuestión significaba el manifiesto de la lucha que emprendía el Revisionismo histórico por entonces. La denuncia que emprendía era clara:
“...nosotros no hemos renovado nuestra historia. continuamos aceptando el mismo esquema y la misma valoración hecha por nuestros grandes antepasados en una época en que el liberalismo era todavía una ilusión y el progreso una religión. (...)Si recurrimos a ella en busca de enseñanza viva, sólo nos ofrece panaceas agotadas...”
Palacio consideraba sumamente necesario la ruptura hacia el paradigma hegemónico que estaba considerado caduco, incluido sobre todo, su abordaje desde una perspectiva liberal, en consecuencia, laica y progresista. El criollismo que había surgido fervientemente en parte del entorno intelectual durante principios de siglo quedaba como un acercamiento tímido hacia el grado de reivindicación que invocaba Ernesto Palacio. Su postura era de característica hispanófila y ultramontana además de profundamente antiliberal. Definitivamente el ser nacional estaba conectado a España, los que habitaban aquí fueron españoles y nunca dejaron de serlo. Sólo que con el fin de la dinastía de los Austrias, y el ascenso de los Borbones, la nación adquiría un carácter eminentemente colonial además de contaminarse de corrientes liberales que lo alejaban de la tradición hispánica. Palacio además no encuentra ningún grado de conexión ni de reconsideración hacia los pueblos nativos originarios: de alguna forma ellos eran los verdaderos bárbaros y salvajes.
Desde su postura eminentemente nacionalista, Palacio pretendía que se efectuara esa revisión histórica que alcanzara dichas reformas a los textos escolares:
“En todos los textos aludidos implícita o explícitamente, se muestra la conquista y colonización española como una empresa de explotación, y la Revolución de Mayo como reacción contra una tiranía intolerable, con lo cual se estimula la solidaridad de los niños para los indios y el despego hacia nuestros heroicos y auténticos antepasados”. (2)
Otra de las figuras que creyó necesario una amplitud revisionista de índole similar a la de Palacio era Vicente Sierra, realizando una verdadera labor historiográfica dejando de lado las monografías que proliferaban en el ámbito nacionalista, emprendiendo una de las primeras historia integral de la Argentina desde la postura revisionista. El argumento y sus motivos que le llevan a encarar tal empresa era símil a lo que propugnaba Palacio: debíase revisarse la historia nacional a partir de solventar las necesidades contemporáneas:
“...el hombre argentino carece aún de una obra orgánica que le permita situarse dentro de la historia de la patria, no sólo como información, sino como interpretación ajustada a sus requerimientos actuales. Los libros al alcance del lector común son, en gran parte, reflejo de las banderías políticas a que pertenecían sus autores. Obras que fueron escritas cuando el problema argentino era constituir un Estado, y en las que la pasión política obnubila la visión exacta de ciertos hechos, poco dicen al argentino actual que aspira a consolidar una Nación”.(3)
En efecto, lo que se demandaba era una actualización sustancial dentro del orden historiográfico que responda a las necesidades de la nación. En consecuencia, no se podía tolerar la continuación histórica escrita a partir de las pasiones políticas de los vencedores; que por otro lado, eran los liberales, los responsables de un orden político y económico que llevó a la nación a tal estado de crisis y corrompió la formación espiritual de los argentinos.
No obstante, el enfrentamiento contra la denominada Década infame y la legalización que este emprendió ante el dominio extranjero fue encarado no sólo por nacionalistas sino también por radicales yrigoyenistas con posición nacional y popular que dieron luz a F.O.R.J.A.
Notas:
(1)CASTELLANI, L. “Introducción” en PALACIO, E. La Historia Falsificada. Buenos Aires. Difusión. 1939. p. 12. (2) PALACIO, E. La Historia falsificada. Buenos Aires. La Siringa. 1960. p. 51.
(3) SIERRA, V. Historia de la Argentina. Buenos Aires. Editorial Científica Argentina. Tomo I. p. 3.