Revista Belleza

Ho-menaje de cocina

Por Itwoman

El título de este artículo es un juego de palabras muy poco original, cuya única intención es la de rendir un sentido homenaje (estaba deseando utilizar esta expresión tan dramática) a los artilugios de cocina, también llamados “menaje”, y agradecerles las alegrías que me dan. No dejan de inventarlos y yo nunca me canso de comprarlos.

Mi última adquisición ha sido una especie de peine para trinchar la cebolla y cortarla en finas rodajas, introduciendo el cuchillo entre cada púa. Estoy encebollándolo todo con tal de poder usar mi peinecillo cebollil.

Como buena novelera, estaré cortando cebolla hasta que se me sequen las lágrimas y me canse del artilugio. Porque esto ya lo he vivido antes. Es un déjà vu cocinero.

El cortador de manzanas en gajos, varios peladores de zanahorias, el machacador de patatas para hacerlas puré (que es un trasto que nunca he utilizado, pero que Ikea me hizo necesitar), los cuchillos variados para queso, los señaladores de copas, ¡uf!, tengo de todo y no uso nada.

Cuando te independizas y compras o alquilas tu primera vivienda, te das cuenta de la cantidad de cosas que no eres consciente que vas a necesitar: tijeras de cocina, escurridor, fuentes de horno, una infinidad de objetos.

En algún momento, estarás en tu primera e ilusionante cocina dispuesta a cocer tu primer plato de espagueti y cuando vayas a coger el escurridor descubrirás que no está, porque no lo tienes. ¿Cómo es posible? 

Antiguamente (afortunadamente muy antiguamente), la independencia iba asociada a boda. Solo salías de casa de tus padres para casarte y por eso ponías una lista de bodas. Para que te regalaran todas esas cosas que no sabías que ibas a necesitar.

La gente se sigue casando, pero ahora te piden dinero para viajar, lo cual, desde mi humilde opinión, justifica el hecho del casorio. Todo lo que te haga viajar es bien. 

Además, desde que los bazares chinos aparecieron en nuestra vida, el avituallamiento es más fácil: paseas por los organizadísimos pasillos y vas creándote necesidades. 

Ahora que los bazares chinos han evolucionado hasta convertirse en una especie de Corte Inglés (son caros y elitistas, aunque parezca mentira), del país del sol naciente nos ha llegado una novedad (además del Covid): Shein.

Mi peine cebollero es de Shein. No voy a discutir sobre condiciones de trabajo ni sobre la calidad de los artículos, porque entonces tendría que hablar también de marcas de lujo y de casi todo lo que compramos actualmente. Escribo para entretener, no para reivindicar.

Navegas durante horas por una página llena de artículos sorprendentes e innecesarios, aplicas cupones de descuento, compras y a los diez días, aproximadamente, tienes en tu casa (o en tu punto de recogida) un paquetón enorme lleno de pamplinas que abres como si hubieran llegado los Reyes Magos y siguieras creyendo en ellos.

Igual te compras unas pegatinas levantatetas (no las recomiendo, al despegarlas te puedes desollar viva), que un vestido de fiesta o un táper chiquitito para meter trocitos de cosas en la nevera, que luego acabas tirando. Es un mundo infinito.

Estoy esperando un pedido que trae (entre muchas más tonterías) un recipiente para hacer hielo distinto a las tradicionales bandejas que te llenan de agua toda la cocina al introducirlas en el cajón del congelador. Soy feliz solo imaginando el hielo que voy a hacer, ¡ojo!, hace meses que no uso hielo, pero sospecho que cuando deje de encebollarlo todo empezaré a refrescar mi vida con unos cubitos perfectos.

Claro que ¿no es posible que lo que necesite sea un viaje? Por si acaso, evitaré la república China.


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