«¡Hermanas,
hermanos de cuevas y mazmorras! Se acerca el momento. Me ha susurrado el viento
que traía palabras de aquel mago oscuro cuyo nombre no puede pronunciarse que a
partir del 13 de diciembre de 2013 un hobbit se acercará a la Montaña donde
duermo y todo me aburre. Igual algún comedor de pasteles acecha cerca de
vuestras moradas, si tenéis suerte. Los hombres me aburren. Me aburren sus
vanos sueños de eternidad y codicia. Sus agrias disputas, sus héroes que no son
más que seres atormentados que intentan remendar sus miedos. ¡Ah! Las lágrimas
de aquellos que no conocen ni la paz ni el sosiego. Un hobbit sabroso comedor de salchichas y nueces es otra cosa, un hobbit bebedor de cerveza y tés calientes, ¡mmmm! ¿Qué gusto tendrá cuando sus ricas grasas sean salpicadas por el fuego que emana de mi garganta? Hobbits a la brasa, se acerca el momento, hobbits divertidos y suculentos.»
Así habló Smaug, vuestro amigo el dragón.
Efectivamente. El tráiler de “la desolación
de Smaug” indica que la segunda parte del Hobbit está a punto
de ser estrenada en cines. Visto está. Una pequeña alegría antes de que llegue
el largo invierno. Huele a Tolkien y no a Disney. Bien puede ser que el tráiler
sea otra breve estafa. De la primera entrega cinematográfica de El Hobbit salí quemado y hasta calcinado,
como si mi amigo Smaug me hubiera soplado en el cogote. Era Diseny. Tonterías,
risitas, el tren de la mina y poco más. Suerte de la lucha de los titanes
rocosos. Este segunda parte parece algo diferente, puede que recupere en parte la buena senda: la del aliento épico de El
Señor de los Anillos. Crucen los dedos, el dragón despierta y la esperanza
nunca duerme.

Hobbits a la brasa
