Revista En Femenino

Hogar, dulce hogar

Por Expatxcojones

Hogar, dulce hogar

Dibujo de Galatea. Barcelona. 2010  expatriadaxcojones.blogspot.com


Después de ver muchos pisos, cuchitriles y agujeros sin luz, encontramos un ático fantástico. Lo alquilamos a través de un hombre gordo al que llamaré V. Parece un personaje sacado del Lazarillo de Tormes.Ha montado una inmobiliaria pero creo que ni tan siquiera es legal. No habla francés ni árabe pero tiene un socio marroquí y está ganando mucha pasta. Sobretodo con los españoles recién llegados, como nosotros.
El propietario del piso lo había comprado para su hijo. Pero él, que estudia la carrera en Canadá, no quiere volver. A nosotros nos lo enseñó el portero y nos enamoramos inmediatamente. V nos dijo que no nos preocupáramos. Él se iba a encargar de todo. Y así lo hizo.
Llegó el día de firmar el contrato. Quedamos en su oficina. Un piso con cuatro mesas. Una secretaria un poco sospechosa, el socio y él. V nos llevó al Kalvo y a mí a parte, a la cocina.
   —Mirad…es que esta gente con el tema del dinero son un poco raros. Costumbres suyas… ¿sabéis? —empezó diciendo—es mejor que me deis el dinero a mí. Y yo, luego, se lo daré a él.   —Ok. Aquí está. Cuéntalo. El mes en curso y el mes para la inmobiliaria —le contestó el Kalvo.
A mi me parecía todo un poco raro. ¿Por qué le iba a sentar mal al hombre ver el dinero? No estábamos haciendo nada malo ni ilegal. No lo entendía. Pero me callé.
Después nos enteramos que mientras V estaba con nosotros, el socio hacia lo mismo con el propietario. Pensaron que no nos íbamos a enterar. Pero había que cambiar unas cosas del piso y quedamos con él, que nos explicó el resto de la historia.
   —¿Habéis pagado el mes que le toca a la inmobiliaria? —nos preguntó en cuanto tuvo la ocasión.   —Sí. Claro. —le dijo el Kalvo.   —Yo también.   —¿Cómo? —soltamos los dos al mismo tiempo.   —El hombre me dijo que vosotros no lo pagabais y que me tocaba hacerlo a mí.   —¡Será cabrón! —dije yo.   —No sabíamos nada. Dijo que a los marroquíes no os gustaba tratar con el dinero. Nos pareció extraño pero como acabamos de llegar… —intentó excusarse el Kalvo.   —No os preocupéis. No es vuestra culpa. Aquí tenéis mi teléfono, para cualquier cosa, hablad directamente conmigo.
Y así lo hemos hecho. Nunca más hemos sabido nada de V. Supongo que seguirá timando a la gente. Qué cojones. Te vas al extranjero y resulta que el cabrón que te jode viene del mismo sitio que tú. Tenemos las llaves. Ya podemos entrar. Pero el piso está vacío. No hay absolutamente nada. Sólo hemos traído cuatro cosas de España. Así que los primeros días dormimos en un colchón inflable y comemos en una mesa de bar. Todo bastante deprimente. Pero estamos contentos. Este va a ser nuestro hogar.
Abrimos las cajas y empezamos a sacar nuestras cosas. Encargamos unas estanterías para los libros, colocamos los juguetes de Terremoto y montamos el despacho. Esto cada vez se parece más a una casa.
Suena el móvil. Es mi madre. Le encanta hablar por teléfono, de lo que sea, el tiempo, la comida o la ropa que llevas puesta. Así es ella. Me preparo para una de sus conversaciones interminables.
—Hola mamá.—Hola cariño, ¿cómo estáis?—Muy bien. ¿y vosotros?—Pues no muy bien, la verdad. Es que hay que ver como es tu padre porque bla bla bla bla—Ah…—Y no te lo vas a creer pero a tu hermana patatín y patatán…—Vaya…—Y yo tampoco te creas que estoy para tirar cohetes porque esta mañana ¿sabes que me ha pasado? Pues me iba a trabajar y bla bla bla—Qué putada.
Conozco a mi madre y sé que ahora, después de su monólogo, llega el momento del interrogatorio.
   —Nena, es que tú nunca me cuentas nada. Dime ¿cómo va todo?   —Bien. Muy bien. Hemos dejado el hotel. Ya tenemos casa mamá.   —Y ¿cómo es? ¿cuéntame?
Por suerte, Terremoto está durmiendo y el Kalvo, ocupado con los muebles.
   —Está en un barrio que se llama Iberia. Bastante céntrico. Aquí viven muchos españoles. Está cerca del Consulado, el colegio, el instituto y el centro Cervantes.
Al principio pensé que el nombre de Iberia venía de los Iberos, antiguos pobladores de la península Ibérica. Que ingenua. Un día que pillé un taxi, el conductor me explicó que el nombre se debía a la compañía aérea.
—Antes había una oficina de Iberia. Justo aquí, en la plaza. Y así le llamaban. Iberia. Con el tiempo se le quedó el nombre. —me explica el conductor.
Ahora esta oficina ya no existe. En su lugar abrieron un café. Que, mira tú por donde, también se llama Iberia.
   —El edificio es un poco antiguo pero el piso está recién reformando. Estamos muy contentos. Es un ático fantástico. Te va a encantar mamá.    —Que bien, y ¿es muy grande?—Sí. Sí. Tiene cuatro habitaciones, dos baños y una terraza enooorme. —Bueno, veo que al menos iros os ha merecido la pena. Esto en España no lo podríais tener…—Ya. Es que hemos tenido mucha suerte porque…—Cariño, lo siento, tengo que dejarte. Acaba de llegar tu padre y ya sabes como se pone si no come a su hora. Te llamo luego y seguimos hablando. Adiós.—Adiós.
Lo que no le he contado a mi madre es que a pesar de estar en una buena zona, esto no impide que haya un vertedero justo al lado de casa. Un descampado abandonado. Lleno de basura. Un coche aparcado desde no sé cuándo y una charca putrefacta de la que salen un montón de insectos. A veces, desde la ventana, veo como la gente aprovecha para mear en él.
Tampoco le cuento que en nuestra calle hay una parada ilegal de taxis colectivos. Giran en cualquier lado y de cualquier manera. La gente corre y se amontona en el interior. Hay hombres gritando los destinos. Bocinas. Ruido de motor. Un follón de mil demonios.
Y después está la terraza. Sí, es enorme. Pero siempre está repleta de la basura que tiran nuestros queridos vecinos desde la azotea: colillas, botellas, coleteros, mecheros, cascaras de pipas, tarrinas de helado vacías…
En el interior tenemos humedades en casi todas las paredes. No hay una ventana que cierre bien. Cuando hace frío se está mejor en la calle que en casa. Y como en Tánger hace siempre mucho viento… dentro del piso hay una brisa constante que no desaparece nunca. Si el Kalvo tuviera pelo iría todo el día despeinado.
La instalación eléctrica tampoco es una maravilla. Cuando enchufo más de tres aparatos al mismo tiempo saltan los fusibles. Pero, sin lugar a dudas, lo más surrealista, es el diseño de la cocina. No sé quien fue el genio pero no debía haber hecho un huevo frito en su vida. Ni un huevo ni un plano porque el tío se quedó a gusto. Es imposible abrir completamente la ventana, choca con un armario. Que, por cierto, es inservible, pues a su vez, choca con otro armario. Colocados quedan muy monos pero no hay manera de utilizarlos. Hemos tenido que mutilar otro de los muebles porque si no era imposible utilizar el horno. Y después está la campana. Puramente decorativa. El tubo para sacar el humo fuera brilla por su ausencia. Ni tan siquiera hicieron el agujero.
Para más cachondeo nuestra casa está construida, pared con pared, con la mayor mezquita de la ciudad.
   —¿Cómo no nos dimos cuenta cuándo nos la enseñaron? —grito histérica cuando la llamada al muecín despierta al niño por quinta vez.   —Hay mezquitas por toda la ciudad. Como íbamos a fijarnos —intenta calmarme el Kalvo .—Espero que con el tiempo el niño acabe acostumbrándose.—Tranquila. Ya verás como en unas semanas no lo oye.—¡Claro! O eso o se queda sordo.
Hogar, dulce hogar. Todo esto en España, seguramente, tampoco lo tendríamos.

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