Revista Cine
Hay que reconocer que “Holy Motors” (Leos Carax, 2012) es una película especial, tanto por razones cinematográficas, como externas a la propia película y que tienen que ver más con su estreno como con la recepción y percepción de la propia película por parte de la mayoría del público a la que está dirigida. Para empezar, se trata de la típica película acontecimiento que el avispado Thierry Frémaux viene presentando desde hace años en Cannes, a ser posible producciones o coproducciones francesas de gente amiga del festival; es decir Haneke, Weerasethakul, los Dardenne, Cantet, etc., para el sector más cahierista de los colegas y por otro las diversas producciones asiáticas de género o el escándalo gore del año para los amigos más festivos. Funcionando ese inteligente genio del marketing que es Lars Von Trier, como bisagra y punto de entendimiento, entre dos posturas, a priori antitéticas pero con más puntos en común de lo que parece, desde su gusto por lo políticamente incorrecto o correcto, pero asimilado por el sistema; hasta los prejuicios positivos respecto a sus particulares ídolos. Es muy posible que a Leos Carax esto le importe poco, pero hay que situar su película en el contexto actual del cine de autor, ya que al igual que el danés, estamos ante un director capaz de congraciar a todo tipo de público por razones extra cinematográficas. Así pues, nos encontramos ante un estreno muy medido y calculado por parte de sus productores y distribuidores. En este caso, tenemos el regreso del otrora enfant terrible del cine francés ochentero (una de las peores décadas, salvo notables excepciones, de la historia del cine galo). Además con una película que en principio se vende como la última palabra en reinvención lingüística de la gramática cinematográfica. De esta manera, crítica y público ya habían sido preparados de manera inconsciente para que esta película gustase y se recibiese con elogios, fuese como fuese; y caso de no ser así, ser tachados de retrógrados, fundamentalistas, etc. A favor de Carax, diremos aquello, que no hay nada más moderno que lo clásico. Indiscutible es la libertad con la que el director plantea su película, innegable es el morro que le aplica a la narrativa, pero… estamos ante un director que no ha evolucionado en sus planteamientos de forma y fondo desde aquella pesadez llamada Mala sangre (1986). Si, rueda mejor, tiene un mejor sentido del ritmo, pero es que es lo mínimo que se le pide tras 26 años. Porque en el fondo, “Holy Motors” no deja de ser una especie de grandes éxitos del cine de Carax, algo así como una puesta al día de los mejores hallazgos de su filmografía. Y es ahí donde encontramos lo mejor de la película, la estructura de su inexistente guión, donde las situaciones se hilan de manera un tanto arbitraria, y si esto suena como una contradicción es porque la película en si misma lo es. Puedes amarla u odiarla por las mismas razones, puede gustarte el episodio tres y odiar el cuatro, en este sentido Carax si que ha hecho una película libre, pero no confundamos libertad con innovación. La historia gira en torno a un día normal en la vida de Oscar, actor que interpretará a diversos personajes según el guión que le marca su jornada laboral. Durante todo el día se moverá por Paris cambiando de piel, género y estilo interpretativo según se lo exija el papel. De esta manera tendremos diversos episodios donde el actor fetiche de Carax, Denis Lavant (en una interpretación tan arriesgada y cargante como la propia película) mudara de piel y persona, ayudado por unos impresionantes maquillajes de efectos especiales de Jean Christophe Spadaccini, sorprendentemente ignorados por los fanáticos de la película; pero si Lavant se ajusta a cada personaje, de nuevo Carax, como quien pasa de todo, filma todos los episodios con el mismo estilo (salvo el de la captura de movimiento por razones obvias y el feista e irritante episodio de M. Merde). Pero hay que reconocer que este pasotismo o naturalismo es quizás una de las claves de la película, al abordar diversos géneros con una forma similar, no demasiado cargada, es muy difícil que el público no se identifique con alguno de los trabajos / personajes de Oscar, personalmente me quedo con el plano secuencia del entreacto musical, algo que Carax ya usó de manera más sutil en Mala sangre con el tema de Bowie “Modern love” o Monty Python de forma mucho más radical en “El sentido de la vida” (Terry Jones y Terry Gilliam, 1983). También hay que reconocer que conforme avanza la película, la frontera entre realidad y cine se hace cada vez más difusa, y partir del episodio del asesino a sueldo, donde Oscar se mata a sí mismo (no será la única vez que lo haga), el juego se expande ampliamente, llegando al paroxismo en el episodio de Kyle Minogue, un episodio que funciona si sabemos la historia que hay detrás, no la de Oscar (no en vano el verdadero nombre de LeOS CARax), si no la del propio director con su musa Juliette Binoche, ese es el hecho que hace funcionar este episodio, por otro lado, bastante cursi y que revela uno de los grandes problemas de la película. Se trata de una obra fría y ombliguista, carente de emociones verdaderas y revela las limitaciones de Carax como narrador, hecho, que por otra parte, el propio director nunca ha negado, para desesperación de sus seguidores más radicales y regocijo de sus detractores y viceversa. Otro de los problemas de la película es su absurdo final, un epílogo, el de las limusinas parlantes, que contradice parte del juego de la película acomodándose al canon de la narrativa clásica. Pero al mismo tiempo, tratándose de una película que va a su aire, puede verse como una provocación más del director. A riesgo de repetirme, esa es la gran virtud de la película, su libertad; todos los demás comentarios sobre el rol del espectador en la propia historia, la mirada de este como director y actor de su propia vida, etc. no dejan de ser más que muestras de onanismo pequeño y gran burgués, ideales para una cena o comida en algún local de moda. No negaré que es uno de las virtudes / defectos de la película, ya que “Holy Motors” es una obra que da más juego y disfrute en una discusión tras la proyección que en el propio visionado. Resumiendo, aunque las escasas virtudes de la película son innegables, también deberían serlo sus múltiples defectos; pero el espectador que se enfrente a ella predispuesto a sentirse más inteligente, no tras verla, si no tras comentarla en su círculo, será incapaz de admitir estas limitaciones, ya que en ese momento dejaría de estar en la onda. Si quiere sentirse más inteligente, que coja un libro y lo queme.
Alex Turol Ficha Técnica
Año: 2012 Director: Leos Carax Productor: Martine Marignac, Albert Prévost, Maurice Tinchant, Rémi Burah Guión: Leos Carax Fotografía: Caroline Champetier Dirección Artística: Emmanuelle Cuillery Diseño de Producción: Florian Sanson Maquillaje: Bernard Floch, Olivier Seyfrid, Jean Christophe Spadaccini Efectos Visuales: Yoann Berger, Alain Bignet, Alexandre Bon, Thierry Delobel, Phillippe Desfretier, Damien Maric, Olivier Marci, Berengere Dominguez, David Gourmaud País: Francia, Alemania Duración: 115m. Formato: 35mm. Proporción: 1.85:1 Color / Blanco y Negro Ficha Artística Denis Lavant, Eva Mendes, Edith Scob, Kylie Minogue, Elise Lhomeau, Jeanne Disson, Michel Piccoli, Leos Carax, Nastya Golubeva Carax, Reda Oumouzoune, Geoffrey Carey, Annabelle Dexter-Jones, Elise Caron, Corinne Yam, Julien Prévost, Ahcène Nini, Laurent Lacotte, David Stanley Phillips, Matthew Gledhill, Hanako Danjo, Pierre Marcoux, Big John, Bastien Bernini, Elliot Simon.