Podría haber reciclado esta mañana el titular del último post, Basura, para ilustrar éste de hoy. La Cadena Ser ha destapado las prácticas del prohombre y gran empresario, amigo de sus amigos y del poder y , sobre todo, de su compañera de pupitre, la cazadora blanca, ahora también de talentos, Esperanza Aguirre. El vicepresidente de la CEOE, Arturo Fernández, paga en negro, en sobres, a sus trabajadores. Más sobres… Si no les gusta, tiene más trabajadores. Nadie es imprescindible, nadie es insobornable. Todos tenemos un precio y corromper al débil es extremadamente fácil, tanto que resulta tentador y, finalmente, se convierte en práctica habitual. Nos engañaron también en esto: los hombres de negro, nombre con el que Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, se refería a los inspectores de la troika que iban a poner orden en las cuentas del Estado, no venían de Europa. Ha resultado que están entre nosotros, que siempre lo han estado, bajo el disfraz de empresarios y empresarios corruptores y corruptos, y viven agarrados como una lapa dando y recibiendo favores, presentes, invitaciones a tal o cual cacería, y se ausentan sistémicamente de la casilla de aportaciones a la Seguridad Social. Si en lugar de dar grandes aportaciones a los partidos políticos, hubieran invertido ese mismo dinero en empleo no estaríamos como estamos. Ellos tampoco. Seguramente no se habrían enriquecido tanto, aunque tendrían suficiente para vivir y despilfarrar y aún les sobraría, pero no tanto como ahora para dar nuevas prebendas a cambio de adjudicaciones, trato preferente, calificaciones y recalificaciones. No hay sangre, al menos no la suya, pero las prácticas son las mismas que en cualquier película de gangsters en los peores años de la ley seca o en los mejores del real decreto-ley 12/2012, de 30 de marzo de regularización tributaria, la llamada amnistía fiscal.