Jorge Civis (Wikipedia)
Hay veces que cuando muere alguien que no es de la familia te impacta sobremanera, sobre todo cuando esa muerte es inesperada. Suele pasar con cómicos (adiós Chiquito), actores, deportistas u otra gente conocida. Algo parecido me pasó a mi cuando me enteré de la muerte de Jorge Civis.
Si no estudiasteis en la Universidad de Salamanca, puede que el nombre de Jorge Civis os resulte algo desconocido. Para mí fue un profesor importante en la carrera. En segundo curso nos daba paleontología y desde el primer momento uno se daba cuenta de que no era un profesor cualquiera.
Para mi yo, que entonces tenía 18 años, aquella asignatura era especial. Decidí empezar geología para dedicarme a la paleontología y acudí el primer día esperando absorber todo lo posible de la asignatura. Civis se presentó con un café y sus apuntes, y nos empezó a hablar con su voz ligeramente ronca. Era septiembre y los foraminíferos fueron una parte fundamental de la materia.
Para ese joven yo aquello no se parecía a la paleontología de huesos, dinosaurios y homínidos que pensaba. Era algo diferente, pero que Civis sabía hacerla atractiva a mis ojos. Me di cuenta a través de sus clases que todos aquellos pequeños bichitos que habitaban las aguas del océano Atlántico nos facilitaban mucha información fundamental para entender el pasado del clima del planeta.
Jorge Civis fue el único que nos llevó de campamento fuera del habitual junio, trasladándonos a Huelva en medio del puente de todos los santos. Recuerdo como nos decía que estaba arto de los eucaliptos plantados allí y que por la acidificación que producían en el suelo acababan por disolver los fósiles de los afloramientos a pie de carretera. Aún puedo verlo gritar ante la pantalla de la televisión en un Madrid-Barcelona (creo que su otra pasión junto a las incontables tazas de café que se tomaba al día) en el comedor del camping donde nos quedamos.
Recuerdo convencer a mi tío para que me llevara a un afloramiento a Torremormojón (Palencia) simplemente porque Civis dijo que allí había un lugar donde se definía una separación de edades y había unos fósiles muy interesantes de ambientes lagunales continentales. En medio del viento que sopla en Castilla, que no solo te lleva volando sino que no que congela hasta el alma, conseguí rescatar uno de esos pequeños fósiles de menos de un milímetro de longitud y que llevé al profesor para que lo viera en una caja de joyería (donde aún está guardado).
El examen no me salió tan bien como esperaba. Segundo no fue mi mejor año en la carrera, pero me alegré mucho de haberle tenido como profesor. Durante tres años más lo vi en los pasillos, yendo nervioso a la cafetería de la facultad o a las clases, incapaz de discernir si era por los nervios de su propio cuerpo o el exceso de cafeína en la sangre.
Me alegré cuando lo eligieron para dirigir el IGME y cada vez que su nombre salía en algún lado lo leía con pasión por desear que fuese lo mejor.
Como final, queda una anécdota que me contaron de él, y que espero fuese cierta. Hace años, el entonces príncipe Felipe (ahora rey) visitó la universidad y en las presentaciones introdujeron a Civis como paleontólogo. El príncipe, tratando de buscar un cierto vínculo, le empezó a hablar de dinosaurios. Civis, ni corto, ni perezoso, le dijo que de eso no tenía ni idea, que lo suyo eran los foraminíferos. Creo que esto definía a Jorge Civis a la perfección.
Descanse en paz
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