En el mundo quedan tiranías religiosas como la de Arabia Saudita, una monarquía con voluntad misionera para la expansión mundial del islam.
Con lo que le abona Occidente por su petróleo paga la construcción de mezquitas y a gran número de imanes cuyo extremismo alimenta con frecuencia la yihad.
Por ejemplo, en la mezquina madrileña de la M-30, construida y sostenida por Arabia Saudita, la policía descubrió a mediados de diciembre una célula yihadista con quince miembros liderada por un expreso en Guantánamo: se citaban con poco secreto en la biblioteca y la cafetería coránicas.
En su país, el régimen ejecuta a quien niegue a Alá y a su profeta, o a quien difunda aunque sea ocultamente cualquier creencia que no sea musulmana.
Pero acaba de morir el rey Abdalá Bin Abdelaziz al Saud, uno de los grandes represores del mundo actual, y los mandatarios internacionales, sin importar su ideología democrática o totalitaria, viajan a Riad a presentarle sus respetos a la familia real.
Entre los representantes de los Estados está el rey español, Felipe VI, el heredero británico, el príncipe Carlos, y este martes llegará Barack Obama, quien al inicio de su primer mandato le hizo una reverencia a Abdalá que recordaba la de los esclavos a sus amos.
El petróleo. Podemos humillar al pequeño Maduro y a su pajarito bolivariano, pero no a una potencia de la que dependen paz y guerra en el Oriente cercano.
En Arabia Saudita, sus quince millones de mujeres y niñas son seres incapacitados, cargados de obligaciones y carentes de derechos siguiendo la secta musulmana suní dominante, la wahabí.
Diría Quevedo que "poderoso caballero es Don Petróleo", que da propinas de 10.000 dólares cuando hace turismo en Marbella, y nos contrata para construir el AVE de los peregrinos Medina-La Meca.
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SALAS