Revista Diario

Homeopatía

Por Mamaenalemania

El del Rizo nació con cara de cachondo mental y la boca del tamaño de un buzón. A escala real.
Durante sus 15 meses de vida, además, ha ido entrenando una capacidad pulmonar que habría convertido, después de no más de 1 minuto de grito perfora-tímpanos, al mismísimo Dr. Estivill en fanático militante del colecho y talibán de los brazos.
Menos el Mayor y Destroyer, que parecen haber ampliado su perfeccionadísima sordera selectiva para todo lo que venga de su Mutter a los chillidos exigentes del tercero, nadie puede resistir(se a) sus lamentos. Nadie.
Hemos pasado épocas mejores y las hemos pasado canuten, vecinos incluidos.
Tanto, que me lo llevé al pediatra a ecografiarle entero, no fuese a ser que se hubiese dislocado algo en el parto-express que me regaló. Nada.
Tanto, que me lo llevé al osteópata a que le estrujase un rato y, a pesar que de pareció gustarle eso de la imposición de manos, el buen hombre me lo devolvió al mismo volumen. “Será su carácter”, me dijo.
“¡Qué cojones! ¡Será porque no está bautizado todavía!” me increpó mi madre. El posterior aclarado de rizos con agua bendita, sin embargo, nos sacó de dudas: el niño no estaba poseído y sus gritos no eran apocalípticos.
Hemos estado sobreviviendo hasta ahora el entumecimiento de orejas como bien hemos podido. Vamos, que le hemos dicho a todo que sí, sí, sí, sí, ahora mismo, ¡Heil Rizo!
Como bien habrán podido deducir de lo insostenible de la situación y, después de unos meses con migraña psicológica, la que escribe se había convertido en carne de cañón para cualquier curandero, chamán y tarotista, si me apuran.
Y sí, tal y como están pensando, la tía hierbas, la de las bolitas asesinas, no quiso desaprovechar la oportunidad y me ofreció sus servicios (que reconozco haber aceptado aliviada). Y así fue cómo nos encaminamos voluntariamente un día soleado, hace no mucho, el boca-buzón y una servidora hacia la Praxis de la homeópata.
Al final de de una sesión surrealista – que consistió en: niño gritón sobre mis rodillas, mano izquierda en su pechito, mano derecha sujetando frasquito en cuestión, homeópata haciendo fuerza sobre frasquito, cambiando frasquito, haciendo fuerza sobre frasquito, cambiando frasquito, haciendo fuerza sobre frasquito y así varias veces mientras murmuraba algún tantra indescifrable y confuso – , la buena mujer me encasquetó diversos glóbuli de nombre impronunciable y me mandó de vuelta a casa con instrucciones precisas (un glóbuli por aquí, otro por allá, de estos todos los que quiera…etc.).
Una semana después de aquello me había convertido en fan absoluta y total, talibana de la homeopatía hasta la médula.
A día de hoy, es decir, después de 2 semanas de paz y silencio regenerando neuronas, he descubierto el secreto de las bolitas troleópaticas… (redoble de tambor)… (redoble de tambor)… que no tienen nada que envidiarle a un cruasán.
Es agitar el frasquito mágico en cuanto el polluelo tercero abre el buzón dispuesto a regalarnos un alarido desgarrador, y lo único que sale de su boca es la lengua. En silencio y con una sonrisa.
Obviamente, ya me he hecho con un arsenal de glóbuli. Al principio preguntaba para qué eran, pero habiendo comprobado que todos saben igual, los compro indiscriminadamente.
Y no se vayan a pensar que sólo es útil en caso de niños gritones, que hoy no quedaba azúcar en casa y un botecito entero de Euphrasia me ha endulzado el café de esta mañana.


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