El Real Madrid se proclamó ayer campeón del mundo de clubes, reeditando lo ocurrido hace un par de temporadas ante San Lorenzo de Almagro. Lucirá con honor la escarapela que le acredita como tal y acumula un nuevo trofeo en sus ya plagadas vitrinas. Batió a un rival japonés, el Kashima Antlers, que opuso mayor resistencia de la esperada, llevando el partido a una prórroga en la que los blancos se impusieron por 4-2.
No obstante, sin restar un ápice a los méritos del equipo madridista, el Mundial de Clubes merece una reflexión por parte de FIFA para que pueda ser algo más que un soporte publicitario de interés futbolístico limitado, pero esto es algo que veremos un poco más adelante.
Primero, lo que se vio sobre el campo. Si el Real Madrid de antemano era claro favorito al título, al caer eliminado el Atlético Nacional colombiano esta final ante los japoneses del Kashima Antlers parecía preverse como un paseo militar de los de Zidane. Incluso los primeros minutos de partido, con Benzema adelantando a los suyos antes del minuto diez presagiaban una final poco competida y de resolución rápida.
Pero una mezcla de jet-lag, sensación de superioridad, excesivas ganas de gustarse y esa emoción que parece querer ponerle el Real Madrid a muchos de los partidos de la presente racha de imbatibilidad, hicieron que las llegadas al área de Sogahata no se concretaran. Así, a pesar de que Modric, Lucas o Benzema aprovechaban la cierta inocencia de los nipones para entender la defensa del juego entre líneas para lucirse, los goles no llegaban.
Además, como el fútbol es caprichoso, cuando llevamos varios días hablando de la facilidad de los merengues para marcar en los últimos minutos, en el 43 de la primera mitad lo que llegaba era el gol de Shibasaki para llevar el juego al descanso en tablas. Sorprendentes, inesperadas, tal vez injustas, pero tablas que dejaban al Real Madrid con el trabajo pendiente para el segundo tiempo.
Y arrancaron los de Zidane aparentando interés por despertar y remontar el encuentro con un par de corners en los que Ramos buscó repetir heroicidades, pero a los seis minutos de esta reanudación se dieron de bruces con un escollo que no creían poder encontrarse: que el Kashima Antlers se adelantara en el marcador. De nuevo Shibasaki corrompía la puerta de Navas y empezaba a nublar la noche nipona y la mañana madrileña.
Mientras en Hollywood los guionistas buscaban la forma de reflejar sobre el papel la gesta de un débil equipo japonés que se proclamaba campeón del mundo derrotando a un todopoderoso equipazo europeo, Lucas Vázquez entró en el área rival y fue derribado claramente (no hizo falta VAR para estar seguros, a los defensas solo les faltaron morder al gallego). Penalti que Cristiano, poco protagonista hasta ese momento, transformaba, igualando el encuentro a media hora del final.
Aunque parecía tiempo suficiente para que la superioridad del Real Madrid doblegara la resistencia de los de Kashima, solo a falta de un cuarto de hora consiguieron encerrar a su rival y gozar de una cierta continuidad en las ocasiones. Se relamían los aficionados blancos con la idea de otro gol de Ramos en el descuento, pero esta vez fue el Kashima quien rozó el milagro, con un par de buenas ocasiones en los últimos minutos del encuentro. Para el central de Camas en esta ocasión la zona Cesarini en lugar de un gol estuvo cerca de depararle una expulsión que reclamó amargamente el técnico japonés en la rueda de prensa posterior a la final.
Pero el Kashima no aprovechó su oportunidad, y los madridistas decidieron que era hora de asegurar un título que los suyos daban casi por seguro antes del partido. Siete minutos tardó Cristiano en mostrarse como un nueve de lujo y anotar su segundo gol del día a pase de un Benzema bastante más brillante en cuanto a juego que el portugués. Pero es el reciente Balón de Oro es todo gol, así que antes del descanso de la prórroga había cerrado definitivamente la final al cazar un balón que circulaba por el área. Como este juego es primero gol y luego todo lo demás, Cristiano y su hat trick quedan para la posteridad y le hacen ser nombrado mejor jugador del torneo.
Contado el partido, queda la reflexión. Lo primero, un torneo que aquí en España denominamos "Mundialito" deja claro con el diminutivo que se le da poco valor. Quedan lejos los tiempos en los que la Copa Intercontinental, entre el campeón de Europa y el de Sudamérica era un título valioso y disputado. El extra de mercantilización que el fútbol ha vivido en las últimas décadas ha ido dificultando la empresa para los clubes externos al etnoeuropeísmo que manda en este deporte. Por supuesto, es más justo un torneo con los campeones de todas las Confederaciones que con solo los europeos y americanos, pero es que, desde 2006 que se viene disputando con el formato de Mundial, solo en dos ocasiones se han impuestos equipos no europeos (los brasileños del Internacional de Porto Alegre y del Corinthians), la última vez en 2012.
Así las cosas, y a pesar de que en esta ocasión el Kashima estuvo cerca de darle color al histórico de campeones del Mundial de Clubes, para que esto sea algo más que un homenaje rutinario para el campeón de Europa (que ahí es donde reside el mérito de ser campeón de este torneo, en que antes has tenido que haber vencido la Champions), creo que debería ir en la línea del Mundial de selecciones y contar con más equipos de las Confederaciones que sean más potentes. Por ejemplo, incluir un par de equipos sudamericanos y tres europeos, que pueden ser campeón y subcampeón de Champions y campeón de Europa League, se me ocurre.
Todo lo que no sea darle un toque más atractivo dejará a este torneo a la altura de un torneo veraniego. La propia FIFA, usándolo como banco de pruebas de nuevas normas como el VAR o el cuarto cambio en las prórrogas ya le resta seriedad. Que nadie entienda esto como un intento de desacreditar a quien ganó el título en buena lid, pero es que a casi nadie se vio ayer pasar por Cibeles para celebrar este triunfo.
Kashima AntlersMundial de Clubes 2016R.Madrid C.F.