Quedan atrás las últimas espumas de la mañana.
El día despierta líneas de trazo firme,
polígonos que se definen entre el verde pálido y pálidas herrumbres.
Minúsculas fichas se han agrupado
en organismos irregulares unidos por la distancia menor entre el punto A y el punto B
mientras, desde su oscura calidad de abismo,
surcos sinuosos disputan majestad al hormigueo metálico del gran trazo parabólico.
Ciñe el campo visual un proyectil con su carga de certeza.
Con los primeros pliegues del lienzo
los cuerpos se disgregan
como piezas de un juego que ha sido abandonado en arrebato.
Esa arruguita —por fin— es la sierra
y cumulonimbos la blanda camada que la cierne.
Por favor, vuelvan a sus asientos.
Estimamos aterrizar a las ocho en punto, hora local.